El Museu Etnològic i de Cultures del Món ha presentado, en el marco del GREC, La colección. Guinea Ecuatorial, 1948-1961, un proyecto de Laida Azkona Goñi y Txalo Toloza-Fernández que reflexiona sobre el hecho colonial a partir del análisis de 4.000 fotografías que el equipo del Museo Etnológico y Colonial (antiguo nombre del Museu de Cultures del Mon) envió desde la Guinea Española, como aparte de su proyecto de investigación sobre las culturas guineanas. Una reflexión crítica que casi coincide en el tiempo con una reivindicación de la tarea de Jordi Sabater Pi como científico colonial que parece absolutamente antitética. La colección és una acción artística pensada para representarse en el Museu Etnològic de Montjuïc una sola vez, aunque no se descarta que pueda volver a escenificarse otras veces en distintos espacios.
Reflexión sobre el colonialismo
Para situar al público que participa en La colección, se le hace pasar en una sala donde se le ambienta en la realidad colonial, mediante el visionado de fragmentos de los vídeos de propaganda colonial de Hermic Films y la lectura de reproducciones de la revista misional de los claretianos La Guinea Española. A continuación, los visitantes pasan por un photocall, donde serán fotografiados en las posiciones y condiciones en que eran fotografiados los guineanos por los etnógrafos coloniales. El acto principal de la performance es la reproducción en pantallas de algunas fotos coloniales, mientras una coreografía en vivo representa algunas de las escenas fotografiadas. Paralelamente, una voz en off interpreta, representando la voz de los colonizados, cómo vivieron el hecho de ser retratados por los científicos coloniales. Después de una amplia revisión del archivo colonial, de más de una hora, el espectáculo se concluye con una proyección de las imágenes de los espectadores registradas en el photocall, que ponen en evidencia la arbitrariedad y violencia de la imagen colonial al poner al espectador en el punto de mira de la etnografía colonial.
Nuestra ciencia colonial
El Estado español en el siglo XX no disfrutó de una ciencia colonial tan desarrollada como Francia, Gran Bretaña o Bélgica. Las pequeñas dimensiones del imperio africano de España no justificaban estructuras de estudios como las existentes a otros países. Pero a pesar de eso, la ciencia colonial española revistió la misma brutalidad que tenía la ciencia colonial en otros países, como se ha podido últimamente con los estudios sobre la medicina colonial (como uno muy reciente sobre la leprosería de Mikomeseng). Incluso se publicaron estudios abiertamente racistas como Capacidad mental del negro, de Vicente Beato y Ramón Villarino (1944). En realidad, durante el franquismo los estudios coloniales dependieron, básicamente, del Instituto de Estudios Africanos (IDEA), una institución que a pesar de depender del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), colaboró estrechamente con la administración, siempre fue dirigida por militares y fue incapaz de alcanzar los estándares científicos de otros países europeos. Los estudios coloniales tuvieron un impacto muy fuerte en la antropología española, y fueron determinantes para la producción de obras clave como los Estudios saharianos de Julio Caro Baroja. La antropología se había visto muy tocada por el exilio de destacados intelectuales después de la guerra, y encontró un campo de experimentación en las antiguas colonias. En realidad, sólo recuperaría impulso con el retorno de Claudi Esteva Fabregat, exiliado y formado en antropología en México. Esteva, que en teoría era ajeno a los planteamientos de la ciencia colonial franquista, también colaboró con las investigaciones del Museo Etnológico, en un proyecto para valorar la receptividad de las poblaciones locales hacia el Plan de Desarrollo Económico guineano. El Museo Etnológico y Colonial empezó sus investigaciones en los territorios coloniales españoles: Guinea y Marruecos. Pero muy pronto buscó nuevos horizontes (por por todo el mundo) y no funcionó nunca como una institución propiamente colonial, aunque en sus investigaciones colaboró con las autoridades coloniales.
