Menuda manera de empezar: comparando a la banda con un rebozado. Pero díganme que no han sonreído al leerlo, con la risilla genuina del que acierta, por lo bajini, apretando las comisuras con un leve movimiento afirmativo de cabeza. Las croquetas le gustan a todo el mundo y Coldplay le entusiasma a todo el planeta. Y este parecido razonable, absurdo y hasta naíf, permite que incluso los que no estaban en el Estadi Olímpic puedan saborear con gusto lo vivido. Chris Martin y los suyos tomaron el escenario con la maravillosa actitud de andar por casa. No por desaliñados, sino por familiares y dicharacheros, el colmo de la candidez: tienen el don de hacer sencillo lo increíble. Era la undécima vez que pisaban Barcelona en toda su carrera, la primera en siete años y la tercera agotando el aforo del recinto, que no cabía en su empacho. En 2000 tocaron en Apolo para 700 personas y ayer inauguraron cuatro días de locura con más de 200.000 entradas vendidas. Dice Nando Cruz que las pantallas en los conciertos son un timo, así que imagínate tú la misma energía desbordada pero compartida solo con cuatro gatos.  

Vayamos a los hechos, caprichosos dueños de esta historia. La banda formada por Chris Martin, Johnny Buckland, Guy Berryman y Will Champion empezó con Higher Power y Adventure of a lifetime, para seguir con Paradise y una enorme explosión de luz y de color que se apoderó del espacio. Con The Scientist o Clocks volvieron a sus orígenes y con Yellow pues igual, todo al amarillo creando el efecto óptico de un campo de girasoles saludando al maestro mientras Martin paraba la actuación alucinando con un pilar de dos diciendo que era lo mejor que havia visto nunca. La de Music of the Spheres no es una gira de despedida y sin embargo está realmente pensada para el cante. O es que quizás en estos años Coldplay se ha vuelto un auténtico genio de lo que funciona. Las más de 60 millones de escuchas mensuales lo corroboran igual que aquellas canciones que acumulan más de un billón de reproducciones en Spotify. No es moco de pavo.

Foto: Montse Giralt

Chris Martin se arrancó a hablar con un "bona nit y buenas noches" y se disculpó cuando dijo que iba a hablar en español. A partir de ahí, su papel de cuenta cuentos carismático se mimetizó con el de quien disfruta en exceso de lo que hace. Hasta reinició la canción A Sky full of stars pidiendo que el público guardara los móviles "para ser solo cuerpo y almas" y se demostró que la vida sin datos puede ser maravillosa: "el mejor show de nuestras vidas". Multicolor, enérgico, psicodélico, delirante, todo muy pop pero con rollo y con duende, literalmente lo contrario de lo aburrido. Como estar en un simulacro de feria, en la mismísima esquina de Times Square o en pleno éxtasis de LSD, abrumada de estímulos. 

Coldplay no arriesgó y se mantuvo firme a su performance de 2016 porque ya funciona como un imán; visto un concierto, vistos todos, pero cuando estás ahí no quieres estar en ninguna otra parte

El grupo interpretó otro concierto para su coleccion. No arriesgó y se mantuvo firme a su performance de 2016, pulseras retornables incluídas, porque ya funciona como un imán. Visto uno, vistos todos, pero cuando estás ahí no quieres estar en ninguna otra parte. Lo más transgresor probablemente fue la repentina aparición de los Gipsy Kings, algo que se movió entre lo cómico, lo tierno y lo kitsch en un guiño a la rumba catalana que no terminó de encajar en estética pero sí en jolgorio. Se fueron paseando también los momentos de corazoncito en un puño, con el frágil y sublime Fix You y la locura desatada de Viva la vida, más nuestra que de ellos por el idilio con Guardiola cuando el Barça era el Barça, en una noche dedicada a Tina Turner en el mismo día de su muerte —versión de Proud Mary incluída— y que acabó tocando las palmas como metáfora perfecta de qué es Coldplay: un forastero camaleónico, la Madonna de los grupos.

Foto: Montse Giralt

¿Que por qué Coldplay enamora a cualquiera? Porque desde que el mundo es mundo se ha erigido como una propuesta transversal a la música, a la vida y al disgusto. La identificas en el cuarto pueril y en el coche con los críos. Un día alimenta el alma y al otro tanto colorido empalaga. La banda británica es el grupo de todos porque todos formamos parte del grupo, interpela a cualquier edad y estado civil, a adictos de los libros de autoayuda o a hinchas extremistas de las canciones cortavenas. El catálogo sonoro de Coldplay es un cajón desastre donde cabe todo y con ese batiburrillo ha sabido capitalizar con paciencia el carácter excéntrico de la existencia. Coldplay es buenrollismo, confeti, fuegos artificiales y globos gigantes, la gran fiesta para colorear los días grises, pero también la banda sonora de un viaje triste con las ventanillas del coche bajadas mirando a la nada y pensando en todo, aunque los hipnotizantes efectos visuales de sus directos hayan conseguido que nos olvidemos de lo que duele. E aquí su mayor logro.