Hay personas que tienen la capacidad de escuchar con la sonrisa. Supongo que son las mismas personas que lo observan todo con las orejas y hablan con los dedos, y las que laten con el cuerpo entero y ni siquiera se dan cuenta. El aura de Clara Queraltó es de terciopelo: podrías quedarte ahí cerquita varias horas apreciando su suavidad y su calidez, su simpatía acertadísima, todas las virtudes que tiene cualquier hija de la humildad. Mientras se toma un café con leche de soja y se lía un cigarrillo me fijo en su modestia y en la sencillez con la que cuenta cómo ha abordado la complejidad de Com un batec en un micròfon, su última novela y por la que ha sido premiada con el Premi Llibres Anagrama de Novel·la en catalán. Habla convencida y con el ritmo de quien ha interiorizado con esfuerzo todo ese universo hostil que cuestiona las relaciones de poder y las diferencias de edad, temas que incomodan y que por eso son su motor creativo, porque ella quiere rascar, hurgar y entender, o al menos intentarlo.

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Es el segundo reconocimiento literario de su corta carrera: dos de sus tres publicaciones han ganado premio —con El que penso dels altres se llevó el Mercè Rodoreda— y la han convertido en una voz interesante para el presente y el futuro, sobretodo por hacerlo ensuciándose las manos e impregnándose del barro que moldea, dejando el ansia a un lado para pararse a mirar. Clara Queraltó nos invita a pensar y reflexionar, a que nos rompamos un poco el seso, pero no quiere juzgar. Esto lo repite varias veces, como los borrachos que dicen la verdad. En la novela se centra en Quim y Gabriela, 39 y 18 años, presuntamente abocados al deseo ¿entre iguales? Y el debate moral está servido. No hay sentencia en sus engranajes, solo ganas de contar, y es precisamente esa voluntad de escribir con auténtica perspectiva de género que aportan esperanza para destruir las cadenas que Clara también ha tenido —y tendrá— que seguir rompiendo. 

Foto: Carlos Baglietto

¿Hay un punto de partida para tratar este tema?
No acostumbro a escribir a partir de temas. Tengo una idea, en este caso la de una relación con mucha diferencia de edad, pero eso es como no tener nada, porque es tan abstracto y tan amplio que lo tienes que ir concretando. La idea era esta relación asimétrica que podía darse en muchas situaciones: qué diferencia de edad, qué relación hay entre ellos, si se conocen... No quería, por ejemplo, que fuera un profesor, sino que la jerarquía solo fuera la de la diferencia de edad.

¿Te inquietaba?
Sí, yo creo que siempre escribo sobre cosas que me inquietan o que no acabo de entender, sobre cosas que de alguna manera vuelven a ti. A raíz de los feminismos, creo que nos hemos empezado a mirar diferente y hemos empezado a hablar de las relaciones con mucha diferencia de edad. ¿Qué opinión me generan a mí? Pues depende, pero también pienso que mi opinión no es muy importante. Lo que he intentado es explicar la historia y que, si un caso, el lector tome decisiones a medida que lee. De hecho, lo que quería también es que el lector fuera cambiando su opinión a medida que va leyendo y va teniendo toda la información.

O sea, tú tampoco partes de una opinión firme.
O sí, pero lo que me interesa es que la literatura me haga mover aquello que creo. Me gusta y me interesa más que la literatura plantee más dudas que respuestas y que no dé una lección moral. No sé si la ideología es un buen lugar para la literatura, diría que no; justamente, creo que es el sitio de las contradicciones y de los grises, y eso era lo que me inquietaba y lo que tenía ganas de explicar. Que hay una relación de poder es evidente, pero yo quería acabar de explicar en qué términos se da. Ella toma decisiones, es la iniciadora, es una empoderada —o ella cree que está empoderada y que tiene muy claro lo que quiere—. Nos tenemos que plantear el por qué y qué tipo de validación le da tener una relación con un hombre mucho más mayor: ¿es que realmente lo desea o es que el el hecho de que él la desee a ella le da este poder? Y también se ha empezado a hablar en Twitter: a raíz del Me Too hemos empezado a analizar mejor las relaciones de poder, y las relaciones con diferencia de edad son una relación de poder y de privilegio. ¿Qué hace que haya un patrón heterosexual muy repetido en hombres mucho más mayores? Lo permite la cultura machista. Hasta hace pocos años no lo veíamos tan mal, incluso estaba romantizado.

