Lógicamente, como a cualquier artista, a Cat Power la podemos analizar y evaluar a través de sus discos. Pero, dada su singularidad, y puesto que ha tocado muchas veces por aquí, casi siempre se comentan más sus apariciones en directo, ya que dejan una impronta difícil de borrar. Capaz de lo mejor y de lo peor, de lo regular y de lo irregular. En cada una de sus visitas ha dejado un recuerdo, una anécdota, una fotografía mental del momento. Partiendo desde The Greatest, quizá su álbum más emblemático (aunque parte de su parroquia, elegiría alguno de los previos que tenían un carácter más indie), Chan Marshall deja una marca cada vez que sube a un escenario. Y a ver, no las vamos a citar todas, pero aquí van algunas de sus gestas. 

En directo deja una impronta difícil de borrar. Capaz de lo mejor y de lo peor, de lo regular y de lo irregular

Por ejemplo, coincidiendo con la gira de The Greatest, actuó en una versión de invierno de un festival barcelonés en el Auditori del Fòrum. Y ahí, con una banda descomunal a su lado, desplegó todo su arsenal: voz en plena forma, imagen salvaje y seductora, y unas canciones que volaban. A destacar, cuando cantaba, como se abalanzaba hacia delante con el micrófono, casi como si fuera una vocalista de hardcore neoyorquino de los ochenta. Era, por aquel entonces, un animal desbocado. Por otro lado, ha tenido alguna aparición surrealista, como la del Auditori en 2014 en la gira de Sun, con un concierto a todas luces inverosímil; ella se mostró caótica, descentrada e indescifrable. Es muy sencillo, si conectabas con sus locuras y sobresaltos, salvabas el concierto, pero aquella noche más de uno marchó antes de hora sin entender nada. Después, hubo un Cruïlla, el de 2016, en que tocó a media tarde. Recuerdo que al acabar, un periodista que además es buen amigo, me dijo: “Esto es lo más cerca que vamos a estar nunca de ver a Billie Holiday”. También pasamos por la gira de telonera de Lana del Rey, mucho antes de ser la Lana reinona que es ahora. Entonces, Chan estaba perdida y sin rumbo. O con su último disco con canciones propias, que ya data de 2018, el fantástico Wanderer, que la llevó hasta la Razzmatazz, y en que el problema fue la corrección excesiva, faltaba algo de esa mujer extravagante que desquicia (y también enamora). 

Una oportunidad única

Y como ella es una caja de sorpresas constante, tras otro disco de versiones en 2022 (Covers), un filón que explota con la seguridad de que esos productos le quedan siempre redondos, dejó a más de uno ojiplático con la nueva propuesta: Cat Power sings Bob Dylan: The 1966 Royal Albert Hall Concert. Poco o nada que añadir a la historia de ese concierto, que es sobradamente conocida. Y no solo por los entendidos en el vasto universo del de Duliuth. Esta propuesta surge el día que la llaman para ofrecerle un concierto en el Royal Albert Hall londinense el 5 de noviembre de 2022. Dicho esto, tardó pocos minutos en decidir que esa actuación sería una distinta a la habitual: interpretaría exclusivamente canciones de Bob Dylan. Y tocaría el mismo set list que su héroe interpretó en el templo de la música londinense a mediados de la década de los sesenta (aunque este sea un error histórico, en realidad fue en Manchester), momento cumbre que quedó inmortalizado en Bob Dylan Live 1966, The Royal Albert Hall Concert (The Bootleg Series Vol. 4). Sí, ese concierto dividido en dos partes, mitad de set acústico y segunda parte con banda y guitarra eléctrica. Sí, ese junto a The Band y en el que le tildaron de Judas. Un antes y un después en la historia de la música popular. 

Con el atrevimiento de Cat Power quedaba por adivinar cómo sería la interpretación, el modelo y la actitud ante un reto de esa envergadura. Y ciertamente, en ese disco Chan no defraudó

Sin embargo, con el atrevimiento de Cat Power quedaba por adivinar cómo sería la interpretación, el modelo y la actitud ante un reto de esa envergadura. Y ciertamente, en ese disco Chan no defraudó, al contrario, todo han sido parabienes. Incluso la elección para la portada: el retrato es hermoso y magnético. Con lo cual, contando con que cada concierto suyo es siempre un rompecabezas, esta vez la cita tenía ese carácter exclusivo: esto era ahora o nunca. Es decir, no habrá muchas más oportunidades de vivir esta puesta en escena de Chan. O sí, pues visto lo cómoda que está en el papel, podría jubilarse haciendo esto. Esta vez la extravagancia fue prohibir el acceso a todos los fotoperiodistas. No hay fotos del concierto.

Vestida toda de negro, con un atril y unos zapatos que estaban todavía por moldear (le costaba dar dos pasos sin miedo a caer en un precipicio). De todos modos, en esta primera parte del concierto, no necesitó andar mucho. Eso sí, aparte de frasear con estilo y maestría, no para de mover las manos, abre los brazos como si fueran las alas de un ave gigante, se pone la mano cerca de la boca para recrear efectos de voz. El repertorio de gestos es inagotable. En Visions of Johanna serpentea por la canción como si fuera un reptil, y en Desolation row paladea cada sílaba como si fuese la última que pronuncie en vida. Cuando llega Mr. Tambourine Man ella y sus dos acompañantes (maravilla como sonaba la armónica) van como un tiro, se la ve feliz y henchida por el orgullo. 

Te gustaría vivir permanentemente y hasta la eternidad dentro de ese concierto; que un día te lo cante Dylan y al siguiente Chan

De hecho, al cambiar de formato, verbaliza un “bailar, bailar” en castellano. De repente, contando con Chan, son siete sobre el escenario, y aquello coge otro tono. ¡Ha llegado la electricidad! Pero hoy, nadie se queja, nadie se indigna. Conocemos el guion y lo aceptamos. Ella se santigua, mira al cielo e inclina su cuerpo, sonríe a ratos y, por fin, se quita los zapatos. Necesita sentirse libre, esto ha cogido velocidad de crucero y no quiere corsés. Justo en ese tramo en que pierdes por completo la noción del tiempo, piensas que te gustaría vivir permanentemente y hasta la eternidad dentro de ese concierto; que un día te lo cante Dylan y al siguiente Chan (que por cierto, qué manera de modular y jugar con ese timbre tan particular que atesora). Con Like a rolling stone como despedida (antes cayeron gemas como Just like Tom Thumb's blues o Ballad of a thin man) y gracias a un público que había sido sumamente respetuoso (y silencioso), tocaba celebrar la gesta: todos están puestos en pie cantando ese estribillo, una y mil veces adaptado, pero nunca antes como por esa chica rebelde de Georgia. Es el ser o no ser de Cat Power