Editorial Milenio acaba de publicar Cinco rebeldes. Historias humanas de las Brigadas Internacionales y la Guerra Civil, de Jordi Martí-Rueda. Se trata de la traducción del libro Tocats pel vent, publicado por Pagès en 2014. El libro quiere ser un homenaje a cinco personajes que vinieron de otras partes del mundo y dieron apoyo a la República. Se trata de cinco perfiles bien diversos: Bill Aalto, un joven de Brooklyn de origen finlandés; Bob Doyle, un irlandés de familia muy pobre; Alvah Bessie, un intelectual norteamericano que lo dejó todo por solidaridad; Juan Miguel de Mora, un niño mexicano que quiso sumarse a las fuerzas republicanas; y Salaria Kea, una enfermera negra que sirvió en la Brigada Lincoln. En todos los casos se trata de ciudadanos que se dieron cuenta de que la guerra de España estaba vinculada al progreso del fascismo y que intentaron pararlo. La mayoría de ellos acabarían teniendo una vida muy complicada por su compromiso político.
El guerrillero y el niño maltratado
Bill Aalto era un norteamericano de origen finlandés, que venía de una familia finesa que había huido de la represión de los izquierdistas tras la derrota de los socialdemócratas en la guerra civil de 1918. Era muy deportista y fue incorporado a una unidad de guerrilleros que hacía infiltraciones tras las líneas franquistas. Pero más tarde, tras volver a su país, tendría bastantes problemas con sus mismos compañeros de ideología. Bob Doyle formaba parte del numeroso colectivo de niños irlandeses apartados de sus madres por las monjas católicas y obligados a hacer trabajos impropios de criaturas. De adolescente se tuvo que enfrentar al ascenso del fascismo en Irlanda y se afilió en un pequeño grupo nacionalista y socialista. Más tarde decidió incorporarse a las Brigadas Internacionales, mientras los fascistas irlandeses iban a luchar con los rebeldes. Pero fue capturado y pasó infinitas miserias en los campos de concentración franquistas.
El intelectual y el niño
Alvah Bessie era un periodista de Brooklyn que decidió tardíamente incorporarse al ejército republicano: llegó clandestinamente a Catalunya en 1938. Enseguida se vio involucrado en la batalla del Ebre y le tocó defender la complicadísima cota 666. Tras la retirada de los brigadistas, se dedicó a escribir sus memorias, que tuvieron mucho éxito. Pero más tarde sufriría la caza de brujas maccartista. El perfil de Juan Miguel de Mora era muy peculiar; se trataba de un niño mexicano que vivía en París. Con tan sólo catorce años cruzó la frontera y se alistó al ejército republicano. Cuando se supo la edad que tenía, fue devuelto a la retaguardia, donde colaboró con el PSUC. Cuando llegó la batalla del Ebro, se ofreció voluntario de nuevo y volvió al frente, donde fue herido con una bayoneta. En los últimos momentos de la conquista franquista de Catalunya trató de proteger la frontera para dar tiempo a que los refugiados volvieran a Francia. Fue uno de los últimos exilados en pasar la frontera. Más adelante se convertiría en un famoso reportero de guerra.
La enfermera de Harlem
Salaria Kea era una joven enfermera negra que había tenido problemas en los Estados Unidos por la discriminación racial y por el mal estado en que estaban en aquel país los hospitales para negros. Ya se movilizó contra la invasión italiana en Etiopía, y cuando estalló la guerra civil española, fue la única mujer negra que vino a colaborar con la República, como enfermera de la Oficina Médica Americana del Batallón Lincoln de las Brigadas Internacionales. Estuvo sirviendo en diferentes hospitales, donde curaba tanto a los combatientes de las Brigadas Internacionales como a los civiles españoles. Salaria Kea conoció a un soldado irlandés y se casó con él: un hecho insólito viniendo como venía de una sociedad profundamente segregada. Tuvo que abandonar España porque quedó herida en un bombardeo. Kea murió muchos años más tarde, considerando que los años pasados en España habían sido los de mayor plenitud de su vida.
En busca de referentes
Este es un libro escrito desde la admiración incondicional, en la que los personajes son absolutamente buenos, geniales, rectos, incombustibles... El libro quizás hubiera ganado en matices si hubiera explorado más las contradicciones de los personajes: su relación con el estalinismo, su aislamiento de la sociedad española, sus contradicciones morales... Y también hubiera ganado si hubiera integrado a brigadistas de otros orígenes, ofreciendo una visión más completa de la diversidad de estas unidades militares. Y, a pesar de todo, recordar a los héroes internacionalistas es una deuda moral de la sociedad democrática. En noviembre de 1938 los Brigadistas Internacionales abandonaban España por el puerto de Barcelona y Dolores Ibarruri, la Pasionaria, fue la encargada de pronunciar un emotivo discurso de despido, en lo que decía: "¡Madres!… ¡Mujeres!… Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando; cuando el recuerdo de los días dolorosos y sangrientos se esfumen en un presente de libertad, de paz y de bienestar; cuando los rencores se vayan atenuando y el orgullo de la patria libre sea igualmente sentido por todos los españoles, hablad a vuestros hijos; habladles de estos hombres de las Brigadas Internacionales. (...) No os olvidaremos; y cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República Española, ¡volved!… Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria los que no tenéis patria, amigos los que tenéis que vivir privados de amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español". Recordar a estos personajes, pues, es un indispensable acto de reconocimiento.