No soy seguidora de fútbol. La verdad es que lo que pase entre las cuatro bandas del campo de juego me la trae al pairo. Yo me quedé en la época en la que Pep Guardiola y José Mourinho se lanzaban dardos envenenados en directo en la que fue la telenovela más picaresca de nuestra historia moderna; en mi cabeza Messi sigue en el Barça y Puyol sigue siendo nuestro capitán sin necesidad de tuitear estupideces. Ya no sigo el fútbol porque no me dice nada y porque cada vez me interesa menos entenderlo: sus estructuras barrocas, su complejo de superioridad, sus polémicos fichajes y sus escándalos de blanqueo, sus sueldos insultantes, sus quehaceres cipotudos, sus contradicciones y sus postureos y sus actitudes primitivas y su clasismo extremo. Estoy feliz de que las mujeres futbolistas ya no sean un bicho raro, pero no me motiva que del fútbol lo que menos importe sea el fútbol. Dice mucho que hasta los padres de las estrellas vendan a sus hijos por un trocito de pastel y se queden tan anchos.

Creo que hay pocas cosas que jodan más en esta vida que darse cuenta de que nos están tomando el pelo, y cuando hablamos de algo tan visceral como el fútbol, la razón normalmente es lo último que se impone. Nos crearon con memoria limitada, con capacidad de retención justa y con un disco duro preparado para el reseteo selectivo para ser más manejables, y obviamos lo que nos rompe los esquemas o bien por sobresaturación de datos o bien por pura defensa emocional. Es uno de los grandes logros de los que manejan el cotarro: lograr que los currelas nos sintamos más orgullosos de lo que olvidamos que de lo que sabemos, porque para qué vamos a indagar demasiado en un pasado que no nos trae más que disgustos. Quizás el secreto del éxito del submundo futbolero es precisamente saber driblar con maestría las causas ajenas: que lo que pase fuera del campo, fuera del campo se quede.

Me remito al día en que Karim Benzema se subió al atril para recoger el Balón de Oro mientras el mundo entero le aplaudía. Hasta aquí nada inusual, lo frecuente en estos casos: uno es galardonado por su trayectoria profesional, la gente le vitorea, se hacen titulares heroicos, todo sigue su cauce. Deber ser la hostia observar a los plebeyos desde lo alto del pódium y saludarlos como si fueras mejor que ellos solo porque algunos han considerado que lo eres. Debe ser la rehostia recoger el premio individual más cotizado del deporte sabiendo que eres un peligro público con varias sentencias en firme pero que quien debería estar persiguiéndote, te está votando. Eso sí que es marcarle un gol por toda la escuadra al maldito sistema: simplemente el penalti de tu vida.

Se ve que unos 180 periodistas deportivos presuntamente comprometidos con la verdad de todo el mundo son los encargados de elegir a los ganadores. Y antes de echar la papeleta al sobre sabían de sobras el currículum obsceno del futbolista. Relacionado con una trama de tráfico de drogas y blanqueo de capitales. Imputado en un caso de proxenetismo con una menor y finalmente absuelto tras una grabación algo dudosa en la que la menor prostituida negaba que hubieran mantenido relaciones. Multado en junio de 2011 por participar en carreras ilegales en el centro de Ibiza. Condenado por conducción temeraria a ocho meses de retirada de carnet y con reincidencia. Condenado a 1 año de cárcel y a pagar 75.000 euros por extorsionar con un vídeo sexual a su excompañero de selección Mathieu Valbuena. Mierda, mierda y más mierda que abrió las páginas de deportes de prensa y medios estatales en su momento, también con sonado eco internacional cuando el francés fue apartado de la selección en 2015 tras verse envuelto en el escándalo de la grabación sexual. Mierda que la caverna mediática madrileña, por otro lado, intentó silenciar más que difundir, según me han dicho. Si dicen que no estaban al corriente de sus perversidades, mienten: son parte activa de este maldito mal endémico en el que se ha convertido el fútbol.

Para los periodistas, analizar y contextualizar no debería ser explicar quién diseñó el vestido de Alexia, sino analizar por qué Benzema ha conseguido el premio individual futbolístico más importante del mundo pese a tener un historial delictivo deleznable

Claro que la ética personal e informativa se tiene en cuenta solo dependiendo de a quien se mire. Ese día Alexia Putellas también ganó su Balón de Oro y ahí sí interesó hacer una radiografía panorámica determinada. De ella destacaron su carrera y sus éxitos, pero en paralelo se puso en marcha toda la maquinaria amarilla (y machista) para convertir en noticia la vida privada de la jugadora. Algunos se fregaron los dedos con el suceso porque les volvía a poner a huevo —como siempre que una mujer es noticia por algo— soltar cualquier apunte de la capitana para pescar clics, siendo el premio solo una mera coletilla para explotar hasta los recovecos más absurdos e inopinables de su vida: que si la guapa de Alexia, que si estas son las reacciones de su pareja, que si así está superando la lesión. De Karim Benzema, nada; solo que el justo ganador homenajeó a su ídolo Tupac Shakur llevando un traje idéntico al que vistió el rapero asesinado en la gala de los American Music Awards de 1996. Pero ninguna mención a unos sucesos que sí abren un debate interesante sobre qué clase de moralidad estamos dispuestos a aceptar como sociedad. Para los periodistas, analizar y contextualizar no debería ser explicar quién diseñó el vestido de Alexia, sino analizar por qué Benzema ha conseguido el premio individual futbolístico más importante del mundo pese a tener un historial delictivo deleznable. 

Los grandes altavoces mediáticos son responsables de colocar a las personas de las que informan en un lugar concreto: no es tanto lo que alguien sea, sino cómo lo vendan los poderes fácticos que influencian en la opinión pública. Y ahora, simplemente, han decidido vender a Benzema como un personaje ejemplar. De todos modos, el as del Real Madrid pudo ser un tipo ejemplar y utilizar esa carita de no haber roto nunca un plato para ser un referente honrado, lo mejor de nuestra cancha. Pudo por oportunidades, pudo por recursos y, sobre todo, por disponer de una repercusión que pudo tantear a golpe de voluntad. Pudo ser garante del esfuerzo y la colectividad cuando empezó a unir al equipo tras la marcha de Cristiano Ronaldo del vestuario blanco, según me han contado, o redimirse cuando le dejaron volver como líder a la selección francesa en 2021. Pero en el mundo del fútbol sigue sin haber espacio para las medias tintas. O eres el fuerte, o eres el débil; o muerdes o eres mordido. Tengo la sensación de que, en el mundo del fútbol, siempre ganan los monstruos.