Cèlia Cernadas es una persona superagradable. Lleva la sonrisa estampada en los dientes, como un vinilo permanente. Y tiene algo de alumna aventajada: se pasea con apuntes y notas sobre el primer libro que acaba de publicar para estar atenta a todo, siempre alerta, preparada para sacar el sable de la sabiduría. Porque lo cierto es que Cèlia sabe un montón de cosas y lo mejor es que ella no se mira con los ojos de la mujer más lista. Que viva la humildad y las personas sanas, relucientes, especialmente en este mundo nuestro del periodismo lleno de sapos empeñados en parecer príncipes.

De Cèlia se sabe mucho de su voz porque lleva 20 años algo intermitentes en la sección de internacional de Catalunya Ràdio, su casa, el lugar que le ha permitido cubrir conflictos y vivencias alrededor del mundo como enviada especial, en Bosnia, Síria, Irak o Bolívia, el medio que le dio la oportunidad de ser corresponsal dos años en Estados Unidos, y también para el que cubrió casi por accidente la guerra de Ucrania, un despropósito que sus ojos no olvidan. Acostumbrada a hacer equilibrios entre el directo y la prisa, se estrena con Fora de focus (Ara Llibres) para matizar sus vivencias con tiempo, siempre con el objetivo de que el lector abra los ojos y la mente y se deje mecer por un mundo lejano que a ella le tiene el corazón robado. Se nota por como habla, por como agita los ojos curiosos cuando te escucha: le brota la pasión por los poros.

Foto: Carlos Baglietto

De la radio a hacer un libro.
La verdad es que a mí me encanta escribir y siempre pensaba que algún día escribiría alguna cosa, pero no sabía muy bien qué, y no encontraba nunca el momento de hacerlo. En febrero del 2021 estaba en Ucrania cuando empezó la guerra y estar allí cuando estalló el conflicto concentró muchísima atención sobre nosotros. Durante aquellos días recibimos una gran avalancha de mensajes y nunca había vivido una situación similar. Por dos razones: nunca había estado en un país donde estallaba una guerra —aunque en Ucrania ya había una guerra en el Donbás— y mi trabajo nunca había recibido tanta atención. Eso me hizo reflexionar mucho a la vuelta. Este año se han cumplido 20 años desde que hice la primera cobertura internacional, que fue en Siria e Irak, y pensé que podría recuperar, rescatar y reescribir las coberturas que más me han impactado. Y sobre todo hacerlo desde otro punto de vista.

¿Por qué no has escrito nada sobre Ucrania?
Mucha gente me lo pregunta. Cuando volví, fui a muchos sitios a explicar la experiencia y sentía que me repetía. Tampoco quería vivir de la historia de la experiencia de Ucrania, y además era una vivencia que se centraba mucho en nuestra persona como periodistas, y la verdad es que yo no quería ser más protagonista de esta historia. Creo que es una historia que quiero dejar descansar en el cajón.

Imagino que fue duro estar ahí.
Ucrania me impactó mucho. Es que es muy difícil explicar lo que sientes, e imagínate a los ucranianos. Estuvimos en Kiev y todo era movimiento: teatro, restaurantes, librerías, bares. Vuelves al cabo de una semana y es una ciudad fantasma, no hay nadie por la calle, está todo cerrado. Toque de queda y sirenas antiaéreas sonando todo el día. Es fuertísimo como de golpe tu vida es huir, y la gente empieza a subir a trenes, o se queda arriesgando la vida, o hay familias separadas, o viviendo en sótanos y búnkeres, o en el metro. Hostia, para mí fue un impacto. No lo olvidaré nunca, fue muy fuerte.

Empecé haciendo internacional desde que mi hija era muy pequeña, tenía meses, y mucha gente me decía: "Hostia, ¿cómo te puedes marchar?". Para mí era una pulsión, no podía decir que no

¿Tú siempre has querido ser periodista?
Yo quería viajar y quería escribir. Era muy buena estudiante y mi padre me decía que tendría que ser jueza. Estuve a punto de matricularme en Derecho y pensaba: "uf, qué rollo, no me interesa nada". Afortunadamente he podido hacer lo que yo quería a partir del periodismo, que era lo que más se acercaba a lo que yo soñaba. Si me hubiera tocado hacer otro trabajo dentro de la profesión, quizás no me hubiera sentido satisfecha por la elección. Empecé haciendo internacional desde que mi hija era muy pequeña, tenía meses, y mucha gente me decía: "hostia, ¿cómo te puedes marchar?". Para mí era una pulsión, no podía decir que no.

