No sé qué dicen de mí, los 'reels' que miro. Pero son adictivos como la nicotina, que no parece que te enganche y cuando te das cuenta de ello ya no lo puedes parar. Y solo ha faltado empezar el verano y tener más tiempo para entrar en bucles imparables de niños que moltestan a gatos, gatos que asustan perros, a recetas sencillas que segurísimo que haré algún día y prensas hidráulicas trinchando huevos y latas. Me interesa la narrativa de estos vídeos y lo que saben generar en el más profundo de mis conexiones neuronales. Y no tengo Tiktok ni quiero tener, porque si no mi vergonzosa inversión de tiempo perdido mirando profesionales que limpian alfombras puede llegar a ser un problema todavía más preocupante.
Nuestra ventana de realidad impostada
Todos sabemos que nuestro algoritmo nos conoce más que nosotros mismos. El mío sabe perfectamente qué busco en estos vídeos: algunos persiguen el elemento cómico y otros la sedación mental. Los primeros son los de giro inesperado y divertido, aquí la lógica del humor está clara: la réplica desconcertante del niño perfectamente captada con el móvil, el gato que calcula mal el salto y no llega a la ventana. La música es determinante, eso también lo tengo analizado: la flauta desafinada de la canción del Titánic que subraya el desastre o el chin-pum final, con la pantalla en negro, de la tuba de la serie de Larry David después de ver que el niño que su padre ha tirado al agua ha perdido los dos manguitos. Un gag real de 8 segundos. La vida que te ofrece la escena justa, como si lo hubieran construido los guionistas de muchos millares de euros por capítulo. A veces se genera todo el debate de si los vídeos están preparados o no: hecha la ley hecha la trampa (a mí no me interesa saberlo, ¿qué importancia tiene?). Pero no sé si puedo imaginarme a la madre ensayando con el niño que cuando baje del autobús el primer día de escuela y ella le pregunte emocionada cómo ha ido diga: "terrible sandwich, by the way".
La intimidad más íntima nos hace reír y nos hace llorar, nos incomoda y nos gusta a partes iguales
Es cierto que las redes son nuestra ventana de realidad impostada y todo es autorreferencial y copia a la vez. Hace unas semanas se popularizaron las lágrimas de los adolescentes comparando las notas que esperaban y las que habían sacado a la selectividad. La intimidad más íntima nos hace reír y nos hace llorar, nos incomoda y nos gusta a partes iguales. Es la versión mejorada de las recopilaciones de caídas de Youtube. Pero aquí está la combinación justa que reclama mi cerebro: tres de gatos, dos de niños y una receta de pan sin harina, sin horno, sin sal y sin pan (hecho de huevo y atún). Estos estarían en el bloque de los de la sedación mental. Me hipnotizan, son como mirar las olas del mar, pero en mi móvil son litros de agua sucia de una alfombra (no os creeréis cuántos litros salen). Y cerebro en calma.
Es el nuevo lenguaje: cuarenta segundos y cambio, cambio, cambio, cambio. Todos iguales, pero diferentes, siempre esperando que el próximo sea mejor
No sé qué explican de mí los 'reels' que miro, pero tienen la profundidad del vaso donde hacen la mezcla del pan de atún. Y eso me hace pensar que quizás no me gusta mi algoritmo. Soy yo atrapada, como un ratón que da vueltas a la ruedecilla. En las redes, el contenido es material que tiene el único objetivo de circular hasta el agotamiento. Contribuyo cada vez que envío uno a mi novio, que muchas veces ya ha visto. Nuestros algoritmos se solapan. También lo encuentro bonito, en el fondo. Leo que los 'reels' son el contenido que consigue más visualizaciones en Instagram (por encima de los 'post' y de los 'stories'). Es el nuevo lenguaje: cuarenta segundos y cambio, cambio, cambio, cambio. Todos iguales, pero diferentes, siempre esperando que el próximo sea mejor. A veces incluso me salen repetidos. Mi algoritmo debe decir: esta mema hace cuarenta minutos que mira gatos haciendo tonterías, ya no me quedan más vídeos de gatos haciendo tonterías. ¿Por qué no me aburre el vídeo treinta y dos de un gato haciendo una tontería? Aza Raskin, el ingeniero que creó el scroll infinito confesó que se arrepentía. Que sentía que el patrón de interacción que había creado robaba el tiempo de millones de personas en todo el mundo. No quiero parecer obsesionada, pero creo sinceramente que tenéis que mirar para entenderme, especialmente los de gatos. Tres o cuatro, pocos, un ratito corto. Si sois fuertes y lo sabéis controlar, no puede pasar nada. Hacen reír, te calman, hacen que no pienses. Estás bien, aquel rato allí con los gatitos. Aunque después te sientas tan culpable. Supongo que así hablan los adictos.