El tándem Sabater - Panyella
August Panyella se formó como prehistoriador y empezó a trabajó en el Museo Arqueológico barcelonés. En 1948 viajó a Guinea con una expedición del IDEA, dirigida por el antropólogo físico Santiago Alcobé, que ha sido acusado de crear una ciencia con un cierto sesgo racista. Al retornar, Panyella consiguió el apoyo del etnólogo Tomàs Carreras i Artau, que era ponente de Cultura en el Ayuntamiento de Barcelona, para la creación del Museo Etnológico y Colonial, del que sería nombrado director, cargo que mantendría durante 40 años. Potenció los estudios, tanto de etnografía catalana como de de sociedades "exóticas" o "primitivas" y promovió muchas investigaciones en países lejanos con el fin de recoger "objetos etnográficos" que se incorporarían a la colección del museo (hay debates sobre la recolección de estas piezas, e incluso sobre el mismo concepto de objeto etnográfico). Fue autor de un best-seller, Las razas humanas, un libro en que hacía la descripción de varias culturas "exóticas" (entre ellas, los fang de África Central). Panyella participaría en varias expediciones en diferentes partes del mundo. Pero para obtener objetos de la Guinea, y para facilitar la estancia allí de las misiones etnográficas, reclutó a Jordi Sabater Pi. Este era un hombre autodidacta, pero con una gran curiosidad por la etnografía y por la etología. Trabajaba en una plantación en el nordeste del país, pero se movía muy bien entre la población local y podía colaborar con los estudios y con la recolección de objetos para el Museo Etnológico. En Guinea se creó una pequeña base a Bindung, desde donde Sabater tendría que llevar a cabo su tarea (aunque en realidad no había presupuesto para una estación permanente en la zona, por lo que hubo problemas de continuidad). Sabater, paralelamente, se dedicaría a recoger animales vivos por encargo del Zoo de Barcelona y sería famoso por haber llevado a la capital catalana a Copito de Nieve. Sabater escribiría varios artículos etnográficos, pero no llegaría a ser tan bueno en la antropología como en la etología (especialmente, en el estudio de los primates).
La agresión fotográfica
En los últimos tiempos han proliferado los estudios sobre el papel de la fotografía colonial. No hay ninguna duda que la fotografía fue usada como una herramienta de dominio colonial. Durante el periodo colonial, buena parte de las cámaras estaban en manos de los colonizadores. Y los colonizadores tuvieron la capacidad de coaccionar a los africanos para hacerles las fotografías que querían y como querían (sabemos por los diarios que a las expediciones del Museo Etnológico en la Guinea, los antropólogos iban acompañados de administradores coloniales, lo que evidentemente suponía una coacción para la población local. Algunas de estas fotos serían usadas para denigrar a las poblaciones africanas. Los antropólogos coloniales se otorgaron el derecho de fotografiar a la gente colonizada que querían: en sus trabajos, en el campo, en sus casas... Los retratados a menudo no tenían posibilidad de quejarse. Además, la fotografía fue utilizada, en el campo de la antropología física, con el fin de ayudar a la categorización de poblaciones con la finalidad racista de establecer una jerarquía racial. Algunas de las fotografías realizadas en las misiones del Museo Etnológico claramente iban destinadas a esta clasificación racista de la humanidad.
Pensar por los otros
La fotografía etnográfica colonial podía suponer una agresión a los colonizados, y lo que hace La colección es poner voz en estos. El problema es que en esta acción artística se hace una intrepretación de los sentimientos de los colonizados basada, básicamente, en suposiciones de lo que implicaba la fotografía colonial y de cómo la vivían los retratados. En primer lugar, se niega cualquier posibilidad a que los colonizados buscaran la fotografía y se considera cualquier fotografía colonial como una degradación del individuo. Eso contrasta con los relatos de viajeros que pasaron por Guinea en este periodo, que explican que los guineanos a menudo exigían insistentemente ser fotografiados. Como en los poblados la gente no tenía cámaras fotográficas querían la imagen como una forma de dejar constancia de su existencia, como lo hacían también los guineanos de la ciudad que tenía acceso a fotógrafos (como Herminio o Augusto). En realidad, en muchas fotografías de La colección, los guineanos aparecen muy bien vestidos, con una posición muy digno. Está claro que han querido dar una determinada imagen de sí mismos y que no consideran que esta fotografía les esté degradando. Los guineanos a veces posan ante el fotógrafo, y posan como quieren porque lo consideran trascendente. La voz en off, en un caso, afirma que el fotógrafo, cuando se encuentra con un grupo, hace poner delante al hombre y deja a la mujer y los niños en una posición secundaria. Eso es presuponer, ingenuamente, que no hay machismo en las sociedades africanas, y que los hombres africanos no quieren ser representados en una posición preponderante. Por otra parte, es cierto que, a veces, los europeos instaban a las africanas a bailar con los pechos en el aire para fotografiar bailes "auténticos", cuando ya era habitual que bailaran vestidas o con sujetadores (una completa paradoja en pleno franquismo, porque mientras tanto los misioneros consiguieron que se prohibieran algunos bailes tradicionales por considerar que tenían un contenido demasiado sexual). Ahora bien, también es cierto que las poblaciones locales cobraban por hacer estos bailes "especiales", y que si los europeos no pagaban, no bailaban como ellos querían. Y eso demuestra que los africanos sí que tenían cierta capacidad de negociación.
