Gotitas de rocío cayendo de una flor silvestre. Una imagen tan sencilla como esta, tan absolutamente cotidiana, era suficiente para maravillar el mayor (o, como mínimo, el más célebre) de los músicos de nuestro país. Los genios son así: capaces de hacer cosas absolutamente complicadas, acaban desarrollando una cierta propensión por la simplicidad. Pau Casals no era una excepción. En una carta enviada en 1954 a Josep Maria Corredor a propósito de la publicación inminente de sus Conversations avec Pablo Casals, el violoncelista dedicaba una parte sustancial de la epístola a hablar de estas "gotitas", que, habiendo cumplido ya setenta y siete años, lo fascinaban como el primer día.

"En aquel sencillo espectáculo había, en palabras de Casals, "una fuente inagotable de inspiración, una materia inagotable de reflexiones", similar a la que producía la contemplación de "la sinfonía de colores del Canigó" que observaba cada mañana antes de ponerse a trabajar en su casa de Prades. Ante aquella imagen, el maestro decía sentir la "misma necesidad de agradecer, de venerar y, casi, de arrodillarse" ante la Providencia. Si sé todo esto y os lo puedo explicar es gracias a Querido Maestro. Correspondencia (1893-1973), la primera recopilación de cartas escritas por el autor de El cant dels ocells que recorre el conjunto de su extensísima trayectoria vital y profesional.

Durante estos ochenta años, Casals se carteó con figuras de todo tipo, desde admiradores anónimos hasta personajes de la talla de John F. Kennedy

Editado por Anna Dalmau y Anna Mora, el libro (que nos llega bajo el sello de Acantilado) está formado por un conjunto de 401 cartas que empiezan en el Madrid de los tiempos de la Regencia de la Reina Maria Cristina (con una felicitación onomástica del Conde de Morphy, secretario particular de la monarca) y acaban en el Denver de principios de los años setenta (desde donde Josep y Amèlia Trueta transmiten sus condolencias a Marta Casals por la muerte de su marido). Durante estos ochenta años, Casals se carteó con figuras de todo tipo, desde admiradores anónimos hasta personajes de la talla de John F. Kennedy, para quien tocó en un concierto en la Casa Blanca en noviembre de 1961.

Vivir es un milagro

Un producto así, de unas dimensiones que impresionan, puede leerse de muchas formas, tantas como intereses pueda llegar a tener un lector. Un musicólogo puede devorarlo en busca de declaraciones del compositor sobre los músicos de quienes Casals fue coetáneo; un aficionado a la historia puede intentar buscar su posición ante las muchísimas guerras que sucedieron en vida suya (desde la de Cuba a la del Yom Kippur, que casi lo pilla en Israel); un nacionalista catalán puede aprovecharlo para explorar la relación del maestro con figuras como Ventura Gassol, Antoni Rovira i Virgili o Josep Tarradellas, que, en 1954, le ofreció la presidencia de la Generalitat en un ejercicio similar a lo que los políticos israelíes habían intentado con Albert Einstein dos años antes.

Cada día, cada minuto, cada madrugada, cada flor, cada gota de mar lo hacían convencer de la idea de que vivir es un milagro y que la vida es un descubrimiento constante

Para un crítico literario, sin embargo, el trabajo es más complicado. ¿Qué se puede explicar de un libro así? ¿Qué tipo de mensaje se puede extraer? ¿Cómo puede evitarse desbordar a quien lee estas líneas con un exceso de información que, más que interesarlo, le provoque dolor de cabeza? La respuesta, según mi opinión, implica ir a buscar una de las frases más importantes que Pau Casals dijo nunca y que puede encontrarse en una de sus últimas cartas. El verano de 1973, consciente (o eso parece) que sus días estaban contados, el músico escribió al doctor Trueta para decirle que "cada día, cada minuto, cada madrugada, cada flor, cada gota del mar" lo hacían convencer de la idea de que "vivir es un milagro", que la vida es un "descubrimiento constante" y que "trabajar por aquello que más se desea" es la mejor forma de "cumplir con ella".

Cubierta de Querido maestro, antología epistolar de Pau Casals publicada por Acantilado

Parece una idea bastante simple, alejada de la grandilocuencia que habría que esperar de un símbolo de la paz internacional a quien gente de la categoría de Thomas Mann consideraba un motivo de consuelo existencial. Ahora bien, estas palabras (escritas, se ve, desde Jerusalén) no solo me parecen más interesantes, sino infinitamente más útiles. A pesar de que al violoncelista se lo recuerde a menudo por su oposición al régimen franquista, por negarse a actuar dentro de los confines estatales de cualquier dictadura o por reivindicar la cultura catalana delante de las Naciones Unidas, la cuestión es que ninguna de estas acciones resultaron especialmente útiles. Un buen ejemplo lo encontramos en su reunión privada con Kennedy, donde el presidente escuchó (seguramente con una cara de preocupación altamente creíble) las quejas de Casales por el apoyo de los norteamericanos al Caudillo sin evitar eso que, unos meses después, su secretario de estado, Dean Rusk, elogiara públicamente el papel de Franco ante "la amenaza comunista".

Las proclamas a favor de la paz en alguna guerra o de la abolición de ve a saber qué dictadura caducan, lo que no prescribe (o, como mínimo, no tan rápido) es la belleza de la música

Las proclamas a favor de la paz en alguna guerra o de la abolición de ve a saber qué dictadura caducan (como todo aquello que aparece a los diarios), lo que no prescribe (o, como mínimo, no tan rápido) es la belleza de la música, sobre todo cuando esta es inspirada por algo tan simple y tan viejo como las gotitas de rocío que todavía caen de las hojas. Fijarse en estas cosas y en su potencial universal ofrecen un poco de consuelo ante el hecho de que el más celebrado de nuestros músicos, medio mundo lo llame todavía "Pablo" y que la recopilación más extensa de su correspondencia la tengamos que leer en castellano. Si no tiene que ser nuestro, más vale que sea de todo el mundo. A deal it's a deal, por mucho que, un poco, solgamos perdiendo.