Se apagan las luces y el final aún queda lejos. Hay niebla verdosa, como de pantano, y un leve zumbido. De pronto las voces de sirena resuenan in crescendo, atrapando a las decenas de marineros, de Ulises sentados en las butacas color rojo de la sala Barts. Las dos figuras pisan el escenario austero vestidas de blanco, cubiertas de cabeza, como dos figuras espirituales venidas del más allá. A penas se las ve, pero todo el mundo oye a Marta Torrella i Elena Ros. Todo el mundo de una sala casi llena escucha lo que Tarta Relena está empezando a decir.
Porque todo ocurrió en un teatro, en la Avenida Paral·lel de la preciosa ciudad de Barcelona, en el marco del Festival Grec de un miércoles por la noche, pero podría haver sucedido en Mallorca, Israel o Argelia. Nuestro mundo giraba aquí y en ese ahora, igual que el círculo de luz manipulado a remoto por alguien con fiebre rodeaba las voces y las convertía a ellas en el centro del universo. Para iniciar un viaje astral por el Mediterráneo y acariciar sus orillas. ¿Se puede ser promiscuo con las culturas de alrededor?
Tradición y millenial no son conceptos contrarios
Tarta Relena saben que sí, se puede. Son liturgia, pasión, un chaparrón de agua fresca en una tarde de mucho bochorno. Dos voces perfectamente empastadas a capella que visibilizan la tradición oral de los pueblos mediterráneos con un toque electrónico perfectamente superpuesto. En su Instagram definen su estilo como gregoriano progreviso o folk truenadito, quizás por la tableta que las acompaña en su actuación, o por el teclado, o por los samples y los loops que hacen retumbar los pasillos de madera y los esternones de la peña, ciudadanos del mundo durante una horita de tinglado.
Marta y Elena nos transportan en la cajita de música que tienen por cuerdas vocales. La covid-19 solo se percibe en las mascarillas de los asistentes porque aquí se puede viajar cerrando los ojos y sin pasaporte de vacunación. El ambiente que se crea pone los pelos de punta. Ahora estamos en Atenas cantando rebetiko en el puerto o en una taberna de mala muerte gobernada por marginados sociales. Y en el mismo momento, a más de 5.000 kilómetros de aquí, las mujeres afganas pashtun se reunen en grupos no mixtos para hablar de amor, de relaciones, de todo lo que sus maridos, padres o hermanos no les dejan. La única manera de expresar estos sentimientos es cantar o suicidarse y no se mueren porque cantan a través de Tarta Relena.
Mediterráneo en dos voces
Aplausos y algún que otro grito, ¡guapas!, dice una voz femenina en el público, las manos son la expresión de ambos cuerpos hieráticos cuando cantan. El blanco de las vestiduras ha sido sustituido por un vestido negro de lentejuelas. Y el círculo de luz gira y gira al compás, ¿dónde parará ahora? Puede que en una Iglesia protestante; sí, puede ser. O quizás en un cuerpo antiguo, el de Hildegarde de Bingen, monja alemana del siglo XII y la primera en todo el mundo de la que se conserva música escrita; escribió mucha inspirándose en las revelaciones que tenía en algún lugar sagrado donde recitaba (en latín) que “hoy, por fin, se nos ha mostrado eso que la serpiente ahogaba en la mujer y hoy brilla bajo la luz de la aurora, la flor de la virgen María”.
¡Y cuántas mujeres juntas en un escenario de 20 metros cuadrados, en un par de cuerpos de 50 kilos! Ahí, entre ellas, también está Safo, poetisa griega del siglo VI a.C, quien ha convertido la inspiración de este duo en el LP Fiat Lux - su segundo tras Intercede pro nobis. Referente sobretodo por la frase final del puzzle collage que han hecho con los textos que han encontrado: “alguien nos recordará incluso en otra época”.
También las flores de un patio andaluz de Jaén. Con sus paredes reproduciendo el eco de palmas y olor jazmín, cabellos negros de morillas y seis enormes ojos pantera que bailan bajo el poderío de Aixa, Fátima y Marién. También recovecos de la tradición sefardí, de la menorquina, de la catalana, del mismísimo García Lorca. Tarta Relena no es de ningún lugar porque es de todos. Podrían encasillarse pero les sale más a cuenta hablarnos del mundo que intentar adueñarse de él. Con la última nota los aplausos suenan robustos y fuertes. De hecho, la noche entera ha sido más que eso: un sonido eterno que ha aprendido a modular su volumen y que se ha rendido a los pies de dos voces angelicales. Amén.