El relato del encuentro ilustra tanto la idiosincrasia del personaje como el espacio-tiempo en que sucedió. Galería Buades, Madrid, noviembre de 1981. Un joven artista de provincias llega a la capital del reino tras mandar una de sus primerizas obras abstractas a la subasta promovida por un afamado crítico de arte. Dicha subasta se ha organiza en solidaridad con el grupo de pop nuevaolero femenino Las Chinas, a quienes les han birlado los instrumentos del local, y cuya canción Amor en frío empieza a sonar en todas partes (se da la casualidad de que el afamado crítico de arte es también el coautor de la letra, junto con Santiago Auserón). Al acto acuden aristócratas, empresarios, políticos, directores de cine underground, travestis, críticos y otra gente farandulesca, todos en inopinada sintonía. (Por ahí está Paloma Chamorro, quien sería presentadora de La edad de oro, el programa cultural de la tele ochentera que la derecha más recalcitrante conseguirá clausurar tras la performance de Jordi Valls, el primer punk catalán).

Sobretodo era un intelectual con una cultura y una mirada sobre todos los campos realmente alucinante. Pero eso no quita que fuera un cafre en muchos aspectos

Entre pinturas de Javier Mariscal o Carlos Berlanga, le llega el turno a la obra del joven artista de provincias que, tras una primera puja, el propio subastador se apresura a autoadjudicarse por una suma de dinero algo desorbitada para la época y el nulo reconocimiento del pintor. El joven artista de provincias se pone muy contento, pues ha llegado del pueblo sin más que un cucurucho de torreznos. La alegría, sin embargo, dura el tiempo justo en que empieza a olerse que el afamado crítico no tiene ninguna intención de pagarla. De hecho, el cuadro acabará, años después, decorando el bar Cuatro Rosas, propiedad de los Gabinete Caligari, aceptado como pago de alguna turbia deuda del crítico. Para más inri, el afamado crítico se apodera también de una carpeta con dibujos del joven artista y se autoproclama ‘marchand’ suyo, con resultados igual de ruinosos para la economía del joven. A cambio, eso sí, se convertirá en su protector y lo alojará un tiempo en su casa, lo paseará por interminables juergas sicalípticas, lo presentará a quien tenga que presentarlo y el joven artista de provincias acabará por convertirse en afamado artista, uno de los mayores exponentes de la facción pictórica de la Movida madrileña.

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Quico Rivas con Pablo Pérez Mínguez (c. 1980) / Foto: Pablo Pérez Mínguez

Luces (y sombras) de bohemia

“Yo mismo cultivé la leyenda de mi mala fama, que es la única fama respetable”, dejaría dicho Quico Rivas (Cuenca, 1953 - Ronda, 2008), el afamado crítico protagonista. El entonces joven artista es Mariano Carrera aka Dis Berlín, que contó afectuosamente esta anécdota hace unos años en el programa radiofónico Los muertos que están vivos. Y yo la cuento aquí un poco a traición de Fran G. Matute, periodista, profesor, gestor, crítico cultural y espeleólogo de la Sevilla contracultura y la Andalucía pop, amén de autor de A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana (Athenaica, 2024) un opúsculo en forma de carta dirigida a este personaje (en la mayor acepción del término) que a través de la crítica de arte, la agitación cultural, la militancia política, el periodismo y la investigación, pero también la creación artística, literaria y musical, hilvanó las costuras del subsuelo sevillano, madrileño y barcelonés, principalmente durante los años 70 y 80. Y digo a traición porque, en su libro, Matute trata de esquivar todo lo que puede al granuja noctívago y las suculentas anécdotas que circulan alrededor de su figura, a fin de que su “mala fama” no eclipse el legado de uno de los intelectuales más brillantes de la segunda mitad del siglo XX.

“He sido prudente en el libro, porque no he querido caricaturizar a Quico Rivas”, razona el autor. “Era un ser de la noche y un personaje excesivo. Anécdotas hay miles… fue una especie de pícaro. Le gustaba mucho el mundo de la bohemia y de literatura de principios del siglo XX, los literatos tipo Pedro Luís de Gálvez o González Ruano, que eran como unos pillos capaces de hacer cualquier cosa con tal de publicar un artículo… Y tiene historias para no dormir, vamos. Lo que pasa es que si las pusieras todas juntas, realmente harías un retrato deformado porque, aunque esto existió, no creo que fuera lo más definitorio. Él sobretodo era un intelectual con una cultura y una mirada sobre todos los campos realmente alucinante. Pero eso no quita que fuera un cafre en muchos aspectos. Te cuento solo una famosa: le alquiló una casa preciosa en el centro de Madrid a Pedro Almodóvar para una película, La ley del deseo creo que era. Le dieron el dinero y comenzaron el rodaje, y, bueno… luego resultó que la casa no era suya, sino de una novia que estaba de viaje, y al llegar la chica se encontró con las paredes de su casa pintadas y una película en marcha, mientras él vivía a cuerpo de rey en un hotel a costa de la productora de Almodóvar…”.

