¿El matrimonio entre Ramon Berenguer IV y Petronila fue una absorción aragonesa? ¿El condado de Barcelona fue una posesión del reino de Aragón? ¿Un conde -independiente- estaba supeditado a la autoridad y al prestigio de un rey? ¿La economía, la demografía y las armas condales -independientes- eran muy inferiores a las reales? Estos interrogantes, explicados a la manera española, han fabricado una historia simplificada que, interesadamente, niega la existencia del condado de Barcelona, entidad política independiente, protagonista de su propia historia y de la de Catalunya. Los condes independientes de Barcelona no fueron nunca Reyes, aunque ejercían como tales en el contexto geográfico y político del territorio que, más adelante, sería el Principat de Catalunya. Entonces la gran cuestión es: ¿por qué los condes barceloneses no se titularon Reyes? Y la otra gran cuestión es: ¿si Barcelona -núcleo de los condados independientes catalanes- se hubiera articulado como un reino, la historia habría sido diferente?
Francia: ¿madre o madrastra?
Para dar respuesta a la primera cuestión tenemos que retroceder hasta la centuria del 800. Un viaje de 1.200 años. En aquella época los condados catalanes eran distritos administrativos y militares de una región del imperio franco denominada Gotia, que cubría el territorio entre Nîmes y Barcelona -las actuales Languedoc y Catalunya Vella. Una buena parte del solar de la cultura norte-ibérica, netamente diferenciada del resto de culturas peninsulares y continentales. Carlomagno lo tenía muy claro. El Sur es el Sur. Singularmente insólito. Y sus reales descendientes, también. Porque cuando Al-Mansur, al alba del año 1000, devastó a sangre y fuego los dominios meridionales del imperio franco, el rey Lotario miró hacia otro lado. Barcelona quedó reducida a ceniza. Y los condes catalanes edificaron un nuevo país redibujando las relaciones con las grandes potencias del momento. Se entendieron con el gran rival de Francia: el Pontificado -el origen de las cuatro barras. La independencia de facto.
El camino en solitario
Durante la centuria del año 1000 los condados independientes catalanes -la mitad sur de la Gotia- consolidaron su independencia con una activa política de pactos con Roma y con Córdoba -la capital andalusí. También con las repúblicas marítimas de la península italiana. Y cuándo el califato se desintegró, con las taifas independientes. Estas intensas relaciones comerciales y diplomáticas, lideradas por los condes barceloneses, son la prueba más evidente de que la antigua Gotia de los francos -la parte sur- actuaba y era reconocida como un territorio independiente. Barcelona se convirtió en la impulsora de estas políticas y sus condes en los rectores de estas estrategias. El resto de condes catalanes les reconocían un ascendiente, como en una familia de hermanos huérfanos los pequeños lo reconocen en el mayor. El origen de la capitalidad de Barcelona y de su papel protagonista en la historia de Catalunya.
¿Por qué condes y no reyes?
En aquel camino de crecimiento y consolidación los condes de Barcelona y sus inseparables aliados -la burguesía mercantil barcelonesa- se inspiraron en el modelo de los principados de la bota italiana. Pequeños territorios independientes -Venecia, Florencia, Pisa, Livorno, Milán, Génova-, económicamente y políticamente muy potentes, gobernados por un dux, un conde o un príncipe. Con el apoyo incondicional de sus respectivas burguesías mercantiles. Ello explica, también, el paro repentino -cuando menos el ritmo lento- del proceso conquistador. Mientras que -en aquel siglo- los aragoneses y los navarros ponían los pies en las aguas del Ebro, y los castellanos, los leoneses y los portugueses en las aguas del Tajo; los catalanes justito habían llegado a las afueras de Tarragona. Este particular escenario había dibujado un paisaje que hacía innecesario un golpe de mano -un golpe de autoridad- para convertir a los condes barceloneses en reyes de alguna cosa. La transversalidad catalana.
Aragón: ¿hermana o cuñada?
