Después de un año, he vuelto a un concierto. Ya sé que desde hace unos días muchas de las crónicas que leáis de un concierto se basarán, en parte, en dedicarse a explicar la experiencia vital del retorno a una normalidad que antes no valorábamos. Pero este ha sido mi momento y lo quiero compartir con todos vosotros sin olvidarme de que fui a un concierto de los Manel y también toca hablar de repertorio y música.
Pero disculpadme la pequeña licencia. Gracias al coronavirus, todas aquellas partes de asistir a un concierto que muchas veces detestaba y otras en que era partícipe directamente, ahora las valoro profundamente, las disfruto e incluso las observo para saborearlas como cuando me dejo la yema de un huevo frito para el final de la comida. Vamos a poner unos ejemplos rápidos para no caer en rollos, pero a buen seguro que los tenéis presentes.
De entrada, que te hagan esperar para iniciar el concierto. En este caso, en Pedralbes, tienen categoría hasta el límite que treinta minutos antes ya nos vino un chico muy amable al jardín donde comía una hamburguesa del restaurante Flash Flash para decirnos que ya podíamos entrar en el recinto. Obviamente, no le hicimos caso, porque en aquellas sillas de teca, con cubiertos de plástico biodegradable y una hamburguesa mini, estábamos muy a gusto. Sin embargo, no llegamos tarde, y los Manel sí. Unos escasos cinco o diez minutos. ¡Tampoco fui con la libreta para apuntar nada porque quería disfrutar 100% del momento, ni siquiera hice ni una triste story! Y bien, volviendo al tema de la puntualidad, si el retraso hubiera sido más prolongado, también me hubiera parecido bien.
Después está aquella clásica complicidad que el público quiere adquirir con el grupo y no al revés. A grandes rasgos podríamos decir que no faltó un encendido de linternas de móvil espontáneo, patear el suelo o levantarnos para bailar Boomerang. El tema de los móviles me encanta. Ya basta de mecheros, que daban yuyu, y sí al momento tierno en que tenemos que hacer el check por si acaso todavía hay alguien a quien le encanta captar la imagen y colgarla en su Instagram.
El tema del pataleo para que vuelvan a cantar también hacía meses que no lo disfrutaba. En Pedralbes se nota que hay categoría, como he dicho antes, y también seguridad. Pero obviamente no deja de ser un conjunto de tarimas dispuestas para habilitar un espacio de música delante de un palacete donde los Borbones ya no osan ir de visita. ¡Y aquella sensación del suelo temblando, de concierto en el Salvador donde todo se hundirá de un momento a otro, me encanta! Y para acabar, mover la cabeza, a izquierda y derecha, como un egipcio buscando un punto por donde ver a los cuatro músicos encima del escenario mientras algunos cuerpos me obstaculizan la vista.
Eso serían unos clásicos que podría compartir también con el concierto de Rosario del martes pasado. Ahora vamos a por los de los Manel. ¿Qué queréis que os diga? A mí, la torpeza o poca traza que tienen encima del escenario me encanta. Solo son capaces de aprenderse una coreografía entre los cuatro, en este caso, para cantarnos Boy Band. Pero de este poco saber hacer para moverse, hacen una virtud. A los catalanes nos encanta porque nos identificamos, no somos unos grandes expertos a la hora de coordinar nuestro cuerpo y vemos en Guillem Gisbert, su cantante, el perfil de persona que somos. Lo más divertido son los saltitos que hace mientras canta... Por no hablar del poco feedback que dan con el público. Lo justo y necesario: no caen en los monólogos de los Amics de les Arts y te dan ganas de que, en algún momento, se tiren a hablar más . Como me dijo un gran showman de la radio un día: "Núria, mejor que se queden con ganas de ti".
También me hubiera gustado escuchar más clásicos suyos que compensaron a toda prisa en la recta final del concierto. Con Teresa Rampell, Boomerang, como ya he dicho antes, y Benvolgut para rematarlo. Era como decirnos: "Ok, ya os habéis tragado la chapa, ahora os damos unos minutos para disfrutar". E incluso así, agradecí que apostaran por el nuevo disco, que nos enseñaran tres nuevas canciones que tendré que escuchar millones de veces para que mi cerebro las acepte, y que hayan renunciado al ukelele para convertirse en un sonido ecléctico que me sentó de maravilla antes de irme a dormir.
Porque era miércoles y yo también me levanto "muy temprano, muy temprano". Para acabar, un aspecto de los Manel pero compartido con cualquier concierto en catalán, el no n'hi ha prou para pedir que no se acabe el concierto. Era como respirar casa, emular los viejos tiempos en los que nos sentíamos orgullosos de nuestro país petit y el Barça ganaba Champions.
Guillem hizo referencia a cómo hubiera sido el concierto del 2020 que anularon y ahora han recuperado este 2021. A mí no me importa nada saberlo, tampoco hice el ejercicio de imaginarme cómo hubiera sido porque habría disfrutado de una buena noche y punto. Lo que sí me importa es recuperar las sensaciones de un tiempo que ayer constaté que no hemos perdido. Por cierto, si la crónica a nivel musical os parece floja, hago una nota rápida: tocaron 21 canciones, el final os lo he comentado en el penúltimo párrafo y el inicio fue con Formigues, Banda de Rock y Els entusiasmats.