Tarragona, año 714. Hace 1.310 años. El ejército árabe que, tres años antes (711), había iniciado la conquista de la Península, se acercaba a la ciudad. Y el arzobispo Próspero ordenaba su evacuación total. El abandono de Tarragona, la gran capital del cuadrante nordoriental peninsular desde la época romana (siglo II a.C.), sería la parte más visible de dos fenómenos que cambiarían para siempre el dibujo de aquella sociedad: la ruralización extrema y el exilio masivo al reino de los francos. Un cataclismo que pondría fin a una larga etapa de romanidad (siglos III a.C. a V d.C.) prorrogada durante la época visigótica (siglos V a VIII). Unas décadas más tarde (segunda mitad del siglo VIII), los carolingios y los descendientes de aquel exilio iniciarían la recuperación y reorganización del territorio, pero la nueva sociedad que surgiría ya no restauraría aquella romanidad perdida.

Mapa de los pueblos prerromanos de la antigüedad en la península Ibérica / Fuente: Universidad de Lisboa

Una tradición ancestral, recluida y oculta, que reaparece con el colapso de la romanidad

Esta historia es muy importante para entender el origen de nuestro corpus de tradiciones. Durante aquella etapa convulsa y anárquica —entre la ruralización y el exilio de la sociedad romanovisigótica y la posterior recuperación carolingia (714-801)— se produjo una eclosión de elementos de la tradición ancestral, que en el caso de la marca franca de Gotia (actuales Languedoc y Catalunya Vella) era de remoto origen noribérico y protovasco (las culturas que habían poblado el territorio desde la antigüedad). De hecho, este corpus de tradición ancestral nunca había desaparecido. Se había conservado recluido y oculto en el medio rural —pobre y marginal— que nunca había sido romanizado ni evangelizado (no había sido aculturado) y que se había convertido en el depositario de un corpus de tradiciones que, definitivamente rasgada la capa de la romanidad, reaparecía y se proyectaba con fuerza.

¿Qué era y qué representaba el 'tió'?

El 'tió' es un trozo de cepa que golpeamos con bastones y que caga golosinas. Pero, ¿qué representaba en el imaginario y qué simbolizaba en la cosmogonía de aquella sociedad rural, marginal y pagana? Pues aquella cepa, que era fruto de la acción de la naturaleza (era la rama de un árbol surgido de una semilla enterrada y de unas raíces emergentes), representaba a la Madre Tierra. Y a finales de otoño, con la finalización de las tareas agrícolas (a caballo entre los meses de noviembre y diciembre) se interpretaba que la Madre Tierra estaba agotada y entraba en la fase cíclica de hibernación (la cepa vieja). En aquel momento, el 'tió' (la Madre Tierra) entraba en los hogares con un doble propósito. Era acogido en agradecimiento por los frutos de la cosecha y era alimentado para encarar con fuerza el nuevo ciclo vital (la primavera).

Mapa de los convetus iuridici romanos en la península Ibérica / Fuente: Universidad de Berlin

¿Qué cagaba y qué representaba lo que cagaba el 'tió'?

El 'tió' caga golosinas. Pero no siempre ha sido así. En aquellas edad antigua y media que forjaron, mantuvieron y divulgaro esta tradición, el 'tió' cagaba alimentos que formaban parte de la dieta habitual, pero que eran muy valorados, por la precariedad que permanentemente amenazaba a aquellas sociedades. Las letras de los tradicionales villancicos catalanes —de origen medieval— nos revelan la composición de aquellas "cagadas": pasas, higos, nueces y olivas, y en las casas más acomodadas, un poquito de miel y 'mató'. Pero, ¿qué simbolizaba, en la cosmogonía de aquella sociedad rural, marginal y pagana, aquella "cagada"? Pues era la culminación del relato iniciado con la entrada de la cepa en la casa. El 'tió' (la Madre Tierra), agradecido por la acogida y por los alimentos, renovaba su compromiso con unos obsequios que simbolizaban la abundancia futura.