Aragón también formaba parte del solar de la cultura norte-ibérica. Un origen común y una cultura compartida. Incluso, las lenguas aragonesa y catalana del año 1000 tenían muchas similitudes. La fuerza del sustrato, la herencia común. Pero, en los siglos precedentes, habían vivido una historia diferenciada. Catalunya era un país feudal, como lo era toda la Europa central y occidental. Y eso significaba que los condes -tanto da de Barcelona o de Besalú- ejercían más como coordinadores de los diferentes poderes -la Iglesia, la aristocracia militar, las villas y ciudades- que como soberanos efectivos. A ellos -por el prestigio y no por la autoridad del título- les correspondía la tarea de poner de acuerdo a todo el mundo. En cambio en Aragón -como en el resto de dominios cristianos peninsulares- el feudalismo se había impuesto de una manera genuina y matizada. El precedente más remoto de la cita contemporánea Spain is different, que había dado como resultado un modelo señorial autoritario y piramidal donde el rey ejercía como un caudillo.
Aragón: ¿jefe o socio?
Con estas mimbres, las cancillerías de Barcelona y de Zaragoza, tuvieron que negociar una unión dinástica, que daría como resultado un modelo que -contemporáneamente- llamamos Confederación, y que responde a la segunda cuestión que nos planteamos al inicio. En aquel escenario el Rey no era algo más que el conde. Ni Aragón era algo más que Barcelona. En la Europa medieval abundan los condes, dux y príncipes -independientes, hay que insistir- que lideran realidades nacionales -con todas las reservas que implica hacer uso de este concepto- mucho más poderosas económicamente, militarmente y demográficamente que las que representaban algunos reyezuelos vecinos. Los condes de Flandes eran más potentes que los reyes de Inglaterra. Los dux de Venecia -de la Serenísima República, detalle importante- lo eran más que los reyes de Austria. Los duques de Baviera lo eran más que los reyes de Polonia. Y los condes de Barcelona eran mucho más poderosos que los reyes de Aragón.
La perversión de la Historia
No sería hasta la llegada de la era moderna -la que entierra la Edad Media-, y de la razón de Estado, que se impondría la jerarquización de los títulos nobiliarios. Los luises franceses tocados con pelucas imposibles y los felipes hispánicos vestidos de riguroso y permanente luto, impulsaron un modelo absolutista -fábrica del maquiavélico Maquiavelo- que consagraba al Rey como la representación personificada del Estado. Habían pasado sin embargo cinco siglos y habían llovido miles de litros de agua -y de alguna otra cosa- desde la unión dinástica catalano-aragonesa, la Corona de Aragón, la Confederación catalano-aragonesa. 500 años. Sostener que los condados independientes catalanes fueron una posesión aragonesa va más allá de un simple ejercicio de imbecilidad supina en grado superlativo -entendido desde la perspectiva filosófica que refiere a quién hace difusión de ideas de tono y contenido muy bajo. Es una demostración palmaria de ignorancia que tiene cierta relación con el complejo de inferioridad.
Aragón, de verdad
Recuerda, cuando menos, a quién responde a los argumentos del independentismo con un "mira tú D.N.I.". Freakismo degenerativo. Pero Aragón no es eso. Aragón no es la patética representación de la ridícula exconsejera de Cultura que inventó el lapao y el lapapip. Ni la escandalosa manipulación de la opinión publica con las pinturas "robadas" de Sijena. Es necesario decirlo, clamarlo e insistirlo. Aragón es Gracián, Aranda, Goya, Costa, Labordeta y tantos y tantas otras figuras banderas de la cultura. Aragón es Ubieto y Lacarra, los grandes historiadores zaragozanos que siempre defendieron -y demostraron- el protagonismo catalán en el contexto de la Corona de Aragón. Aragón es también Tomas Barrachina, hijo de Zaragoza y abuelo materno del autor de este artículo, que siempre citaba: "Catalunya es el país, el hermano, que supo defender los cimientos y las vigas de su casa, y que desde un balcón conservado con esfuerzo nos abre la vista al mar, al resto del mundo".