¿Qué ha pasado con el periodismo y la prisa?
El primer capítulo largo que hay en el libro es el de Bosnia y empiezo diciendo que la prisa es enemiga de muchas cosas. Las crónicas que a mí me gusta hacer son bastante incompatibles con esta prisa. Si tú vas a cubrir un conflicto y hablas con personas víctimas de mil cosas —violaciones, conflictos armados, post-conflictos, que han vivido un genocidio, que son migrantes que han llegado después de uno perecedero horroroso desde sus países—, no puedes aproximarte a esta gente y decirles que te expliquen su vida. Eso es imposible: la gente se puede cerrar y no responde de la misma manera si no le das el tiempo para digerir. Para mí eso ha sido realmente angustiante como periodista. No puedes ir con esta prisa por el mundo. Requiere tiempo ganarse su confianza. La gente te está prestando su vida y momentos muy duros. Tú no lo harías con una persona que acabas de conocer y eso es lo que pretendemos muchas veces como periodistas. O ponerles un micrófono delante en situaciones de dolor que no respetan ni siquiera el mínimo. Yo lo encuentro muy difícil, a mí me genera muchos conflictos internos.

¿Te has llegado a sentir mala persona haciendo tu trabajo?
Sí, hay un momento que lo digo en el relato de Bosnia, que incluso te puedes sentir un poco ave rapaz; ve un cadáver, baja, se lo come y se va. Parece que estés allí para robar aquellas historias porque tú necesitas escribir la tuya. ¿Pero tengo derecho a hacer eso? Muchas veces hablas con gente muy vulnerable, que quizás no ha ido a la escuela y que, por lo tanto, sus mecanismos de argumentación no son los mismos, y tienes que respetarlo. Tienes que encontrar la tranquilidad, el tono y el tiempo para abordar estas situaciones de vulnerabilidad que pueden ser de muchos tipos. Yo a veces he dicho: no sigo preguntando. Y he dejado el micro y me he sentado al lado de la persona, que es un pequeño relato que hay en el libro sobre personas migrantes en Canarias. El chico empezó a hablar conmigo y la conversación fue fluyendo, pero yo no me sentía capaz de ponerle el micro delante. Es que es muy violento, porque es un ataque a la intimidad que yo no toleraría.

Foto: Carlos Baglietto

¿Y nunca te han dicho nada desde los despachos?
Yo puedo decir que trabajando en Catalunya Ràdio tengo los medios que necesito y me tratan muy bien. Hay una comprensión. Ahora en las últimas coberturas, igual vamos al sitio y durante dos días todavía no radiamos, recogemos material. Piensa que en muchas de las coberturas que hago no hay nada pautado, y para construir el relato tienes que hablar con gente y recoger inputs. Las mejores historias normalmente te las encuentras, y para todo eso hace falta tiempo. No tengo ninguna queja, hay una sensibilidad en la casa, aunque haya momentos que yo realmente lo he vivido con angustia.

¿Ha cambiado mucho la presión para hacer las coberturas en 20 años?
Sí, es obvio. Hace veinte años, solíamos hacer piezas más cortas. Ahora las crónicas de radio son una parte del trabajo, pero después hacemos crónicas de muchos tipos y formatos, reportajes, conversaciones, crónicas cortas, stories de Instagram, reels, tuits, textos web... Es una locura. Yo siempre digo que tendría que ser un pulpo y tener 8 manos. Pero no creo que todo sea negativo en este sentido. Creo que las redes sociales han abierto un canal muy interesante para comunicarte con audiencias que no escuchan la radio. A mí me gusta mucho porque tengo mucho feedback y puedo utilizar otros soportes que complementan mucho lo que estás explicando. Pero es cierto que la complejidad va creciendo y la demanda es mucho más alta. Es un mundo acelerado, pero hay cosas que requieren su tiempo. Si quieres hacer buenas historias tienes que poder pensar y digerir, eso es innegociable.