Fotos y fotos
La colección hace una interpretación terriblemente homogénea de las fotografías, partiendo del hecho de que una fotografía realizada en un contexto colonial es equivalente a otra. En realidad, las mismas imágenes mostradas al público lo desmienten. Hay, por ejemplo, una fotografía de un ritual de bwiti, una religión sincrética que estaba absolutamente prohibida por las autoridades coloniales españolas (con penas de prisión para los participantes en los rituales). Que los fotógrafos pudieran tomar estas imágenes demuestra una relación de confianza entre los participantes al culto y los etnógrafos (y el distanciamiento existente entre los antropólogos y las autoridades coloniales). Sin una buena relación con los banji, los iniciados al bwiti, habría sido imposible la toma de estas imágenes. Posiblemente, esta imagen sólo fue posible gracias a la colaboración en las expediciones de Jordi Sabater Pi. Este estaba en Guinea como colono, pero era un colono excepcional, que se interrelacionaba mucho con la población de la zona. Para empezar, hablaba la lengua fang que muy pocos españoles hablaban. No he conocido a guineanos que hubieran trabajado con Sabater Pi, pero sí que he tenido relación con algunos de sus descendientes, y todos coincidían en qué Sabater Pi disfrutó del aprecio de la gente de la zona, porque los fang percibían muy positivamente que alguien se interesara por su cultura y la pusiera en valor (lo que nos obliga a replantear el papel de la antropología para las poblaciones coloniales). De la misma forma, en La colección se estigmatiza que el fotógrafo colonial retratara a un tocador de mvet (un recitador de epopeyas tradicionales). En realidad, estos artistas eran (y son) auténticas estrellas en la sociedad fang. No hay nada más normal que fotografiar a esta mezcla de músicos, cómicos, poetas... En realidad, mientras que algunos colonos despreciaba a este tipo de creadores, la etnografía colonial reclamó su papel de verdaderos artistas, al nivel de los artistas occidentales (por ejemplo, a través de los estudios de González Echegaray y de Iñigo de Aranzadi).
La lectura de los colonizados
De forma un tanto ingenua La colección intenta contrastar las fotografías coloniales, también, con los comentarios de un grupo de guineanas que visualizan las imágenes tomadas en las expediciones del Museo Etnológico. Se presupone que los guineanos tendrán una visión anticolonial que no tienen los europeos. Y eso es sólo parcialmente cierto. Porque los guineanos actuales no están libres del pensamiento colonial. En realidad, algunos de los comentarios de los guineanos que visionan las fotografías coloniales de miembros de otros grupos étnicos denotan unos obvios estereotipos étnicos, que en cambio no se detecta en las cartas cruzadas entre Sabater Pi y August Panyella.
La ignominia
El proyecto La colección no sólo toma la voz de los colonizados, sino que en cierta medida toma la voz de los colonizadores. Uno de los últimos comentarios de la voz en off, cuando el espectáculo está a punto de cerrarse, afirma que el fotógrafo ha querido retratar a un guineano junto a un gorila porque los equipara a ambos. En realidad, esta es una afirmación completamente gratuita. Jordi Sabater Pi, a pesar de ser alguien muy preocupado por los primates, siempre fue muy crítico con los etólogos que despreciaban a los africanos y sólo amaban a los simios. En uno de los fragmentos de los diarios se deja entrever que Sabater Pi era crítico con la acción colonial española (hace una contundente declaración contra Basilio Olaechea, el administrador colonial de Ebibeyín). También sabemos que August Panyella nunca compartió el racismo colonial, aunque quizá ninguno de los dos se habría desmarcado abiertamente de las posiciones coloniales (se debe recordar, también, que estaban en un estado dictatorial: la España franquista). Quizás habrían pecado por omisión, por no desmarcarse suficientemente de las directrices del gobierno colonial o por no enfrentarse a ellas, pero no hay ninguna evidencia que estos etnólogos despreciaran los africanos. Más bien todo lo contrario.
Puesta en valor
Hace un par de años, la exposición Ikunde, en la sede de la calle Montcada del Museu Etnológica y de Culturas del Mundo, mostraba un montón de cajas de materiales recogidos en las expediciones organizadas por el Museo Etnológico en Guinea. Muchas de ellas habían pasado décadas sin ser abiertas. Evidentemente, no habían sido catalogadas ni analizadas. Ahora, el Museu Etnològic i de Cultures del Món ha empezado la tarea de análisis de estos materiales, centrándose en las fotografías, y también como complemento en los diarios de campo. Esto es una magnífica noticia. Pero ya sería hora que hubiera uo análisis en profundidad de estos, y de muchos otros materiales hasta ahora ocultos, que nos sirvieran para afrontar la historia de la antropología colonial, que realmente hace falta. Sería del máximo interés ver todos los materiales que se recopilaron, saber con qué criterio se recogían (qué instrucciones se daban), comprobar qué se buscaba con estos materiales, analizar qué utilidad tuvieron... Eso podría ayudarnos, no sólo para reconstruir la historia de la Antropología en Catalunya, sino, sobre todo, para ver la relación que establecimos desde Catalunya con los colonizados y qué legado nos ha quedado, de todo ello.