Juan Luis Cebrián Echarri tiene, en realidad, 71 años. Hay que insistir en su edad, porque esta semana parece que tenía treinta más (o menos). Cebrián es el presidente del grupo Prisa, la editora del diario El País, del que fue director-fundador. Eso es mucho. En ese diario se han reflejado todos los diarios españoles y muchos europeos y latinoamericanos. ¡El País de Janli Cebrián y Jesús de Polanco! Allí se practicaba el periodismo que los profesionales hoy mayores de 45 anhelaban hacer cuando tenían 25. Cebrián armó y dirigió esta máquina informativa nunca vista antes en España sin haber sido él mismo un reportero o un corresponsal de los que impactan por sus primicias, titulares o presencia. Era un editor, en el sentido americano de la palabra.
Es una gesta colosal, considerando los altísimos niveles de testosterona y trofeos de caza que este oficio exhibe y reclama; un planeta profesional donde los periodistas alfa hacen de periodistas alfa hasta más allá de los 70 años (en las ruedas de prensa del Congreso o de La Moncloa se ve todavía algún/na que fue algo hace 20, 30 años que ni pregunta: directamente da consejos al político). En este mundo, a Cebrián ni se le veía ni oía, pero se le notaba y sentía. Un editorial de condena o una crítica reprobatoria y habías palmado. Era la muerte civil. Cebrián era un faraón, un dux, un mandarín. El País, su diario, era Alejandría, era Venecia, era Pekín.
El País no era sólo el metro de platino iridiado del periodismo. También era el pulgar del emperador.
Este martes, Cebrián ha decidido "emprender acciones legales" en nombre propio y el de Prisa, contra La Sexta, El Confidencial y El Diario. Los acusa de difamarlo "con clara intención de vincularlo con los denominados papeles de Panamá, en los cuales no aparece," según el comunicado oficial. Aparece su ex mujer, como también la mujer de Felipe González. Todo se ha disparado.
El hombre también ha ordenado que los periodistas que trabajan para Prisa dejen de colaborar con La Sexta (el canal progre del grupo Atresmedia) y que se suspendan las colaboraciones en la cadena SER, también propiedad de Prisa, del director de El Diario, Ignacio Escolar, y del miembro del consejo editorial de El Confidencial, José Antonio Zarzalejos.
Es una reacción tan 1986. Tanto, que el comunicado de Prisa no se priva de recordar corleonescamente a las cabeceras díscolas que "se les había avisado antes".
El efecto ha sido el opuesto. Siguen publicándose más informaciones sobre las amistades peligrosas de Cebrián, aunque él no aparece en los papeles de Panamá. Hoy por hoy, no hay nada ilegal. Todos los hombres como él tienen amigos, conocidos y saludados que no serían el mejor yerno. Celebró fin de año con un tipo que le ha regalado el 2% de una petrolera en Sudán del Sur y que sí aparece en los papeles. ¿Y qué?
Cebrián, sin embargo, se ha dado cuenta de que el estilo con que se abordan en España los papeles de Panamá (y casi cualquier otro papel) hace pensar al lector de todo... aunque la literalidad de las palabras no acuse. En este caso se le asocia con otros a quienes el consenso social estigmatiza o pueden ser delincuentes. Automáticamente, queda contaminado.
Son técnicas del periodismo de sospecha que el mismo Cebrián conoce bien.
La profesión le vuelve la espalda. Incluso la Asociación de la Prensa de Madrid, la cosa más corporativa, ha "reprobado" a Cebrián. Escolar, que colabora con la SER desde 2006, recoge ahora mismo la solidaridad de la profesión, incluidos otros damnificados por Cebrián que pasaban por allí. Hay una nueva épica y el exdirector de El País se encuentra en el lado oscuro de ese relato. "No me arrepiento de lo publicado por el periódico que dirijo, a pesar de las consecuencias; he cumplido con el deber que exige nuestra profesión", ha replicado Escolar.
Para más inri, los responsables del Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ), que han investigado los papeles de Panamá, ni ofrecieron la filtración a El País. Buscaron otros medios, cuyos jóvenes tigres no tienen ni memoria ni miedo ni respeto por el viejo establishment periodístico de la Transición. Ni mochilas. En El País ha costado mucho digerirlo. Sin embargo, meh, la indignación del diario global en español, como dice su lema, sólo genera sarcasmos:
Ha costado pero por fin nos citan. pic.twitter.com/2B3H23NVBI
— Pablo López Learte (@plopezlearte) 25 de abril de 2016
Cabe decir que Escolar es hijo de Arsenio Escolar, uno de los que acompañaron a Cebrián en la aventura de relevar al establishment franquista. Tampoco se ha librado de recibir algún pescozón por este caso. No es nada. El viento le va de cola: El Diario estaba, como El País, fuera de los beneficiarios de la filtración de los papeles y, gracias a la desproporción de Cebrián, ahora ya es otro protagonista más. Bien que lo sabe Escolar, cuya réplica concluye echando la red: "Con la ayuda de los socios vamos a continuar, le pese a quien le pese; por mucho que nos quieran callar". Clica el último enlace y entenderás de qué va.
Nada refleja mejor qué ha sido El País y cómo pasa el tiempo que el editorial "Se van a enterar", del 12 de noviembre de 1987, con Cebrián de director. El teatral actor teatral Josep Maria Flotats había reaccionado con uno de sus típicos ataques de divismo a una crítica del diario y quería vetar al periodista. El diario asó a Flotats a fuego lento durante más de un mes. El editorial fue sólo la señal de ataque. El párrafo final cierra un crescendo épico: "Pues la muy hispánica y racial manía del veto, el palo y tentetieso y el se van a enterar, fruto exclusivo de la envidia y el pesar por el bien ajeno, ha causado ya demasiados estragos en nuestra depauperada comunidad cultural".
Cebrián se quedó parado en este momento, treinta años atrás, y ahora es él quien representa "la España del se van a enterar".
Eso es lo que está muriendo. No es la primera vez que el medio decide prescindir del colaborador, pero la reacción de la profesión esta semana indica que se ha dado vuelta a la tortilla. El periodismo español está cambiando de referentes y El País, de momento, no figura entre ellos. La sobrerreacción de Cebrián, confundiendo Prisa y su persona y saliendo a dar patadas a la mesa y a las sillas del sector, acelerará este cambio y ayudará poco al diario. Están matando al emperador.