Nadie puede decir que no ha escuchado a los Rolling Stones. Nadie en su sano juicio puede reconocer haber vivido ajeno a (I can’t gent no) Satisfaction, a Gimme Shelter, a Angie o a Wild Horses. Y, por supuesto, nadie ha sido capaz de vivir alejado de la icónica lengua juguetona que ha forrado carpetas de hormonas con patas durante décadas, ajena al paso del tiempo. Melodías de carretera enganchadas en el parachoques e imágenes del populacho más cool. Quizás incluso el menos prototípico de los Stones es uno de ellos. Era uno de ellos. Porque lo contrario al arquetipo de estrella de rock desfasada se llamaba Charlie Watts.
El batería del grupo británico murió ayer y sus 80 años de vida dan para empezar a escribir anécdotas y morir en el intento agarrado a un lápiz hirviendo. Como que hacía bocetos de todas las habitaciones de hotel en las que dormía tras los conciertos de gira. O que dedicaba parte de su fortuna a coleccionar primeras ediciones de libros y piezas de jazz: una de las baterías de Kenny Clarke, la de Duke Ellington, la de Sonny Greer. O como cuando le bajó los humos a Mick Jagger de un puñetazo cuando el líder de los Stones le trató de menos. “No vuelvas a llamarme tu batería nunca más”, le espetó Charlie. Un tipo formidable. La calma fría que un grupo como este necesitaba para precipitarse de la cumbre más alta y volar sin alas.
El auténtico líder de los Rolling Stones
Charles Robert Watts no era un rockero común. Al menos, no la típica estrella de rock que nos ha impuesto la construcción social y las terribles imágenes de deterioro que algunas de ellas nos han dejado. El batería se alejaba de eso. Si bien tuvo unos años complicados a mediados de los 80, su tonteo con el mundo de las drogas y la heroína se terminó tan rápido como proliferó el jolgorio entre sus compañeros. Siempre callado, correcto, incluso frío a ojos de la prensa. Para sacar titulares ya estaba Mick y su desparpajo narcicista, la irreverencia de Keith Richards o el aura mística de Ronnie Wood. Las chicas de las canciones estaban en las camas de sus coetáneos mientras és detestaba estar de gira; él prefería dormir con su mujer, Shirley.
No le gustaban los festivales ni las masas, pero fue el cerebro creativo del grupo
Tampoco era un fanático del rock, por increíble que parezca. “El jazz es mi pasión, es la música que quiero hacer. Los Stones son una molesta forma de pasar el tiempo”, dijo hace un par de años. Miles Davis y John Coltrane formaron su base, y con 14 años empezó a tocar una batería que le regaló su madre. Fue tocando en la banda Blue Incorporated del bluesman Alexis Korner como conoció a Jagger, Richards y el guitarrista Brian Jones, que abandonaron en 1962 para formar los Rolling Stones. Un año después, volvieron a buscarle y solo accedió cuando le reforzaron el sueldo. En los 80 compaginó la batería de los Stones con una serie de grupos minoritarios de jazz y con el cuarteto de blues y boogie A, B, C & D de Boogie Woogie, su último proyecto, donde volvió a ser el jazzman que siempre quiso ser.
Su versatilidad en la música siempre fue equiparable a su fortaleza en la vida: superó un cáncer de garganta en 2004 y sobrevivió a un accidente de coche un año después. Continuó. Porque estar en la última fila del escenario era irrelevante. Cuando las baquetas de Watts marcaban el tempo, miles de personas rugían, aunque a Charlie ni le gustaban los festivales ni las grandes masas; él era más un hombre de estar en casa. Eso no le impidió ser el cerebro creativo de uno de los mejores grupos de rock de la historia de la música durante 50 años. Padre y corazón de las melodías rítmicas de canciones históricas como Brown Sugar o You can’t always get what you want. El que hizo que la canción Paint it black se convirtiera en un icono del mundo contemporáneo.
Charlie Watts era un batería que no hacía ruido. Prefería revolcarse en su mundo interior e ir a lo suyo, vivir su vida alejado del foco. Por eso se le recuerda. Por eso la mayoría de personas le aplauden hoy, que ya no está. Asiduo a los trajes y a años luz de las pintas desaliñadas del resto del grupo, enseñó que otro perfil de rockero era possible. "El verdadero líder de los Rolling Stones", para Mick Jagger y Keith Richards. Un tipo elegante y genuino que le dijo a todo el mundo que, en pleno apogeo psicodélico, uno podía dedicarse a la música y no morir en el intento.