Cadaqués, 5 de octubre de 1543. Un grupo de veintitrés naves piratas berberiscas con bandera corsaria otomana asaltaba la villa, la quemaba y secuestraba a los supervivientes de la masacre. No era la primera vez que Cadaqués era atacada. Pero sería a partir de la segunda mitad de la centuria de 1500, coincidiendo con la eclosión del poder naval otomano en el Mediterráneo, que el fenómeno se intensificaría. Durante un siglo, las naves corsarias berberiscas, procedentes de las plazas otomanas norteafricanas, devastaron docenas de pueblos costeros de Catalunya, del País Valencià y de las Illes Balears. El saqueo, la destrucción, la muerte y el cautiverio de los supervivientes —que, generalmente, acababan en los tablados de los principales mercados de esclavos del Mediterráneo meridional y oriental— convirtió el peligro turco en la principal amenaza de la Catalunya de 1500.
¿Quiénes eran aquellos corsarios?
Año 1453. Mientras Europa estaba sumida en una terrible crisis sistémica que anticipaba el fin de la Edad Media, los turcos otomanos, una tribu originaria de la estepa asiática, conquistaba Constantinopla. La caída del último testimonio del antiguo Imperio Romano de Oriente solo era el preámbulo de una inercia expansiva que llevaría a los turcos otomanos a dominar los Balcanes y el norte de África. En poco menos de un siglo, el Imperio Otomano se convertiría en una gran potencia militar y económica que disputaría el control del Mediterráneo a las potencias tradicionales: la monarquía hispánica (heredera de la Corona de Aragón), la monarquía francesa y las repúblicas de Venecia y de Génova. Y sería desde aquellos puertos norteafricanos que presionarían a sus rivales. Argel, Tlemecén y Túnez se convertirían en las bases de los grupos corsarios que sembrarían el terror en el Mediterráneo occidental.
¿Qué buscaban los corsarios?
La misión de los corsarios otomanos era obtener botín, en todas sus formas posibles. Y eso quiere decir que no se limitaban a saquear y a matar a los que se resistían. Una de las caras más desconocidas, y más trágicas, de ese fenómeno es el de la cautividad, en sus dos vertientes. Durante un siglo los corsarios otomanos sometieron a cautiverio a miles de personas. Y si bien no hay una cifra universalmente aceptada, la mayoría de los investigadores estiman que, en Catalunya, en el periodo de máxima intensidad, entre 10.000 y 20.000 personas fueron secuestradas. Muchas murieron en cautiverio. Otras, que pertenecían a familias con recursos, fueron recuperadas a cambio del pago de un rescate importante. Pero la gran mayoría, que no tenían familias con recursos, acabarían vendidas en los mercados de esclavos de Constantinopla, de Alejandría o de Argel.
¿Quiénes eran los esclavos?
Uno de los casos más trágicos y mejor documentados es el asalto y saqueo de Ciutadella (Menorca). Entre el 30 de junio y el 9 de julio de 1558, un grupo de unas doscientas naves corsarias bombardeaba y destruía la ciudad. La mitad de los 10.000 habitantes de la isla murieron o fueron sometidos a cautiverio. Las mismas fuentes confirman que los cautivos fueron vendidos, meses después, en los mercados de esclavos de Constantinopla, siguiendo el esquema clásico de esta sórdida actividad: los grupos familiares eran separados y dispersados para siempre. Ciutadella, sin embargo, no sería el único caso. Los dietarios de la Generalitat de la época revelan que Tortosa, Cambrils, Tarragona, Altafulla, Sitges, Premià, Vilassar, Canet, Calonge, Palamós, Palafrugell, Begur, Llançà y la citada Cadaqués —por mencionar algunos ejemplos— fueron atacadas, y parte de su población secuestrada, por la piratería turca.
¿Solo en las costas catalanas, valencianas y mallorquinas?
El radio de acción de la piratería berberisca abarcaba las costas de todo el Mediterráneo occidental. Son también especialmente trágicos los ataques contra pequeños pueblos costeros del Languedoc, de la Provenza o de las islas de Córcega y de Cerdeña. Por lo tanto, no se trataba de un fenómeno estrictamente catalán, pero sí es cierto que en las costas catalanas, valencianas y mallorquinas tuvo una incidencia especial. La razón que lo explica está relacionada con las políticas navales de la monarquía hispánica: con la llegada de Colón al Nuevo Continente (1492), la marina de guerra hispánica, responsable de garantizar la seguridad de las costas, se destinó a cubrir las rutas atlánticas que conectaban la Península con el continente americano; los turcos, que sabían que la capacidad de respuesta había quedado muy mermada, lo aprovecharon.
