Si Clara Morales fuera una emoción, sería la alegría. ¡Con qué rapidez se le achinan los ojillos a esta onubense! Conserva ese deje andaluz simpático y pizpireta pese a llevar más de una década en el Madrid de los contrastes, primero como periodista, ahora como bibliotecaria en la Universidad Complutense. Dejó el oficio hace unos tres años porque "los horarios y los sueldos son horribles y no mejoran", pese a llegar a ser jefa de Cultura en Infolibre, y cuando se preguntó si iba a aguantar más tiempo así, su respuesta fue que no. Lo más relevante es que lo que recuerda Clara no solo es importante para Clara, sino que contribuye a recordarnos a todos los periodistas que trabajamos en condiciones de mierda. Y esa vinculación evidente entre memoria personal y colectiva es la que ha ocupado sus días con sus noches, empeñada en entender cómo se retroalimentan la una a la otra en un círculo vicioso infinito. "Todavía podemos hacer ese esfuerzo de recordar, que es casi como sacar algo de un pozo", dice.
Recordar hasta lo que no ha vivido es lo que hace en Ya casi no me acuerdo (Tránsito), su primer libro compuesto por 13 relatos y un epílogo final, en el que hace un ejercicio de memoria histórica documentando el caso de Antonio Gil García, su bisabuelo y represaliado por el franquismo. "Los relatos permiten algo que es muy propio de la memoria, que es la contradicción y la superposición de distintos planos, tiempos y voces", explica, con la intención precisamente de que cada lector pueda empatizar con aquello que le remueve, apelando a lo incontrolable de la memoria. También matiza que en ese casi del título está la clave: "A veces sí que hay un olvido parcial, y me parece que en el casi hay un espacio de resistencia y un hilo del que tirar; es importante pensar que hay cosas que parece que nos han desaparecido de la memoria colectiva o de la memoria íntima, pero no del todo". Desde la primera marcha LGTB hasta un campo de concentración nazi, las torturas franquistas, un primer desamor en la adolescencia o el exilio de una maestra republicana, en los relatos hay mucho contexto histórico, pero también mucho corazón solitario que sobrevive al recuerdo (o al olvido) como puede.
¿Qué le ves de interesante al recuerdo?
La memoria es el barro de la escritura, se trabaja con ella incluso cuando no es tu tema principal. Y me parece que la memoria y la literatura tienen mecanismos similares de construcción. La memoria también exige una revisión del relato y una frustración de las cosas que no nos gustan o que no nos sirven para el sentido que le estamos intentando dar a un recuerdo. También es una forma de contarnos y narrarnos a nosotros mismos, y me interesa mucho porque me parece que somos lo que recordamos. Y, además, vivimos en un país que ha hecho un gran esfuerzo de olvido político voluntario, y hay mucho trabajo ahí. Cuando nos empeñamos en olvidar parte de lo que hemos vivido, hacemos una labor de amputación voluntaria de lo que somos.
La mayoría de los relatos parten de recuerdos dolorosos o traumáticos. ¿Tendemos a recordar más lo que duele que lo que nos hace felices?
Yo creo que sí. Aunque te tengo que decir que el hecho de que todo sean recuerdos traumáticos probablemente sea más un fracaso que algo que me he propuesto. Pero sí que creo que parte de las memorias que se nos clavan tienen que ver con un dolor. Y me parece muy interesante esa evidencia de que la memoria está presente en lo que vivimos hoy, esos recuerdos dolorosos que no podemos olvidar aunque queramos señalan que el pasado sigue estando con nosotros. Y si tenemos eso claro en lo íntimo, creo que deberíamos aplicarlo a lo colectivo. El pasado no ha pasado tampoco en lo que consideramos político o histórico de manera colectiva.
Vivimos en un país que ha hecho un gran esfuerzo de olvido político voluntario
Tu tesis precisamente es que lo colectivo y lo íntimo no pueden vivir el uno sin el otro.
Entiendo que esta especie de separación entre lo que consideramos memoria histórica o colectiva y memoria íntima es algo que hemos tenido que hacer y que nos es útil para intentar entenderlo, pero creo que en realidad es una separación ficticia. Todos los sucesos históricos y colectivos están hechos de pequeñas memorias íntimas, y al contrario, y las memorias internas están directamente afectadas por lo que luego consideraremos procesos colectivos.
