Ah, el catalán, esta lengua nuestra que nos hace tan especiales y, a la vez, nos divide en bandos dignos de una serie de Netflix. Por una parte, nos venden que hay los defensores del catalán light y del catanyol, que parece que lo quieren hacer tan light como un queso de aquellos que al final no sabes si es queso o qué es. Y, de la otra, también nos dicen que hay los defensores del catalán heavy, con un purismo que haría temblar al mismo Pompeu Fabra. Preparad las palomitas, que hoy tenemos espectáculo lingüístico.

Ah, el catalán, esta lengua nuestra que nos hace tan especiales y, a la vez, nos divide en bandos dignos de una serie de Netflix

¿Quién tiene razón?

Empezamos por los defensores del catalán light, que son aquellos que defienden una lengua más cercana a la lengua que se habla, más abierta y quizás más desenfada, sin tener la normativa tan presente. Sería un catalán que no ve los barbarismos como auténticos sacrilegios, que utiliza anglicismos a diestro y siniestro y que es light incluso con los pronombres débiles o con otras estructuras gramaticales. Para estos partidarios del catalán light, la lengua tiene que ser flexible, adaptable y, sobre todo, fácil. "Total, mientras nos entendamos, ¿no?"

Para estos partidarios del catalán light, la lengua tiene que ser flexible, adaptable y, sobre todo, fácil

Pero no olvidamos los guardianes del catalán heavy, aquellos que aunque llueva a cántaros te corregirán por decir 'parking' en vez de 'aparcament'. Para ellos, la lengua es un tesoro sagrado, una reliquia que tiene que ser preservada como si fuera el Santo Grial. Cada palabra extranjera es una daga clavada en el corazón de su amor por la lengua. Son los que te regañan en Twitter porque has dicho 'cliquejar' en lugar de 'fer clic' y te advertirán de las graves consecuencias de utilizar palabras como 'hasta' en lugar de 'fins i tot' (és clar!).

La lengua es un tesoro sagrado, una reliquia que tiene que ser preservada como si fuera el Santo Grial

La gran cuestión es: ¿quién tiene razón? Si estuviéramos en un ring de boxeo, tendríamos un combate igualadísimo. Por una parte, los defensores del catalán light con su actitud relajada y permisiva, que ven la lengua como una herramienta de comunicación más que como un monumento intocable. Y, por otra parte, los defensores del catalán heavy, con su pasión por la pureza lingüística, que ven en cada palabra prestada una pequeña traición a su identidad.

Es importante preservar nuestra lengua y mantenerla viva, pero también tenemos que reconocer que las lenguas evolucionan y se adaptan a los tiempos

La respuesta, como siempre, probablemente se encuentra a caballo entre las dos posturas. Quizás tendríamos que dejar de ser tan inflexibles, tanto unos como otros, y empezar a entender y a leer mejor los contextos lingüísticos en los que se utilizan barbarismos o vulgarismos. Porque es importante preservar nuestra lengua y mantenerla viva, pero también tenemos que reconocer que las lenguas evolucionan y se adaptan a los tiempos. Al fin y al cabo, lo más importante es que nos podamos entender y comunicar efectivamente, sin convertir cada conversación en una clase de gramática o en una competición de anglicismos. Ahora bien, esta flexibilidad y esta tolerancia tienen que tener unos límites, unas normas que se adapten al contexto de cada situación comunicativa, y estos límites tampoco pueden ser la abolición de los pronombres débiles, la eliminación de todos los acentos diacríticos que quedan o la defensa de la escritura jeroglífica de los antiguos SMS. ¡Moderación y sentido común, caray! Así que, mientras continuamos esta batalla épica entre el catalán light y el catalán heavy, quizás es hora de recordar que la lengua es, primero de todo, una herramienta para unirnos y no para dividirnos. Total, "mentre ens entenguem, ¿no?"