Esta semana la radio local de Banyoles, Ràdio Banyoles, ha publicado una noticia en que celebraba la recuperación de un antropónimo muy nuestro: "Nace en Banyoles el primer Martirià en 30 años". Y claro está, para nosotros que incluso tenemos un grupo de Martirians que cada noviembre hacen un encuentro anual de Martirians... es un motivo de orgullo y de satisfacción, que diría aquel, que se vuelva a poner el nombre del patrón de Banyoles. (Por cierto, Mireia y Abdon, si leéis esto, enhorabuena y por muchos años!) Y eso me hace pensar, inevitablemente y ahora que todo mi entorno se está reproduciendo, en la importancia de escoger un nombre para una criatura.
Los antropónimos nos dan mucha información. Su evolución a lo largo del tiempo y a través de la cultura nos revela que los nombres pueden ser indicativos de factores como la procedencia geográfica, la religión y otros aspectos culturales, incluso, económicos. Con respecto a la religión... Quizás dentro de cien años ya no habrá gente que se llame Magdalena, Teresa, Josep o Tomàs. ¡Vete a saber! Quizás precisamente porque tienen este origen religioso o quizás simplemente porque ya no están de moda. Aunque Rut, Clara y Mateu también tienen un origen religioso y se siguen poniendo. ¿Quizás también porque ya no nos fijamos tanto de dónde viene, sino simplemente en sí nos gusta o no? (No es ninguna pregunta retórica, lo pregunto porque no lo sé).
Una cosa está clara: el nombre forma parte de nuestra identidad. Hay quien rebusca en los orígenes más profundos de la etimología para encontrar un nombre con un significado muy intenso que sea apropiado para su hijo, y también hay quien busca en internet una lista de nombres infinita y después los va rallando... También hay quien recoge un papelote y lo engancha a la nevera para ir haciendo la elección, y hay quien ya tiene claro el nombre antes de que nazca la criatura... ¡Ah! Y también hay gente que espera a ver la carita del bebé para acabar de decidirse. Ya lo veis: ¡en el arte de acertar los antropónimos, no hay reglas que valgan!
Un consejo que nos puedo dar es que como sociedad intentemos no dar tanto nuestra opinión sobre los nombres que han escogido los padres
Y es que escoger el nombre de un hijo puede ser una elección problemática. Se puede optar por un nombre que honre una identidad arraigada en la historia familiar (el nombre de un abuelo, de una tía, de una hermana, etc.) o cultural (el patrón de, la santa de, etc.). También se puede arriesgar con un nombre moderno que suene bien en muchas lenguas en este mundo globalizado y que simplemente guste cómo suena (¡o como se escribe!) y que sea un nombre original y único... También hay gente que escoge el nombre pensado que tenga una grafía concreta como por ejemplo la cedilla o la ele geminada: Marçal, Gal·la... Y también hay gente que quiere mantener nombres catalanes poco comunes como Peronella o Berenguer. ¡Ah! Y no nos olvidemos de los nombres que se ponen en honor a gente famosa, como Leo (por Messi), o a personajes de películas como Noah (por El diario de Noah), etc. También hay gente que opta por nombres unisex como Àlex y Pau. ¡Hay de todo!
Mi recomendación es que paséis de todo y que le pongáis el nombre que os apetezca, tenga simbología o no tenga, tenga referencias familiares o no tenga y guste a la otra gente o no guste. Porque... spoiler: hagáis lo que hagáis, siempre habrá alguien a quien no le parezca bien nada y opine sobre los nombres de tus hijos: "¡Ay! ¡Yo pensaba que le pondríais Maria, como la abuela Maria en paz descanse," "Ay, a mí este nombre no me gusta nada!", "Ay! ¿Eso es un nombre? ¡Verge santa!" y etc. El otro consejo que nos puedo dar es que como sociedad intentemos no dar tanto nuestra opinión sobre los nombres que han escogido los padres. La regla aquella de los tres segundos... ¿La sabéis? Aquella que dice que si lo que querías decir no se puede arreglar en tres segundos, más vale que no lo digas... ¡Pues esta misma!
Mi padre escogió Valentina hace 31 años y es cierto que este nombre no era muy popular y que incluso resultaba bastante extraño. Mis padres desobedecieron y decepcionaron la voluntad familiar y la verdad es que a mí me gusta mucho mi nombre. Así pues, larga vida a la desobediencia y que todo el mundo escoja el nombre que quiera para sus criaturas.