Arrancamos con Serra d’Or, revista editada por Publicaciones de la Abadía de Montserrat, leyendo el extracto de un texto de Damià Escuder sobre el LSD publicado en 1969: “¿Qué es el viaje? Es un salto en el tiempo y en el espacio. El hombre se puede trasladar a la época histórica, pasada o futura, presente en su inconsciente. El ácido sería, para entendernos, la materialización de una máquina del tiempo.” Pues bien. Ahora, a falta de un DeLorean como el de Regreso al futuro, cogemos el Seat 600 de carrocería pintada con dibujos psicodélicos que conducía Escuder, ponemos en marcha el ‘condensador de fluzo’ y cuando abrimos las puertas de ala de gaviota habremos viajado hasta abril del 2023, en una sala hasta la bandera del cine y cooperativa cultural Zumzeig. Aquí, a los jóvenes ‘del rollo’ se les dilatan las pupilas con la proyección de un documental del lisérgico concierto que Gong —la banda de rock progresivo capitaneada por Daevid Allen— ofreció en el altar del monasterio de Montserrat, en 1973. Acto seguido, un grupo que se diría recién llegado del Canterbury de los 60 y 70, los barceloneses Magick Brother & Mystic Sister, regalan un recital de belleza ancestral y eterna. Con ácido o sin él, la semana pasada hicimos un trip en el tiempo y el espacio con el Barcelona Psych Fest, el festival que celebra los sonidos triposos, las visuales calidoscópicas y las narrativas alteradas para poner al día la psicodelia.
El Psych Cult, el programa cultural de este festival eminentemente musical, amén de las actividades antedichas, incluía una exposición de cartelería psicodélica comisionada por Estudio Oscuro, el pase del documental Barcelona era una fiesta. Underground 1979-1980 (Morrosko Vila-San-Juan, 2010) con charla posterior entre el director, Canti Casanovas y Pepe Ribas, moderado por Merli Marlowe, y el ‘Psych Lit: Crónicas malditas de la Barcelona ácida’, una velada sobre narrativa calidoscópica y literatura alterada a cargo de Alejandro Alvarfer y un servidor, acompañados de la música en directo del ultratortillesco Panotxa. Y todo a fin de reivindicar el underground y la contracultura aborígenes, junto a las leyendas vivas y muertas más destacadas del subsuelo barcelonés —y hoy olímpicamente ocultadas— que a partir de hoy, dentro de las modestas posibilidades de esta trilogía de artículos, me dispongo a recuperar. Empecemos por la madre del cordero, el primero de la fila, el rey de la pista, el abuelo de todos, el visionario, el pionero del oeste, el padre de la psicodelia catalana y el primer hippy entre los Pirineos y el Valle del Ebro: Damià Escuder i Lladó (Sarrià de Ter, 1934 - Barcelona, 2011).
En Cataluña los tripis entraron de forma masiva a través del peregrinaje hacia las islas baleares de oleadas de melenudos holandeses y yanquis que hacían parada y fonda en la plaza Real de Barcelona
Del día de la bicicleta a los hechos del Palau
Casualmente (o no), mientras escribo estas líneas se cumplen 80 años que Albert Hofmann, químico de los laboratorios Sandoz (hoy Novartis), probara por primera vez el LSD que había sintetizado a partir del cornezuelo del centeno y, de vuelta hacia casa, bajo sus aerostáticos efectos, fuera el protagonista del paseo en bicicleta más famoso de la historia. Pero no seria hasta posteriores experimentos que tomaría conciencia del potencial “visionario”, e incluso terapéutico, del ácido lisérgico, un aspecto desarrollado entre los años 50 y 60 por diferentes departamentos universitarios de Psicología —en especial por el de Timothy Leary en Berkeley—. En 1968, sin embargo, toda tentativa de investigar los usos curativos del LSD se fue al garete cuando el gobierno lo prohibió ante los “peligros” que para “la estabilidad social” suponía el uso y abuso de esta sustancia por parte de la contracultura hippie. En Cataluña, los tripis entraron de forma masiva a través del peregrinaje hacia las islas baleares de oleadas de melenudos holandeses y yanquis que hacían parada y fonda en la plaza Real de Barcelona. Las autoridades franquistas, siempre a la vanguardia de la reacción, incluso prohibieron el ácido antes de que los americanos: en 1967. Tenía que ser otro químico brillante, gerundense en este caso, el introductor del LSD —y la revolución contracultural asociada a las drogas alucinógenas— en el Estado español.
Toma parte de los Hechos del Palau, con la mala fortuna de tener detrás a uno de los temibles y policíacos hermanos Creix, que lo llevan a los bajos de Vía Layetana donde apalizan ante sus narices a Jordi Pujol
Criado en el seno de una familia acomodada, hijo del Amor (literalmente, su madre se llamaba así: Amor), el pequeño Damià vio con angustia como los bombardeos destruían la farmacia de al lado de casa, y durante la posguerra, a base de lentejas, patatas y acelgas, tuvo que hacerse vegetariano por la fuerza. Todo ello, un inmejorable currículum de aspirante a hippy. En 1957, ya convertido en estudiante de Ciencias Químicas con incipiente conciencia política, lo expulsan un tiempo de la universidad a raíz del encierro de estudiantes en el Paraninfo de la UB. Tres años más tarde, junto a algunos activistas que había conocido jugando al ping-pong en las congregaciones marianas a Montserrat —la montaña mágica donde años más tarde peregrinarían los Gong—, toma parte de los Hechos del Palau, en los cuales entona el Cant de la senyera, con la mala fortuna de tener detrás a uno de los temibles y policíacos hermanos Creix, que lo llevan a los bajos de Vía Layetana donde apalean ante sus narices a Jordi Pujol y otros compañeros suyos de la oposición católica, junto a militantes comunistas. Después funda el FOC (Front Obrer Català), la policía lo pilla repartiendo octavillas y lo encierra un año y medio en prisión, donde lee The doors of perception de Aldous Huxley, The Dharma Bums, de Jack Kerouak (que Pedrolo traducirá al catalán unos años más tarde como Els pòtols místics) y centenares de libros de filosofía. Al salir en libertad, se licencia en Filosofía y Letras y viaja a Londres en pleno apogeo de los Beatles, donde filma películas underground en 8 mm de las manifestaciones contra la guerra del Vietnam.