Parece algo muy obvio, pero no es algo sobre lo que se piense demasiado.
Claro. Y no sé porque no nos parece evidente, porque no me parece una idea del otro jueves: lo sabemos y dentro nuestro tenemos esa experiencia. Hay como una especie de desconexión intelectual que nos impide tener esa idea presente. Pero cuando empiezas a pensar en la memoria familiar y te encuentras con un desaparecido en la guerra o algún tipo de represión durante el franquismo —que son las cosas traumáticas familiares que tenemos más cercanas quienes formaron parte de cierta clase social o genealogía política—, en seguida lo ves claro. O cuando desde el feminismo piensas en cómo se nos ha criado como mujeres: tú ya sabes que esa educación que te han dado no es tuya, sino que es a ti en tanto que mujer, y por lo tanto forma parte de un proceso colectivo. De hecho, yo creo que movimientos como el feminismo o como formar parte del colectivo LGTB nos enseñan cosas sobre nosotros mismos y sobre cómo funciona esta memoria colectiva.
¿Querer recordar es un posicionamiento político?
Sí, sin duda. Ahora se está haciendo una labor de memoria que quizá viene en gran parte de todo el trabajo de memoria histórica que se ha hecho en los últimos 15 o 20 años, y ahora hay una labor de ensanchamiento, de pensar colectivamente en la memoria. Yo me siento muy acompañada por otras personas que están haciendo memoria en distintos campos. Querer recordar significa querer superar con silencio, en muchos casos, o querer llevar la contraria a un cierto relato de lo que ha sucedido. Y eso exige un posicionamiento político.
Y está también la conciencia de clase. No sé hasta qué punto crees que condiciona la memoria.
Una escribe desde un lugar en el mundo, y yo escribo como mujer, como mujer lesbiana, como mujer del sur de España, como mujer que no es rica. Si yo tuviera que escribir sobre los ricos lo tendría muy difícil, tendría que hacer una gran labor de documentación porque yo no sé como viven; yo sé como vive la gente que se parece a mí. Pero también creo que la memoria se construye desde una clase y que las experiencias que tenemos son comunes porque también tenemos unas mismas condiciones materiales. Fíjate que una cosa que me da coraje es no haberme metido más a hablar del trabajo remunerado. O sea, sé que hay una conciencia de clase porque es de donde yo escribo, aunque no había sido consciente de hacerlo desde ahí, y sé que también habría faltado un poco más.
Yo escribo como mujer, como mujer lesbiana, como mujer del sur de España, como mujer que no es rica
¿Le tenemos pánico a rascar en el pasado?
Yo creo que es algo humano, porque la memoria es un relato y porque nos construimos a través de lo que nos contamos que nos ha sucedido. Estar dispuestos a replantearnos ese relato puede llevarnos a sitios incómodos o dolorosos, porque te obligará a pensar de manera distinta sobre tu padre, sobre tu abuelo, sobre tu historia familiar o sobre el espacio político en el que te inscribes. Y tendrás que replantearte cosas. Y saberse equivocada, llevarse la contraria a una misma o cambiar de idea es difícil. Yo creo que es humano que nos dé miedo ponernos a rascar. Y también porque normalmente las historias triunfales y de éxito están disponibles, lo que hay que rascar normalmente son historias de dolor y fracaso, o mentiras que nos han contado. Es raro que te oculten una historia que nos viene bien. Las historias que se nos escapan son las que son difíciles de asumir.
Y en ese sentido, ¿sirve de algo recordar sin gestionar o tener cierto espíritu crítico con lo que ha pasado?
[piensa] En realidad, lo que hacemos de manera automática es una suerte de experiencia acrítica de lo que nos viene. Creo que ese es el defecto y que es nuestra posición por defecto. En general recordamos sin darle demasiadas vueltas. Tú estás hablando con amigas y le cuentas algo que te pasó y que tú recuerdas perfectamente, pero al contarlo y recibir la mirada ajena te das cuenta que no es como pensabas. Y no significa que no lo recordaras antes, sino que la manera de mirarlo estaba hecha desde un enfoque y no desde otro.
