Algunos, los más viejos de la tribu, sonreiréis cuando os recuerde aquellas Grandes Novelas Ilustradas con las que el editorial Bruguera acercó la obra de Verne, Salgari o Dumas a toda una generación (o a dos) de niños de los 80, los de la EGB. La memoria emocional también nos recuerda aquellas sesiones de la tarde de los sábados, cuando la tele pública española emitía películas clásicas buenísimas y no mierdotes infumables de todo a 100. Allí descubrimos los westerns de Ford, Hawks y Mann, y también los maravillosos héroes de los relatos de espadachines de los años 50, los Ivanhoe, los Scaramouche, los Quentin Durward, los Quatermain que buscaban las minas del rey Salomón. Ya me perdonaréis el ataque desatado de nostalgia, que también se aplica a dos producciones británicas de aventuras de los años 70: las dos partes (ampliadas mucho más tarde con una tercera) de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, con Richard Chamberlain en los dos repartos.

Aquellos niños de la EGB ya somos señores y señoras venerables, pero el poder de aquella literatura llevada a la pantalla se mantiene eternamente joven. Y la gigantesca empresa francesa Pathé debe estar de acuerdo con esta sensación, porque lleva un tiempo encarando una estrategia de recuperación de su patrimonio literario: ya estrenadas las dos nuevas y lujosas entregas cinematográficas de Los tres mosqueteros, siguen apostando por la obra de Alexandre Dumas, y por el dúo de guionistas formado por Mathieu Delaporte y Alexandre de la Patellière, también encargados de poner al día, como escritores y como directores, El conde de Montecristo, que llega a los cines este viernes.

Escena del rodaje de El conde de Montecristo / Foto: Jerome Prebois

El plan a seguir es similar: presupuestos gigantescos, rodaje en exteriores, repartos llenos de estrellas del cine francés, algunas dinámicas escenas de acción y una modernización visual a golpe de vuelo de dron, o del uso de imágenes ralentizadas, no fuera que el nuevo público que buscan (nuestro interés ya lo tienen) se despiste. Y el resultado es notable, tanto con respecto a las aventuras de D'Artagnan y el robo del colgante de la Reina, como en el referido al filme que nos ocupa. Especializado a escribir relatos por entregas, antepasados directos de las series que hoy hacen furor, Alejandro Dumas (como Honoré de Balzac, Victor Hugo o, en Inglaterra, Charles Dickens) fue capaz de escribir grandes obras por partes, con finales de capítulo dejados en suspense, organizando las tramas por actos, manteniendo el misterio o potenciando la narrativa con inesperados giros de las tramas. Todo eso forma parte de El conde de Montecristo, y se mantiene en la adaptación que ahora llega a las salas.

Una canónica película de aventuras con todos los ingredientes necesarios: romanticismo, asesinatos, traiciones, lujo y un elemento absolutamente clave

Tres horas que pasan volando

De entrada, un aviso: son tres horas de película (que condensan las 1.400 páginas del libro). Pero desactivamos rápidamente los sustos: son tres horas que pasan volando. Esta es una de las grandes virtudes de una canónica película de aventuras con todos los ingredientes necesarios: romanticismo, asesinatos, traiciones, lujo y un elemento absolutamente clave: "Nos tomaremos todo el tiempo que haga falta para vengarnos", dice el protagonista. Aquello del plato frío para saborear la revancha como se merece. El héroe transformado en antihéroe protagonista de El Conde de Montecristo es Edmond Dantes, un marinero ascendido a capitán de barco, prometido con una mujer que ama con locura. Un joven con una vida de ensueño por delante hasta que la intervención de tres hombres crueles y ambiciosos, unidos por oscuras alianzas basadas en sus ansias de poder, llevará|traerá a nuestro hombre hasta una celda de una prisión semiabandonada a la isla de If, frente a Marsella, acusado de ser un espía de Napoleón. Catorce años estará, cerrado y olvidado por casi todo el mundo, o llorado por aquellos que lo amaban y lo han dado por muerto, antes de activar una respuesta a la altura. Ante una imagen de Cristo lo deja claro: "No he venido a rezarte. Haré lo que tú no hiciste: daré las recompensas o los castigos". Juez, jurado y verdugo.

El conde de Montecristo llega mañana a las salas de cine / Foto: Remy Grandroques

Dividida en tres actos muy claros (la conspiración, el retorno y el plan de acción), y, en cada uno, por secuencias que muy bien podrían cerrar capítulos en una supuesta adaptación televisiva, El conde de Montecristo es la historia de una venganza perfectamente planeada, rodada con cierto estilo y con menos florituras de las que Martin Bourboulon soltaba en Los tres mosqueteros. Tremendamente entretenida, con un excelente diseño de producción y un reparto más que sólido: de Pierre Niney (magnífico en la piel del elegante y retorcido Dantes, a quien su legítima sed de revancha irá consumiendo a medida que va haciendo check a cada una de las fases de su plan perfecto) a los tres fabulosos malos, Bastien Bouillon, Laurent Lafitte y Patrick Mille, pasando por Anaïs Demoustier o Annamaria Vartolomei (inolvidable en la reciente El acontecimiento), todos pasean su clase y sus suntuosos vestidos de época.

La enorme eficacia cinematográfica de El conde de Montecristo nos señala el poder y la fuerza de clásicos literarios de toda la vida

Más allá de cualquier otra consideración, la enorme eficacia cinematográfica de El conde de Montecristo nos señala el poder y la fuerza de clásicos literarios de toda la vida, de aquellas narrativas que tenían muy claros sus puntos fuertes, de aquellas historias que han sobrevivido durante siglos. Larga vida a aquellas Grandes Novelas Ilustradas. ¡Ahora os toca descubrir las obras de Verne a las nuevas generaciones!

Tráiler de El conde de Montecristo