La economía de defensa
Los quince años que separan el ataque a Cadaqués (1543) del de Ciutadella (1558) explican muy bien la progresión del fenómeno. Las fuentes revelan que en Cadaqués los efectivos corsarios eran unos 2.000, mientras que en Ciutadella eran unos 12.000. Durante este periodo la Generalitat activó una política de defensa que, de rebote, impulsaría una actividad económica importante: la construcción o reconstrucción de torres de vigía (faros) y torres de defensa (refugios). También los dietarios de la Generalitat detallan partidas importantes para comprar armas de fuego, básicamente arcabuces, y distribuirlas a los somatenes (civiles armados), tanto de los pueblos costeros como de las villas situadas en el interior inmediato. La Generalitat dictó una legislación defensiva con el propósito de coordinar los somatenes, que, en ocasiones, no sería respetada por cuestiones de personalismos y de jurisdicciones.
Después de Ciutadella
El brutal incremento del fenómeno acabaría obligando a intervenir la a administración hispánica. Las fuentes documentales explican que en el asalto a Ciutadella (1558) la defensa ya estaba en manos de una pequeña guarnición militar hispánica que, entre otras cosas, pondría de relieve una esperpéntica descoordinación que acabaría de una forma trágica. Según estas fuentes, el comandante de la plaza, Miguel Negrete, sugirió la rendición, pero el regente de la gobernación, Bartomeu Arguimbau, anunció que había recibido el compromiso firme de auxilio del virrey hispánico de Catalunya, García Álvarez de Toledo, y de Mallorca, Guillem de Rocafull, y que había que resistir. Obviamente, las ciento cuarenta naves de la armada hispánica que tenían que impedir la carnicería de Ciutadella no llegaron nunca. El caso de Ciutadella, por su dramatismo, marcaría un antes y un después.
Los pueblos de mar y de arriba
Hasta trece años después de la tragedia de Ciutadella, las potencias navales mediterráneas no consiguieron frenar la escalada corsaria otomana; sería después de la batalla de Lepanto (1571). Pero la desconfianza que causaba la administración hispánica ya había cuajado. Los somatenes se veían incapaces de repeler los ataques corsarios, cada vez más frecuentes, más organizados y más dimensionados. Sería entonces cuando los pueblos situados en la línea de costa se desplazarían progresivamente hacia el interior, lo bastante adentro como para confiar su defensa a sus propios medios y recursos. En la etapa de máxima intensidad corsaria (1543-1571) y también posteriormente se reocuparon antiguos asentamientos provistos de elementos defensivos naturales: un antiguo castillo o una antigua torre situados sobre una colina. Serían los pueblos "de arriba" en contraposición a los "de mar", que fueron, temporalmente, abandonados.
¿Qué pasó con los cautivos?
Los rescates por los cautivos se convirtieron en una actividad muy lucrativa. También aquí, las fuentes documentales revelan que se desarrolló una sórdida actividad económica que trazaba un triángulo con sus vértices formados por los familiares de los cautivos, el intermediario que hacía efectivo el rescate y asumía los riesgos del viaje y de la negociación, y los secuestradores. Durante aquella etapa, los viajes con este propósito entre los puertos de Barcelona, Palma o Valencia y las mazmorras de Argel, de Tlemecén o de Túnez fueron bastante frecuentes. Generalmente se pagaban cantidades muy importantes, que incluían tanto el importe del rescate como la "prima de riesgo" del intermediario, por lo que esta posibilidad de redención solo estaba al alcance de los cautivos ilustres. Dicho de otro modo, los ricos que sobrevivían al cautiverio volvían a casa.
¿Qué pasó con los esclavos?
La gran mayoría de los cautivos no gozaban de esta posibilidad y los transportaban de la mazmorra al mercado de esclavos. Y si bien es cierto que este fenómeno impactó con tanta fuerza en la sociedad catalana de la época que la orden religiosa de los mercedarios creó unas "bolsas de limosnas" destinadas a pagar los rescates de las personas humildes, también lo es que la mayoría acabaron vendidas como esclavos. El tráfico de esclavos también era, en aquellos días, una actividad muy lucrativa y los corsarios otomanos no renunciaron nunca a él. Las mismas fuentes revelan que aquellos cautivos de origen humilde, es decir, pescadores, campesinos o menestrales de los pequeños pueblos de la costa, mayores y niños, padres e hijos, ya no regresaron nunca más y fueron subastados en los tablados de los mercados de esclavos de Constantinopla.