¿Por qué se golpeaba y qué representaba golpear el 'tió'?

Si no golpeamos el 'tió', no caga golosinas. Y, según la tradición, cuanto más fuerte golpeamos, más cantidad y más calidad cagará. En nuestro pensamiento actual, de fábrica científica, golpear el 'tió' puede parecer un ejercicio de violencia salvaje, no exenta de cierta dosis de sadismo, propio de aquellas sociedades asilvestradas de la antigüedad. Pero para aquellas sociedades iniciáticas —de pensamiento espiritual— que forjaron, mantuvieron y divulgaron esta tradición, ¿qué simbolizaba la acción de golpear el 'tió'? Pues era una forma natural de despertar al 'tió' (la Madre Tierra) que había hibernado desde que había entrado en las casas. Se le despertaba porque ya había llegado el año nuevo, que anunciaba un nuevo ciclo vital: la renovación, la reproducción y la perpetuación de todas las especies que formaban la comunidad de la naturaleza (el universo).

Representación de un grupo de niños haciendo cagar el 'tió' (1874) / Fuente: Revista La Llumenera

¿Por qué se quemaba y qué representaba echar al fuego el 'tió'?

En nuestra contemporaneidad, ha desaparecido, en buena parte, un elemento arquitectónico fundamental en las casas antiguas y medievales: la chimenea. Este elemento y todo lo que había a su alrededor tenía una simbología extraordinaria. Para aquellas sociedades antiguas y medievales, la chimenea era el elemento central de la casa. La chimenea servía para cocinar, para calentar la casa y para reunir al grupo familiar durante los largos, fríos y oscuros anocheceres de invierno. El fuego simbolizaba la luz (la representación de la vida), en contraposición a la oscuridad (que representaba la muerte), y la leña que en ella quemaba simbolizaba la renovación (el futuro). Por lo tanto, echar el 'tió' al fuego y atizar las llamas para asegurar su combustión era una acción del relato formado por el eje cosecha-hibernación-despertar-renovación-vida-abundancia.

La Madre Tierra y el Fuego, los protovascos y los noribéricos, en la base de nuestra tradición

Los elementos que componen la simbología del relato del 'tió' provienen de dos culturas que, en la antigüedad, se encuentran y se mestizan sobre el territorio del arco mediterráneo, entre los ríos Ródano (Arles) y Turia (València), del valle bajo del Ebro, entre la desembocadura y los Monegros, y de la cordillera pirenaica, entre el cabo de Creus y la cabecera del Cinca. Son los pueblos protovascos, originarios del Cáucaso. Y los pueblos noribéricos, procedentes de los Balcanes y radicalmente diferenciados de los suribéricos, procedentes de Anatolia y que se establecieron en el sur peninsular. La Madre Tierra (Ama-Lur) es un personaje primordial en la mitología protovasca I el fuego es un elemento primordial en la mitología noribérica (las hogueras de San José, encendidas por el solsticio de primavera, y de San Juan, encendidas por el solsticio de verano).

Mapa de la marca carolingia de Gotia / Fuente: Universitat de Barcelona

¿Por qué los catalanes hacemos cagar el 'tió' y los españoles no?

Estos pueblos (protovascos y noribéricos) se encuentran y se mestizan sobre un territorio que los romanos —que, al llegar a la Península, ven una comunidad cultural con una singularidad propiaagrupan y acotan dentro de unos límites administrativos y judiciales. Serían los conventus iuridici de la Tarraconense y de la Narbonense, los territorios que actualmente forman el Languedoc, Catalunya, la mitad norte del País Valencià y el tercio oriental de Aragón. Los territorios que fueron la cuna de la Catalunya medieval de fábrica carolingia y de vocación europea, radicalmente opuesta al resto de dominios cristianos peninsulares, singularmente periféricos. Por eso, los catalanes hacemos cagar el 'tió' y los españoles, que no provienen de nuestra tradición histórica, cultural y política, no.