La figura del impostor o impostora ha sido recurrente en cine y televisión. Curiosamente, a pesar de ser un material propenso al thriller, predominan los retratos más íntimos que hurgan en las motivaciones de sus protagonistas y se erigen en la metáfora de unos tiempos en que la tiranía de las apariencias se impone a la moralidad del individuo.
Simular lo que no eres
La casualidad ha querido que, casi al mismo tiempo, se hayan estrenado dos relatos centrados en personajes con una vida inventada. En el cine, Marco, una sobria y notable aproximación al que fue Presidente de la Amical de Mauthausen en España; y en plataformas, concretamente en Max, La confidente, una magnífica serie francesa sobre el caso real de una mujer que se hizo pasar por amiga de uno de los heridos en el atentado de la sala Bataclan de París. La serie, de cuatro episodios, es seguramente una de las mejores radiografías que se han hecho sobre la suma de acontecimientos y contextos emocionales que llevan a una persona a simular lo que no es. La protagonista, Christelle, es una mujer solitaria que cuando se entera de los ataques a la capital francesa aprovecha la ocasión para presentarse como víctima colateral, ofrecerse a ayudar al resto de afectados e incluso sumarse a una asociación de supervivientes. Pero las lagunas de su relato, más evidentes a medida que socializa su farsa, despiertan los recelos de las personas que la rodean.
La confidente es una de las mejores radiografías que se han hecho sobre la suma de acontecimientos y contextos emocionales que llevan a una persona a simular lo que no es
El director Just Philippot, con la indispensable ayuda de unos guionistas brillantes, acierta de lleno en la presentación de tan complejo personaje y también en la puesta en escena de la mentira y sus consecuencias. Lejos del trazo grueso y de caer en clichés, Christelle es un personaje muy matizado que nos hace transitar por caminos y decisiones que no paran de incomodarnos. Empatizamos y nos enfadamos; nos provoca rechazo y a la vez entendemos qué la lleva tan lejos. La serie no la justifica, pero la carga de razones, y entra en temas difíciles, como la soledad o la falta de oportunidades, que nos reflejan disfunciones sociales que demasiado a menudo son invisibles en la pantalla. Con respecto al desarrollo de la trama, Philippot acaba llevándola al terreno del thriller psicológico, pero no porque quiera adscribir la historia a un género concreto: es simplemente que emana de lo que explica, porque pocas cosas nos tensan tanto como ser conscientes de una verdad incómoda. Christelle nos hace sufrir, y mucho, a medida que se zambulle en su farsa, porque sabemos que es imposible que la pueda mantener para siempre. No está bien lo que hace, pero es que, como ella, hay infinidad de personas en este mundo que solo buscan sentir que no están solas y harán lo que sea para conseguirlo. Es mérito de director y guionistas, pero sobre todo de una actriz extraordinaria, Laure Calamy, que ofrece una de las grandes interpretaciones del año.