Él fue la puerta de entrada en el Madrid pre-Movida de todo lo que se cocía en Barcelona, y luego acabó pasando muchos años allí

Sin desviarse nunca de los márgenes, Quico Rivas es conocido por desplegar la mayor parte de su frenética actividad agitadora entre Sevilla y Madrid, pero Catalunya es uno de sus puntos de anclaje historiográficamente menos homologados: “Quico pasó su adolescencia en Sevilla, y es allí donde se curtió en la extrema izquierda y donde nace su interés por el arte contemporáneo. En el 76 se va a Madrid, y allí amplia su campo de acción, se interesa por las vanguardias literarias y se encuentra con este mundillo pre-Movida que le parece muy interesante. Empieza a trabajar en TVE como guionista de Paloma Chamorro y en El País como crítico de arte, a colaborar en una serie de publicaciones y a organizar algunas de las grandes exposiciones de la época. Entonces, desde esta posición de catalizador de lo que está ocurriendo en España a nivel de vanguardias y posvanguardias, conecta con un grupo catalán de arte conceptual llamado Trama, donde estaba, por ejemplo, Federico Jiménez Losantos (antes de…). Él es quien los lleva a Madrid y les hace de Cicerone. Si lees la biografía de Jiménez Losantos, de sus años en Barcelona, de su relación con la extrema izquierda y el arte de vanguardia, Quico aparece mil veces y le tiene un cariño mortal, porque se quedaban en su casa. Luego, Pepe Ribas, el fundador de Ajoblanco, se va de Barcelona en el año 79-80 para ir a vivir a Madrid, en un piso justo enfrente de la casa de Quico, y juntos montan una editorial que se llamó Puntual. Y luego Quico, entre otras muchas colaboraciones con revistas barcelonesas, acaba escribiendo en la mítica revista musical Disco Expres cuando la compra Gay Mercader. Por último, cuando enferma (tenía el hígado fatal), acaba retirándose a L’Escala, en donde pasa los últimos cuatro o cinco años de su vida en un caserón, de nuevo con Pepe Rivas de vecino, y los dos se ponen a investigar sobre el caso Escala y montan sus últimos proyectos anarquistas. También era muy amigo de Antoni Muntadas. Él fue la puerta de entrada en el Madrid pre-Movida de todo lo que se cocía en Barcelona, y luego acabó pasando muchos años aquí.” (Pepe Ribas, por cierto, acompañó al autor en la presentación del libro en Barcelona que tuvo lugar el pasado viernes en La Virreina Centre de la Imatge).

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Quico Rivas fotografiado como parte del proyecto 'Foto-poro' (c. 1980) / Foto: Pablo Pérez Mínguez

Fran G. Matute, en su libro, le pregunta a Quico Rivas si tuvo ocasión de ver Forrest Gump, bromeando con la capacidad de ambos para estar en el lugar adecuado en el momento preciso. “Su figura empezó a llamarme la atención precisamente por encontrarme su nombre en ocho mil sitios distintos. Siempre me han interesado estos submundos contraculturales y underground españoles, y cuando leía cualquier libro sobre lo que pasó en Madrid, Sevilla o Barcelona aparecía siempre el nombre de Quico Rivas, hasta el punto de ser un poco mosqueante. ¿Cómo podía estar ese hombre en todas partes? ¿Quién era? Parecía un heterónimo que se hubieran inventado, como un amigo imaginario de todos: de Almodóvar, de Alberto García-Alix, de Ceesepe… Y de ahí la broma de compararlo con Forrest Gump, que está siempre en momentos cruciales de historia de Estados Unidos; pues los mismo hizo Rivas con la transición española. Si repasáramos su vida al detalle, si alguien le escribiera una biografía en profundidad, tendríamos un retrato de nuestra historia reciente súper completo. Hay pocas personas que a través de su relato vital puedan contar de manera casi perfecta el devenir de la juventud, desde el tardofranquismo más violento, la clandestinidad política, el desencanto de la transición o la Movida; solo por esa singularidad es una vida que merece ser rescatada. Y luego fue un intelectual muy potente que merecería, desde luego, ser más conocido. Además, como pintor y poeta tiene una obra meritoria, una novela inédita y otras cosas interesantes que seguramente irán saliendo (como ya se publicaron póstumamente dos de sus obras: Cómo escribir de pintura sin que se note y Reivindicación de don Pedro Luis de Gálvez a través de sus úlceras, sables y sonetos). Y por último, su vida personal fue loquísima. Es un personaje total.”