¿Qué hace que haya un patrón heterosexual muy repetido en hombres mucho más mayores? Lo permite la cultura machista

¿Querías cerrar el tema con un posicionamiento claro o buscabas huir de la sentencia?
Eso último, porque hay una información que Gabriela no tiene y que el lector va teniendo. Quería que el lector fuera moviendo su opinión y recolocando la mirada a medida que va sabiendo cosas, por eso quería que la voz de Gabriela fuera primero, porque ella nos explica cómo ha vivido las cosas. Después nos explica cómo ha sido motor en esta relación, cómo lo ha buscado y cómo ha sido ella. Al final, para ella la seducción es como un reto. A los 18 tiene esta necesidad de gustar y que la miren. Eso para ella es un motor vital, y era un motor literario importante.

¿Es un libro incómodo?
Sí, creo que puede serlo. El otro día, en la presentación, Llucia Ramis decía que es un libro de terror.

Por eso has huido mucho de la etiqueta de historia de amor.
Absolutamente, e incluso alguien del jurado la consideró una historia de amor. A mí no me lo parece. Sí que me he fijado en que hay un punto generacional de cómo se considera: lectores más mayores la han considerado una historia de amor y lectores más jóvenes no. Nuestra mirada también viene influida por lo que sabemos de los feminismos, y tampoco te sabría hacer una disquisición sobre qué es amor y qué no lo es. Pero quien la ha visto como una historia de amor quizás lo ha malentendido, yo no creo que lo sea.

¿Y diferencia entre lectores hombres y mujeres?
No, yo creo que tiene más que ver con la edad que con el hecho de que sean hombres o mujeres. Es más generacional.

Foto: Carlos Baglietto

¿Te ha generado momentos perturbadores a ti, intentar empatizar con los dos personajes?
La parte de ella ha sido más fácil de escribir, porque yo he sido una adolescente chica y trabajo con adolescentes, los tengo muy cerca y convivo cada día, y es más fácil. Quim ha sido muy complicado, lo tuve que reescribir mucho. Tuvimos un proceso con la editora y con mi compañero, Marc Artigau, que ha sido un súper coach literario. Pero sí que he tenido debates internos. Ayer, por ejemplo, en una entrevista me decían si había intentado blanquear, y no, pero también he intentado escribir sin juzgar, porque creo que la literatura es interesante así. No me interesa que la literatura nos dé una píldora moral, sino que me haga entrar en contradicciones. Me pongo en estos debates porque las cosas que tengo muy claras quizás ya no es tan interesante escribirlas.

¿Buscabas una sugestión de crítica de la normatividad y de los patrones de género?
Creo que sí. Quería hacer una radiografía, pero de manera inherente se plantea un patrón que tenemos que querer criticar. También hay una parte de la escritura que no controlas al 100%, y a veces es complicado filtrar lo que piensas, aunque lo evites. No quería que fuera un panfleto, pero también buscaba que te estuviera explicando una cosa que pasa y que puede ser terrorífica.

¿Estos patrones se reproducen en las aulas?
Es muy curioso, porque creo que han vivido con el discurso feminista mucho más presente que yo, pero me sorprende cuándo veo, por ejemplo, el tipo de fotografías que se hacen. Y es este debate que siempre me planteo, que es: ¿lo hacen a pesar de saber que hay una cosificación y una sexualización, pero le hacen las trampas al patriarcado, o en realidad también son víctimas? Nunca sabes si es un acto de empoderamiento o están esclavizados por los likes de una foto.

Es el patriarcado que sabe adaptarse.
Absolutamente. Y lo que sí que veo en los jóvenes, a pesar de haber crecido con el discurso feminista mucho más presente que nosotros, es que hay actitudes muy machistas, son muy de derechas y son muy machistas. Yo tengo una teoría: creo que ser adolescente muchas veces quiere decir ser rebelde, ir en contra del status quo y contra el relato hegemónico. Y si el relato hegemónico que prevalece es el feminismo, ellos van a la contra. Y a veces hacen unos comentarios que no hacíamos ni en mi época, ¿sabes? Ser rebelde quiere decir ir en contra de lo que está de moda.

