Mi relación con el boxeo se tiene que remontar a la afición de mi abuelo, que había acudido a veladas que se celebraban en el velódromo de Mataró, o a mi padre, que recordaba haber visto por televisión el histórico combate de Muhammad Ali contra Foreman en Kinsasa. De todos modos, desde donde escribo me observa un cartel de boxeo: "Plaza de toros Monumental. Domingo 23 de abril de 1916. Gran fiesta de boxeo. Jack Johnson contra Arthur Cravan". Sobre Cravan, poeta y sobrino de Oscar Wilde, y su paso por la Barcelona neutral durante la Primera Guerra Mundial se ha escrito mucho e Isaki Lacuesta le dedicó una de sus obras más recordadas de documental-ficción. Ahora bien, ¿qué hacía el excampeón de los pesos pesados norteamericano Jack Johnson en Barcelona?
El combate del siglo de la dramaturga, directora y actriz Denise Duncan, autora residente de la Sala Beckett, y que se puede ver hasta el domingo 13 de junio es una respuesta a este interrogante que permite hablar de la persistencia del racismo a lo largo del siglo XX. Si ayer hablábamos en este mismo diario de El ferrocarril subterráneo y la herida de la esclavitud, el boxeador Jack Johnson vivió en su propia piel negra la pervivencia de una discriminación heredada de sus padres exesclavos. A pesar de las tardes de gloria, esta herencia lo persiguió toda la vida. Una vida en torno al cual gira la obra, estructurada en los diversos rounds del combate a puñetazos de Johnson contra el odio.
Si hace unos años el teatro catalán se vio sacudido por la cuestión de la representación y las oportunidades de los actores afrodescendientes, El combate del siglo es una obra escrita y dirigida por una costariquense afrodescendiente afincada en Barcelona y protagonizada por un mallorquín de padres guineanos, Armando Buika, hermano de la cantante Concha Buika, del actor Boré Buika y del político Guillem Balboa Buika. Y, además, explica una historia estrechamente ligada a nuestra ciudad.
El gigante que no pudo escapar de la sombra de la discriminación
Arthur John "Jack" Johnson (1878-1946), el gigante de Galveston como era apodado, era un boxeador muy particular. No sólo por su estilo, que lejos del cuerpo en cuerpo prefería mantener las distancias y aprovechar los errores de los rivales para noquearlos, sino porque leía Shakespeare y le gustaba el lujo y llevar un alto nivel vida, donde no faltaban los coches más rápidos, los trajes a medida, el mejor beber y las mujeres más bonitas. Además, era un bocazas y le gustaba provocar los combates con ingenio, juegos de palabras y sarcasmo.
El año 1910 se coronó como campeón mundial de los pesos pesados en el llamado "Combate del siglo" contra James J. Jeffries, la "Gran esperanza blanca" que tenía que salvar el honor de los blancos según el periodista y escritor Jack London. Se trataba del primer negro que conseguía llegar al más alto del boxeo, y su victoria no fue aceptada de buen grado. Después del combate, se produjeron ataques y linchamientos contra negros y las autoridades pusieron Johnson a punto de mira. La excusa para perseguirlo fue precisamente aquello que hacía atacaba más íntimamente a los racistas: sus relaciones con mujeres blancas. Acusado de atravesar la frontera estatal con una mujer blanca con propósitos inmorales, fue acusado de proxenetismo y condenado a prisión.
Antes de morder el polvo, sin embargo, Johnson se marchó a Europa con su mujer Lucille. La Primera Guerra Mundial lo hizo establecer en Barcelona, donde se convertiría en un personaje popular. Tenía un gran piso en la calle Mallorca, abrió una agencia de publicidad, frecuentaba los cabarés del Paralelo e incluso protagonizó una película de Ricard Baños. Siguió subiendo al ring, aunque estuviera en combates más bien amañados como lo que lo enfrentó al surrealista Cravan. Cuando volvió a su país tuvo que cumplir medio año de prisión, siguió boxeando, fundó un club de jazz que después de venderlo se convertiría en el Cotton Club, se casó y divorció varias veces, escribió su autobiografía y murió el año 1946 en un accidente de coche, después de salir de una cafetería donde no lo habían querido servir por su color de piel. Su condena fue anulada por Donald Trump, después de una larga campaña.
Un personaje shakesperiano
Un personaje así de apasionante y excesivo, en manos de una dramaturga como Duncan y actor con el carisma de Buika, se convierte un héroe torturado por su pasado, marcado por el racismo, el alejamiento de la madre, pero también el suicidio de su mujer y las sospechas de maltratos... Un personaje humano, ambivalente y trágico de los que creaba el bardo de Stratford-Upon-Avon, en un texto que se aleja del puro biopic para hablar de cuestiones universales. La diferencia, la vulnerabilidad, la necesidad de aceptación y reconocimiento, el éxito y el fracaso...
En la sala de abajo de la Beckett, convertida en un ring que se transforma rápidamente en el cabaré Excelsior, el Johnson de Denise Duncan disfruta de la libertad barcelonesa pero sufre por el seguimiento de la policía española y la embajada americana, frecuenta a la alta sociedad catalana pero sospecha que sólo lo consigue por su generosidad con el dinero, quiere mirar adelante pero no es puede librar de la sombra de Jeffries (Àlex Brendemühl) y no es capaz de salvar su relación con Lucile (Andrea Ros), mientras pasa cada vez más noches en el cabaré donde reinan las Knock-out (Queralt Albinyana, Yolanda Sikara y Ros). Ellas tres serán las encargadas de enfrentarlo a sus fantasmas y a sus miedos. Porque al final, Johnson también tendrá que tirar la toalla.