En La colònia, la novelista irlandesa Audrey Magee ilustra el cuadro de la sustitución lingüística y cultural. La historia es la de Lloyd, un pintor inglés en horas bajas y falto de inspiración que el año 1979 se traslada a una pequeña isla irlandesa para reubicarse artísticamente. En la obra de Magee, publicada en catalán por Periscopi con traducción de Josefina Caball, los vínculos íntimos novelados que el inglés va estableciendo con los irlandeses se intercalan con el conflicto público –y violento– que entonces marcaba las relaciones entre ambas naciones. Lo hace así: un capítulo retrata el conflicto latente desde el costumbrismo de la isla y en el siguiente capítulo retrata el terrorismo de un lado y del otro. En la isla también está JP Masson, un intelectual francés de madre argelina que investiga los patrones lingüísticos generacionales del irlandés. Mientras que Lloyd se relaciona con los isleños desde el desconocimiento absoluto de su realidad y un marco mental inconscientemente imperialista; Masson lo hace desde la voluntad de preservación. Queriendo "salvarlos", sin embargo, los musealiza. La historia transcurre a través de la disonancia de estos dos personajes. Tanto Masson como Lloyd evidencian que es imposible no mirarse las culturas ajenas desde aquella que nos es propia: nuestra identidad es la perspectiva desde donde nos miramos el resto de identidades del mundo. En eso, de entrada, nunca nadie es neutral.

Los protagonistas de La colònia evidencian que es imposible no mirarse las culturas ajenas desde aquella que nos es propia: nuestra identidad es la perspectiva desde donde nos miramos el resto de identidades del mundo

Audrey Magee
La escritora irlandesa Audrey Magee acaba de publicar en catalán con Periscopi su nueva novela, La colònia / Foto: Archivo Periscopio

Una resonancia profética

La realidad de la isla es tan cruda como su clima. La prosa de Magee se recrea en los sentidos, se recrea al poner palabras a la luz, las sombras y los olores y al hacer descripciones detalladas y frescas –nada pesadas– de los elementos del paisaje. Por momentos, las páginas de La colònia se convierten en cuadros. Sus personajes son el abanico de una representación perfecta de todos los papeles asumibles en un contexto de sustitución lingüística y cultural: del resistencialismo consciente al conformismo vencido. En este escenario, Lloyd entiende la hostilidad personal que tiene que cargar por ser símbolo de la represión con la que los ingleses se han ensañado durante siglos. El pintor es el enemigo público, pero algunos de los habitantes de la isla, como James, un chico adolescente, lo ven como una ventana a la libertad: la nación dominante les promete prosperidad a cambio de dejar de ser irlandeses. La represión se manifiesta en James a través del autoodio, la vergüenza y la pulsión de huir. Para él, ser irlandés es ser vaso de una losa: el dolor de tantas otras generaciones antes. La vertiente personal del conflicto público está inevitablemente tensada por las contradicciones.

Sus personajes son el abanico de una representación perfecta de todos los papeles asumibles en un contexto de sustitución lingüística y cultural: del resistencialismo consciente al conformismo vencido

ALCE 83 CUBIERTA DESCARGABLE LA COLONIA
Cubierta de La còlonia de Audrey Magee

La colònia permite ponerse en la cabeza de quien entiende las consecuencias concretas del imperialismo de la nación a la que pertenece por primera vez. Lloyd, el pintor inglés, descubre que forma parte de un conflicto étnico que en la nación minorizada lo atraviesa todo: la lengua, la gastronomía, la concepción del tiempo, la importancia de las cosas materiales, la fe. Es el choque cultural de quien se siente forastero en un lugar que, desde el principio, tenía asumido que le pertenecía. La colònia es el escenario perfecto para sumergir al nacionalista no nacionalista, el que se piensa que los nacionalistas siempre son los otros, y hacerle ver los negativos de la fotografía.

Es imposible ser catalán y no vincularse emocionalmente, no pasar cada página con la incomodidad pesada de saber que, de aquí a no muchos años, la fotografía lingüística de La colònia puede ser la nuestra

Siendo catalán, la obra de Magee se lee con una resonancia profética. O con la duda, la angustia, de si finalmente la historia del irlandés se nos hará profecía. Es imposible ser catalán y no vincularse emocionalmente, no pasar cada página con la incomodidad pesada de saber que, de aquí a no muchos años, la fotografía lingüística de La colònia puede ser la nuestra. Se hace muy difícil no leer los diálogos en que el pintor inglés apela a la libertad de sus interlocutores para hacerles hablar en inglés, o a las charlas en las que algunos de los mismos habitantes de la isla hablan del inglés como la lengua de futuro –y se miran a ellos mismos con condescendencia–, y no trasladarlo a nuestro momento. La colònia es un libro que se lee con vértigo en el pecho y con un mantra en la cabeza: en una situación de diglosia, el bilingüismo es un estadio más de la sustitución. Si es cierto que, parafraseando Tolstoi, todos los imperialismos se parecen y todos los resistencialismos encuentran la fuerza en su unicidad; Audrey Magee ha encontrado el hilo y las palabras exactas para retratar la unicidad que le es propia. Me atrevería a escribir, sin embargo, que su obra ya es un ejercicio de memoria histórica.