Eran los tiempos de la dialéctica materialista y de los Estados Unidos llegaban los vientos de una nueva izquierda buscadora de una crítica profunda del sistema a través de nuevas terapias basadas en tesis freudianas, en la experimentación con drogas y los nuevos movimientos sociales que apostaban por una visión globalizadora del mundo. Fruto de este cruce entre el cosmopolitismo y el catalanismo fue el encuentro entre Escuder y los miembros de The Living Theatre, la compañía de teatro experimental neoyorquina, con quienes convivió el 1967 durante su primera visita a Barcelona para presentar Antígona. Cuando volvieron en febrero de 1977, Escuder convenció Julian Beck, uno de los fundadores del grupo y reconocido anarquista y pacifista, para que visitara a Lluís M. Xirinacs, plantado ante la cárcel Modelo, y apoyara a sus reivindicaciones.
A través de ellos conoció a Pau Riba (con quien conviviría en la comuna que este montó con Mercè Pastor en el Tibidabo) y a Jaume Sisa, de quienes fue su gurú, introduciéndolos a todos en el ácido
Hostia zen
A mediados de los sesenta, Damià Escuder forma parte —junto con Félix de Azúa, Ferran Lobo y Josep Florit— de la ‘Confraria de Bevedors de Vi’, un grupo de jóvenes filósofos considerado el primer “colectivo lisérgico” del Estado español, pionero en el consumo de LSD. Con ellos, Escuder acuñó el concepto “hostia zen”, que describía gráficamente el estado mental que puede provocar esta sustancia y que lo abocaría a pintar cuadros alucinógenos, de naturaleza naif, outsider, simbolista y ácida. El grupo psicodélico se reunía en un viejo caserón de la calle Pujada dels Alemanys de Girona, y en un bar de la Diagonal o la desaparecida librería Trilce cuando bajaban a Barcelona, lugar donde se celebró, en 1969, la primera exposición individual de arte de Damià Escuder con proyección simultánea de sus películas. Allí conocerá a Rosa Ribas, hermana de Pepe Ribas —fundador de la revista Ajoblanco y uno de los grandes difusores de la contracultura en España—, con quien mantendrá una larga relación sentimental.
"Damià era una persona que tenía muchos mundos —me explica Pepe Ribas—, y en Barcelona tenía básicamente tres: la librería Trilce, la Galería Nova (a quienes conoció a través de mi hermana) y la comuna de Fullà, en la calle Gènova. Allí conoció a todo el mundo: a Víctor Jou de Zeleste, a Joan Brossa, Javier Montesol, Anna Briongos, Ferran Fullà de Bandera Roja, Pau Malvido, pseudónimo de Pau Maragall... Él, cuando venía a Barcelona, o bien dormía en su 600, o en la comuna de Fullà. Cuando Lluís Racionero compró la Vila Montserrat, una casa de la familia de Brossa, en el 71, también iba. A través de ellos conoció a Pau Riba (con quien conviviría en la comuna que este montó con Mercè Pastor en el Tibidabo) y a Jaume Sisa, de quienes fue su gurú, introduciéndolos a todos en el ácido."
Canti Casanovas, antiguo editor de la revista Cantidades, exlíder de los Sniffers, leyenda viva del underground patrio y editor de la Web sense nom, me dice: “Damià merecería en cualquier ciudad de Europa un monumento con su Seat 600 con el cual hizo tantos quilómetros. Ha sido uno de los olvidados de la contracultura. ¡Tantos documentales sobre los 70 que lo ignoran olímpicamente, como si todo hubiera sido una fiesta en las Ramblas o en Canet de Mar! Sin duda, este hombre no solo fue pionero en probar el LSD y en escribir sobre la sustancia que permitía hacer viajes en el tiempo, también consiguió publicarlo en la prensa de la época. No solo era un activista político inagotable, sino un místico de la experiencia, un apasionado, personificación del arrebato que buscaba la síntesis entre religiones, entre el Occidente y el Oriente. Su recuerdo y obra hubieran podido ir a parar a la basura si no hubierasido por unas pocas personas que desde Girona se han movido en los últimos años para organizar la exposición “Damià Escuder. Todas las vidas”. Con un cuadro suyo y una reproducción de los artículos que publicó sobre el LSD, en reconocimiento a su persona, empezamos también la exposición ‘Underground y contracultura en la Cataluña de los 70’, del Palau Robert”. Pepe Ribas añade: “Quería transformar la cultura catalana en una cultura importante, porque consideraba que estaba muerta.” En efecto, Damià Escuder fue un visionario: Cataluña será lisérgica o no será.