Si quieres hacer buenas historias tienes que poder pensar y digerir, eso es innegociable

Innegociable, pero la mayoría de los profesionales no trabaja en condiciones óptimas.
Yo soy una privilegiada con respecto a la mayoría de gente que hace este tipo de coberturas, porque yo siempre tengo el apoyo de mi empresa y tengo los recursos económicos necesarios. Pero yo en mis coberturas me he encontrado muchísimos freelance que no tienen absolutamente ningún tipo de back up, van con unas condiciones muy difíciles. El periodismo se ha precarizado mucho y la gente, para abrirse un agujero en la profesión, coge riesgos que requieren unas condiciones o un seguro determinado. Y no hablo solo de conflictos armados. Hay toda una serie de logísticas que se tienen que tener en cuenta a la hora de hacer estas coberturas. Traductores o fixers, que son una figura muy importante y que a veces no tienes porque son muy caros. A mí hay mucha gente que me ha ayudado a cambio de nada y lo agradezco especialmente, porque muchas veces no hubiera podido hacer bien la cobertura sin esta ayuda. El enviado especial es diferente a un corresponsal, porque tienes solo una semana pero el primer día ya tiene que parecer que eres muy experto en aquello.

¿Crees que hubieras podido hacer tu trabajo igual en un medio privado?
No lo sé, depende del medio. Yo tengo compañeros de La Vanguardia que pueden trabajar muy bien en lo que hacen y compañeros de televisiones privadas que tienen condiciones muy precarias, o muchas televisiones privadas que ahora ya no envían a gente de plantilla, sino que cogen a freelance para hacer las piezas. De estos he conocido muchísimos y para estos periodistas es muy duro. Ellos necesitan enviar muchas crónicas para pagarse todos los gastos que les está generando el viaje. Es una tensión terrible.

¿A los periodistas nos cuesta hablar de nuestras propias vulneraciones?
Yo creo que quizás no hay un sentimiento de colectividad como en otras profesiones, es posible. De hecho, el Col·legi de Periodistes se ha centrado mucho los últimos años en el tema de la precariedad laboral. Twitter también es una herramienta. Cuando mataron a la cooperante Emma Igual hace unos días, había una compañera de profesión que estaba en el hospital de campaña donde llevaron a los heridos aquella tarde. Ella tenía unas fotos muy duras, las colgó en Twitter y explicó que la llamaban algunos medios españoles diciéndole: "hola, utilizo tus fotos y cito tu nombre". Y ella decía: hombre, pues págame las fotos, porque yo me estoy jugando la vida para tenerlas. Eso es intolerable. El trabajo se tiene que pagar.

Foto: Carlos Baglietto

No es un caso aislado.
Pasa muchísimo. Y no solo el uso indebido del material. Hay gente que acaba de salir de estudiar y dice que se va a Ucrania porque cree que eso le dará visibilidad. Hay unas cosas previas que tienes que hacer para ir a una guerra. Primero, tienes que tener una cierta experiencia de vida, creo yo, y aun así nunca estás exento de ningún riesgo. En absoluto. Mueren periodistas superveteranos en conflictos. Y para mí la culpa es de los medios, que se aprovechan totalmente de estas circunstancias para explotar a la gente y que esta tome decisiones que muchas veces son muy arriesgadas para ellos. Hay situaciones muy difíciles de cubrir y tienes que tener una cierta fortaleza mental, porque escuchas historias muy, muy duras. Yo he llegado alguna vez a mi casa y he dicho: no puedo más, no puedo más de como es el mundo.

¿Te ha costado gestionar este privilegio?
Hay una cosa que se dice el síndrome del privilegiado. Yo viví un año en Bolivia. Allí hice como una auto-revisión de mí misma. Cuando te encuentras como un absoluto privilegiado en un país con aquella desigualdad extrema, con la riqueza y el lujo absurdo de unas ciertas capas sociales, te obligas a auto-revisarte porque, y es una cosa que tengo clara, todos tenemos prejuicios y estereotipos. Todos. Cuando yo fui a Bolivia, te bien juro que no me imaginaba en absoluto lo que me encontraría. El contraste entre lo que yo me había imaginado y lo que encontré fue brutal, bestial. Me tuve que reubicar muy rápido. Había momentos superabsurdos, con aquellas casas de lujo y desprecio por los indígenas, que realmente se me hacía muy incómodo. Pero tampoco creo que nos podamos autofustigar todo el día. Sí que podemos influir en cómo afrontamos eso como periodistas, en qué explicamos y dónde ponemos el foco, y ser conscientes de que la gran mayoría del planeta vive en la periferia. No solo geográfica, sino fuera del foco de los medios, de la periferia de la toma de decisiones, de las prioridades de los gobiernos y de lo que nosotros tenemos presente en nuestro día a día.