Las mujeres ocupan casi todas las voces de los relatos. ¿Ser conscientes de nuestra herencia nos ha salvado o ese peso nos ha oprimido más?
Yo creo que puede ser abrumador. Es una experiencia que hemos tenido las que sentimos que hemos crecido con esta última hora del feminismo, de no poder con todo esto. De sentir que esta conciencia de pronto nos está pesando mucho. Pero esa sensación pasa y lo que queda es un mayor conocimiento de una misma, un mayor conocimiento de las herramientas con las que contamos y de qué es lo que nos quieren vender y no queremos comprar.
De hecho, en el relato Amiga íntima pasas de puntillas por el caso de Rocío Wanninkhof, que sembró un recuerdo casi corporal en las niñas de los 90 y siguió materializando el relato del terror y de la revictimización, además del papel de la lesbiana mala a través de Dolores Vázquez. ¿Tú cómo recuerdas aquello?
Creo que la mayor parte de las mujeres de mi generación recuerdan Alcàsser, pero para mí, ese recuerdo del miedo, de lo terrorífico del ambiente, queda opacado o superpuesto con lo que a mí me decía el caso de Rocío Wanninkhof, porque para mí también era el caso Dolores Vázquez. Yo, como una niña lesbiana que todavía no sabía lo que era eso pero que ya intuía que sucedía algo, no era Rocío Wanninkhof: era Dolores Vázquez. La imagen que me devolvía el espejo de manera extraña y sin entender muy bien por qué era también esta otra. Era el miedo a convertirte en lo que se enseñaba en la televisión como un monstruo. Yo notaba que había una especie de identificación con ella y sabía que había algo que me unía con esta persona a la que se estaba retratando como un ser monstruoso, violento y controlador, y que lo era exclusivamente por ser lesbiana. Porque, si no, Dolores Vázquez no hubiera sido nunca una sospechosa ni una condenada. Tengo esos dos recuerdos superpuestos: el que creo que es más común, el de ser la niña, y a la vez un recuerdo secreto del miedo a ser Dolores Vázquez, a ser la asesina.
Con tanto individualismo y tanta pantalla, ¿está en riesgo el futuro de la memoria colectiva?
Hay una cosa que me parece curiosa, porque a mí realmente me parece que estamos produciendo una cantidad de archivo enorme todo el rato: tú te puedes ir a las conversaciones que has tenido con tu gente querida y las tienes por escrito y disponibles. No sé hasta qué punto tenemos menos memoria disponible. Creo que somos más conscientes de los archivos que producimos y que dejamos. Y me resisto a pensar que tenemos menos capacidad de organización colectiva. El otro día salía del trabajo y veía la acampada de Palestina, un montón de chavales que, a diferencia de lo que mucha gente se cree, no están ociosos; están en plenos exámenes, sacrificando quién sabe si sus becas o su futuro académico por estar movilizándose por algo que creen justo, pasando frío, comiendo mal o duchándose cuando pueden. Eso no quita que creo que el sistema socioeconómico nos lleva a una individualización, pero me resisto a pensar que de manera natural las nuevas generaciones sean más individualistas en sí mismas. No estoy segura, pero ojalá que no.
Me resisto a pensar que tenemos menos capacidad de organización colectiva
Pero sí que le tenemos más miedo al futuro, y de ahí la nostalgia.
Es posible. La nostalgia es peligrosa porque me parece una manipulación del pasado: como preferimos recordar lo bueno, tendemos a transformar el pasado a nuestro favor, de manera que lo que nos cuentan otros debió de ser más bonito, o lo que recuerdo de mi juventud o mi infancia tiene esa luz dorada. Yo desconfío de esa sensación. Y también me parece que entrar en esa nostalgia nos nubla la vista de lo que podemos hacer en el futuro. Porque yo, por ejemplo, podría pensar que mis padres vivieron mejor que yo —aunque no diría tal cosa—. Estos días salía en el periódico que los menores de 35 acumulan ahora menos riqueza que hace 10 años. Tenemos datos objetivos. Si nos vamos a las clases más bajas cuyos padres no estudiaron y los hijos sí, ¿de verdad van a vivir peor que sus padres? Además, también me parece que es una versión parcial. Si en vez de mis padres hubieran sido mis madres, yo viviría mejor ahora sin duda. Al final vivimos peor dependiendo de dónde mires. Y también es importante saber las cosas que queremos conservar y las que queremos mejorar del pasado, y también las que en absoluto estaban en la conversación hace 50 años, como el cambio climático.
