Lo más impactante de Cómo cazar a un monstruo es ver cómo un pederasta condenado sigue haciendo su vida como si nada. Es perturbador ser testigo de su media sonrisa babosa cuando hace una videollamada a sus "amigos" menores de edad (¿?) o cuando les saca fotos a niños mientras juegan en un centro comercial, tanto que hay secuencias en las que resulta insoportable mantener la vista en la pantalla. Carles Tamayo consigue enseñar (y demostrar) lo innombrable con mucha crudeza y una escandalosa naturalidad, porque el monstruo sabe que está siendo grabado en todo momento. Este youtuber (y creador de contenido y periodista y narrador incontestable) se topó con una historia impresionante cuando Lluís Gros, a quien él mismo conocía desde pequeño, le llamó para que hiciera un reportaje sobre su vida y su amor por el cine. Lo que Gros omitió en esa llamada es que tenía una condena vigente de 23 años por abusos sexuales a menores. No cayó (¿no quiso caer? ¿le daba igual?) en que su interlocutor lo sabía.

La primera pregunta obvia es por qué este señor no está en la cárcel si está condenado. Es lo que nadie entiende y tampoco Tamayo. Y voilà, ahí el documental se le pone en bandeja. Es inverosímil ver la pachorra con la que Gros actúa delante de las cámaras pese a las advertencias del streamer, que no para de preguntarle por los abusos perpetrados, unas acusaciones que el pederasta sortea con chulería, sorna y omisión. Parece que nada va con él pero disfruta llamando la atención del objetivo. Se nos presenta como un hombre narcisista, es ególatra, solo piensa en sí mismo, pero sabe que puede enmascarar esa faceta de animal depredador con la postura del abuelete simpático, entrañable y, a priori, vulnerable. Y perturba todavía más intuir que así cazaba a sus víctimas.

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Increíble la secuencia presuntamente casual en el que se encuentra a uno de esos niños en un bar y este le increpa, en un episodio televisivo deseado por todo narrador que abre la vereda del tiempo. Ahí sale a relucir el periodismo de investigación que los medios tradicionales cada vez pueden permitirse menos. ¿Hay todavía más casos de los ya juzgados? ¿Por qué nadie lo ha investigado? ¿Y por qué demonios este señor no ha pagado por sus pecados? La pasividad en la cara de Gros frente a su víctima, ya un adulto, es alucinante e ilustra a la perfección la impunidad con la que vive. Come un menú diario, va al supermercado, compra sus medicinas, pasea por la calle. Continúa hablando con menores, esquiva la justicia, miente descaradamente sin remordimiento alguno, pretende dar pena todo el rato. Realmente se cree que es inocente, que el pobrecito es él. Y es que si nunca le ha pasado nada antes, ¿por qué ahora sí?

[Lluís Gros] realmente se cree que es inocente, que el pobrecito es él; y es que si nunca le ha pasado nada antes, ¿por qué ahora sí?

Cómo cazar a un monstruo es sobretodo una crítica al sistema a partir de un solo ejemplo muy bien construido que denuncia un engranaje estructural. Ratifica con pruebas sólidas que los abusos se esconden, se amparan y se protegen, porque si no sería imposible sostener semejante red criminal. Confirma que hay personas que saben lo que pasa y permiten que pase, algunos a conciencia y con maldad, otros escondidos en la imprudencia y la ignorancia. Es bastante estremecedor que incluso los padres de Tamayo, que aparecen en un par de secuencias al principio de la miniserie, confiesen que eran conocedores de lo que se hablaba en el pueblo cuando su hijo frecuentaba el cine que dirigía Gros. Y vomitivo que sean religiosos los que escondan al pederasta mientras huye de los Mossos d'Esquadra. ¿Esto se ha investigado, por cierto? ¿O hemos banalizado la culpabilidad de la Iglesia en los casos de pederastia?

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Foto: Prime Video

Lluís Gros abusó de muchos más niños de los que la justicia sabe, es una realidad, y ha tenido que venir un youtuber a sacarle los colores a las autoridades y a los negacionistas. Un portazo en toda la cara. Tamayo utiliza un formato híbrido entre stream y documental convencional que recorta distancias con el espectador y que justifica algunas prácticas que no haría un periodista tradicional. Hay algunas cuestiones que igual me generan dudas deontológicas, pero narrativamente es indiscutible que Cómo cazar a un monstruo es oro puro. Y que la intención es buenísima. Y si ya de por si todo lo que sucede es surrealista, lo es más si cabe un clímax final imposible de creer que da ganas de levantarse y tirar la tele contra el suelo. Ahí acabas de entender el título del reportaje. Y la rabia no te la quita nadie.