Pues la percepción es que la gente cada vez se mira más el ombligo.
El mundo está confrontando una situación de muchísima incertidumbre, hay unos retos transnacionales enormes sobre la mesa que se tienen que abordar con cooperación entre países, y que son retos que pueden ser un poco definitorios del futuro. La crisis climática, esta desigualdad que va en aumento y que puede ser fruto de mucha contraactividad social, las migraciones, como se gestionan las fronteras. La pandemia. Todo eso creo que ha generado un miedo entre la gente. Después hay políticos y partidos muy interesados en fomentar este miedo, porque la gente entonces reacciona encerrándose en sí misma. Creo que esta no es la solución, creo que tenemos que abrir más los ojos y ser cada vez más conscientes, necesitamos mirar fuera de nosotros y ver qué está pasando en el resto del mundo.

Cuando te encuentras como un absoluto privilegiado en un país con desigualdad extrema, te obligas a auto-revisarte

¿Tú no te has inmunizado contra la desgracia?
El riesgo de inmunizarte es el típico riesgo que siempre sale a la luz cuando hablas de coberturas. Es un riesgo que tenemos todos y creo que eso pasa bastante, por ejemplo, en el tema de las migraciones. Mucha gente te dirá que las migraciones no interesan. El reto como periodistas que hacemos estos temas es intentar superar esta barrera de "ya me he cansado de hablar de este tema" o "todas estas historias se parecen". Y es cierto, se parecen mucho todas, pero en muchos casos son historias de desposeimiento total. Tenemos que intentar buscar una manera de darle la vuelta y que la gente siga interesándose por lo que pasa. Tienes que mantener abierta tu capacidad de empatía, no nos podemos permitir que las cosas nos dejen de emocionar. Quiero que a partir de estas coberturas la gente entienda un poquito más el mundo a partir de anécdotas, y yo pienso que los detalles y los matices son únicos en la vida. La prisa va en contra de los matices y de los detalles, y eso es lo que me irrita tanto.

No has perdido la capacidad de sorprenderte.
Es que siempre hay cosas diferentes o tienes que intentar buscar la forma de explicarlo de otra manera. Pienso en la cobertura migratoria y también en el tema de la crisis climática. Es un tema que a la gente la angustia mucho, estos panoramas apocalípticos. Es parte de la responsabilidad de los periodistas intentar explicarlo sin caer en el titular fácil y superalarmista, ser pedagógicos. En el caso de la migración, por ejemplo, contextualizarla. Cuando decimos que han llegado 180.000 migrantes este año al Mediterráneo, en Europa, en lo que llevamos de año, ¿qué quiere decir? ¿Es mucho? ¿Es poco? ¿O corresponde a lo que serían movimientos migratorios normales? ¿Por qué ahora de golpe nos alarmamos porque han llegado a 10.000 personas en Lampedusa? ¿De verdad no podemos absorber a 2.000 personas? Tenemos que intentar entender más allá de los fenómenos y hacer noticias positivas sobre qué se está haciendo.

Viendo cómo está el patio, ¿lo que dices no ha quedado solo en el idealismo?
No quiero sermonear a nadie, cada uno hace lo que quiere y puede. Y sí, sigo pensando que el periodismo tiene que tener una parte de idealismo. Pero ser periodista no es lo mismo que ser activista. No estamos aquí para hacer activismo por una causa, pero sí que tenemos un grado de responsabilidad muy alto a la hora de escoger qué historias explicamos, como las explicamos y como contribuimos a su mejor comprensión para no quedarnos en la superficie, que es lo más fácil pero no ayuda a comprender nada, porque la gente se queda con unos inputs descontextualizados y es cuando las cosas se entienden solo a través de las emociones. Y gestionar la migración o la diferencia racial a través de la emoción es peligroso. Intentemos ver datos, conocer gente y hablar para no reaccionar solo desde el intestino y el estómago. No tenemos que renunciar a esta responsabilidad. ¿Qué conseguimos con eso? Quizás no está en nuestras manos, pero yo creo que lo tenemos que intentar. El día que ya no crea en ello, no sé si querré seguir trabajando de esto, porque tengo que pensar que el esfuerzo sirve para algo.