Ser adolescente muchas veces quiere decir ser rebelde, y si el relato hegemónico que prevalece es el feminista, van a la contra

¿Y qué pasa con el catalán?
Está fatal. No lo utilizan. Nunca es su lengua de uso social, todo su mundo —que es el de las redes, el mundo del ocio o las plataformas— está descatalanizado y es mayoritariamente en castellano. Para ellos el catalán es la lengua académica y tiene un punto artificial porque lo utilizan en el aula, y a duras penas. No sé cuál es la solución, pero yo hace 10 años que me dedico a esto y he visto la bajada. La lengua en que hablan ellos en los pasillos, fuera del contexto o en clase es siempre el castellano. Incluso entre alumnos que vienen de una casa catalanohablante la lengua de comunicación es el castellano. Lo ven como una cuestión de comodidad.

Aparece la figura del abuelo Maurici como símbolo de la vulnerabilidad de Gabriela. ¿Dirías que aquello que nos hace daño nos hace madurar?
Yo creo que a los 18, sobre todo antes de ir a la universidad, haces un cambio importante a nivel personal. A mí me servía que estuviera con su abuelo porque está lejos de sus padres, porque tiene una libertad que, si no, no tendría. Y claro, el dolor te hace madurar. También es verdad que a los 18 años no tienes mucho miedo del dolor. Tienes mucho la sensación de inmortalidad, de que las cosas no te harán mucho daño y que, si te lo hacen, enseguida te curarás. Entonces tienes la sensación que te comes el mundo y después el mundo muchas veces se te come a ti. Por eso quería que a ella se la viera invencible.

El pueblo también actúa como personaje opresivo. Tú que eres del Pla del Penedès, ¿lo has notado en propia piel?
Sí, y tanto. El pueblo tiene una cosa muy buena, y es que hay mucha red, todo el mundo te conoce y tienes la sensación de estar muy acompañado. Pero también tiene una parte mala, sobre todo cuando eres adolescente, que todo el mundo sabe quién eres, de donde eres hija, qué te ha pasado, qué has hecho o qué no. El pueblo me servía como premisa literaria de llegar a un sitio nuevo, los dos, siendo relativamente anónimos. Incluso será tanto una atmósfera opresiva que cuando vuelven a Barcelona será un momento de liberación y de poder vivir en el anonimato.

Foto: Carlos Baglietto

Llucia Ramis, Pol Guasch o Irene Solà han ganado el Anagrama antes que tú. ¿Asusta?
Es una alegría decir que hostia, te precede una galería de autores que has leído y admiras, o un jurado formado por referentes como Sergi Pàmies. Quizás me asusta un poco la presión, y la exposición no me gusta mucho, pero sobre todo siento alegría.

¿Cuándo decidiste dedicarte a escribir?
Bastante grande, ¿eh? Yo estudié Filología porque me gustaba mucho leer y bastante escribir. Estudiando eso lees mucho, pero desde la vertiente histórica, y no hay muchas asignaturas que estimulen la creatividad en este sentido. Entonces no me planteaba que quería escribir, lo veía muy difícil, como pensaba que ya había mucha gente que escribe bien. Pero cuando ya hacía unos años que hacía de profesora, empecé a hacer un curso de relato breve. Y dije: pruébalo. Pero no es que haya perseguido el sueño desde siempre. La pulsión de explicar historias quizás sí que la tenía, pero nunca me había planteado publicar.

No me había ni planteado cómo era el sistema literario catalán porque ni me planteaba que podría entrar

El otro día en Demasiadas Mujeres debatían sobre la utilidad —o no— de los cursos de escritura.
Te dan herramientas. Enseñar y aprender a escribir es difícil, pero herramientas te dan, ya sea de estructura o de creación de personaje. A mí, sobre todo, lo que me estimuló es a escribir más de lo que escribía: como hacía el curso tenía que escribir cosas, y seguramente si no lo hubiera hecho no las habría escrito. De hecho, fue a raíz del curso que me planteé presentar la recopilación de cuentos al Premio Mercè Rodoreda.

¿Cambia la perspectiva del mundo literario cuando se pone un pie dentro?
¿Sabes qué pasa? Yo presenté los cuentos y gané, y no me había ni planteado cómo era el sistema literario catalán porque ni me planteaba que podría entrar. No lo tenía muy analizado, lo desconocía. Entonces no sentí nada como una decepción, todo fue positivo.