Hablando de memoria colectiva, precisamente tu último artículo publicado en Infolibre es el obituario de Almudena Grandes.
Cuando murió yo ya no estaba trabajando en el periódico, pero me dijeron si me apetecía escribir algo sobre ella. A veces tienes esa relación extraña y emocional con gente famosa a la que intentas darle un sentido cuando muere, qué fue para ti. Cuando murió Almudena Grandes me di cuenta de lo importante que había sido para mi escritura. Yo ya estaba escribiendo este libro, y como en general las personas somos ególatras, lo primero que pensé fue que esa fantasía que tenía de mandarle mi libro ya nunca sería. Estoy segura de que muchísimas escritoras pensaron lo mismo, porque Almudena Grandes era una mujer que leía a otras mujeres de manera militante y que apoyaba el trabajo de otras mujeres escritoras mucho más jóvenes que ella y que estaban empezando. Y lo hacía de verdad. Se puede hablar con muchísimas escritoras a las que Almudena Grandes les tendió la mano porque sí, y en este país, que ella dijera que un libro estaba bien, significaba mucho. Me di cuenta de que también tenía más peso del que yo pensaba porque me crié escuchándola en la radio y leyéndola en el periódico. Cuando decidió ponerse a escribir memoria histórica, fue de los primeros libros sobre la guerra civil que leí. Ha tenido un peso y una importancia de la que yo no era consciente del todo hasta que murió. Me parece importante reconocerlo y me parecería hipócrita no hacerlo aunque no quede muy cool, porque Almudena Grandes no es un referente cool y no es de ser guay en según qué círculos. No significa que esté de acuerdo con todo lo que decía, ni política ni literariamente, pero renegar me parecería un ejercicio de hipocresía.
Ella no vio aprobada la ley de memoria democrática de 2022. ¿Ha quedado como un placebo?
A mí me parece que el Estado no acaba de asumir su responsabilidad. Ya no se hizo con la primera ley de memoria histórica. Es decir, quien tiene que pagar la apertura de las fosas es el Estado, y la ley no debe dejar lugar a ningún tipo de oposición. Pero una cosa es que exista la ley y la otra es que se cumpla. Según la ley, no debería haber cruces a los caídos, como sí hay en cada pueblo de España. Pero, aparte de existir una ley, se necesita gente que la haga cumplir. Y eso implica a mucha gente que no está por la labor. Desde muchas instituciones, desde la policía, los juzgados o los ayuntamientos. No creo que las leyes de memoria histórica que hemos tenido sean una cortina de humo: me parece que son necesarias pero insuficientes.
Quien tiene que pagar la apertura de las fosas es el Estado, y la ley no debe dejar lugar a ningún tipo de oposición
En el epílogo adjuntas información sobre tu bisabuelo, Antonio Gil García, detenido por el régimen.
Busqué la documentación de mi bisabuelo en dos espacios distintos. En el Centro de Documentación de la Memoria Histórica se está haciendo un esfuerzo enorme, útil y real para que la gente tenga acceso a la memoria familiar que les fue negada y borrada. Tengo colegas que trabajan allí y me dicen que cada día hay un montón de gente que llega y pregunta por su bisabuelo, por su abuelo, por su padre. También se ha hecho un gran esfuerzo de digitalización, a mí me llegó la documentación digitalizada. Otra parte de la documentación pertenece a los tribunales y eso está accesible de manera irregular, pero yo tuve acceso a ello porque cierta gente en la Diputación de Huelva decidió digitalizar los archivos que hablaban de onubenses o de represaliados en Huelva. Eso es algo completamente excepcional. Yo tuve muchísima suerte: introduje un nombre en una base de datos y ahí estaba, pero eso no es lo habitual y tendría que serlo. No tendría que estar dejado al buen entender o al interés personal de la memoria de una persona responsable de un archivo. Mi experiencia fue sencilla, pero no es lo habitual.