Foto: Carlos Baglietto

Los últimos años te has especializado, precisamente, en flujos migratorios.
Fue en 2017, el año del 1 de octubre. Solo se hablaba de política y para los que nos dedicábamos a internacional fue duro porque no pintábamos nada. Buscaba un nuevo foco de atención, y el tema de la migración siempre me ha interesado, es un tema que está encima de la mesa desde siempre. Esto ha coincidido en un momento de gran incertidumbre mundial, con partidos políticos de extrema derecha que propugnan este repliegue interior en las fronteras y el rechazo a lo que es de fuera. Y eso lo tenemos en Europa, en los Estados Unidos de Donald Trump, y lo teníamos en Brasil, con Bolsonaro. Si hablas con cualquier experto de migración te dirá que el mayor volumen de migrantes no viene del sur global y de países con una religión diferente a la nuestra: hay más migrantes que llegan a Europa por avión, pero no los identificamos. Pero este discurso se ha ido legitimando y genera este miedo, y tenemos que luchar en contra. El discurso del miedo no aporta nada y es nefasto para los retos que tenemos. La migración es una cosa que ha existido siempre; mi padre emigró a Alemania porque vivía en un pueblo de Galicia que era muy pobre, y gracias a eso se pudo construir una nueva vida. Asumamos eso y después exijamos a nuestros gobernantes que creen unas políticas eficientes y humanas.

Haznos un resumen para dummies de cómo está la situación de la migración ahora en Europa.
Europa no lo tiene fácil para gestionar bien este tema. El primer planteamiento que está sobre la mesa para el nuevo pacto migratorio de la Unión Europea es imponer lo que no ha funcionado hasta ahora, que es la solidaridad entre estados miembros, las cuotas, porque hay unos países que son receptores por su posición geográfica, como son España, Italia y Grecia principalmente, que reciben el grueso porque son los primeros que hay. Pero es obvio que se tendría que poder repartir de forma solidaria entre los estados miembros, y esto no funciona. Ahora la propuesta es imponer estas cuotas bajo pena de penalización. I Giorgia Meloni —primera ministra italiana— dice que no quiere las cuotas de solidaridad porque no lleva a ningún sitio y que directamente quiere que los migrantes no vengan. Esto no pasará. Los migrantes lo intentarán, porque la gente no migra por placer ni para fastidiar a nadie. La gente migra porque lo necesita.

Si hablas con cualquier experto de migración te dirá que el mayor volumen de migrantes no viene del sur global y de países con una religión diferente a la nuestra: hay más migrantes que llegan a Europa por avión

Y los deshumanizamos pensando que ya están acostumbrados, que nosotros lo pasaríamos peor.
Yo cito una frase al principio del libro de una escritora camerunesa que me gusta mucho: "El ser humano es igual en todas partes; el resto es puramente decorado". ¿Cómo podemos asumir que hay países o poblaciones que, por defecto, están acostumbrados a vivir con guerra? ¿O que ya están acostumbrados a que los bombardeen, los secuestren, o a morirse de hambre? No, ningún ser humano está preparado para eso. Pero es obvio que cuando tienes que afrontar esta situación año tras año creas una resiliencia, y yo he admirado mucho la resiliencia que hay en muchas personas. No hay nadie que por defecto esté acostumbrado a vivir siempre en una situación de conflicto o de sufrimiento.

Hace poco murió Ramón Lobo, nos estamos quedando sin referentes en materia de periodismo internacional. Quizás te toca a ti.
No, no, no. (risas)

Cada vez hay menos gente que tenga 20 años de experiencia cubriendo todo tipo de países.
Es verdad que creo que tengo una experiencia, pero yo no quiero ser modelo de nadie. Lo que sí que me gusta es dar clases o dar conferencias, y compartir lo que yo he vivido. Y si a la gente le sirve para aprender cosas o resolver dudas que pueden tener a la profesión, yo estoy feliz, pero no quiero ser rol y modelo de nadie. No va con mi carácter. Pero es bueno tener referentes, y quizás ahora cuesta más fijarlos porque todo es mucho más rápido. Si tú tienes múltiples fuentes de información, te cuesta fijarte en una persona. Cuesta más construir mitos y referentes de peso, pero los hay.