Es profesora, vive una vida tranquila, tiene dos hijos, pero está helada, petrificada por el estigma de la crianza. Annie Ernaux nos relata en La dona gelada la historia de aquellas mujeres que en los años 60 vieron sus vidas congelarse por ser madres. La protagonista sopla un tedio inquietante, una desazón que sufrían muchas mujeres antes que se deshiciera la imagen del ángel de hogar representado en tantas novelas a finales del S.XIX y principios del XX. Ciertamente, este arquetipo, por desgracia, nunca ha acabado de desaparecer.
La novela, editada por Angle Editorial, es una apuesta segura, ya que Ernaux siempre relata con maestría la personalidad y las problemáticas de sus personajes y convierte sus ficciones en una especie de radiografías sociales de una época. La maternidad y las renuncias han sido tratadas en decenas, por no decir en centenares de novelas, pero el estilo de la Premio Nobel es único. Ernaux empieza introduciéndonos en la historia con escenas cotidianas y espacios que reconocemos en otros relatos como Los armarios vacíos o Una mujer. Su huella personal es un clásico a la hora de tejer los argumentos porque ella siempre está en sus novelas, sus yo, sus miedos, sus esperanzas y, en general, su experiencia vital. Ernaux, que también fue profesora y tuvo dos hijos, dibuja sensaciones incómodas con la escritura, desvirtuando a golpe de silencios y descripciones sencillas la complicidad de su matrimonio.
Uno de los miedos que aparecen cuando eres madre es la de dejar de ser una misma para pasar a ser solo madre, la madre o la madre de alguien
Uno de los miedos que aparecen cuando eres madre es la de dejar de ser una misma para pasar a ser solo madre, la madre o la madre de alguien. La maternidad es una identidad que no tendría que definir a una mujer, como no lo hace una paternidad. A los hombres no les pasa, no tienen esta disolución identitaria cuando se convierten en padres de alguien, sigue siendo diseñadores, lectores, jugadores de baloncesto, atractivos, deseables. ¿La dualidad a la cual se enfrenta la maternidad es impuesta o impostada?
¿Madre o mujer, qué quiero ser?
Ernaux nos pone ante la identidad maternal en forma de abismo con una normalidad abrumadora. Si eres una mujer que se enuncia como madre en primera instancia, esta novela no te gustará. Pero si tienes miedo de perderte a ti misma entre la lactancia, los llantos, los baños y las canciones de cuna, puedes sentirte identificada. Este relato me ha hecho pensar otra vez en por qué ahora mismo ha vuelto la idea de la madre como ente sagrado, místico, incluso monolítico, que han recuperado muchas gurús durante estos últimos años.
Si tienes miedo de perderte a ti misma entre la lactancia, los llantos, los baños y las canciones de cuna, puedes sentirte identificada
Justamente esta manera de crianza entregada es la que rechazaban las mujeres en los años 60, querían ser algo más que madres, querían trabajar, querían liberarse del hogar, querían tener nombre propio, apellidos y la posibilidad de explorar la maternidad sin una idealización casi virginal. ¡Ay de las madres perfectas, de las buenas madres! Qué peligro aquella estampita de madre inmaculada. Ernaux coge su experiencia de madre de clase obrera y la pone sobre el papel para ayudarse a sí misma, pero también para ayudarnos a entender la violencia que rodea esta vivencia; ya han pasado treinta años desde que escribió La dona gelada (su tercer libro) y no hemos avanzado tanto en la igualdad con respecto a la crianza o cuidado de los hijos.
La dona gelada pone de manifiesto, una vez más, que todo lo que atraviesa la vida de las mujeres ha sido instrumentalizado por la sociedad y en concreto por el patriarcado para oprimirlas
La dona gelada pone de manifiesto, una vez más, que todo lo que atraviesa la vida de las mujeres ha sido instrumentalizado por la sociedad y en concreto por el patriarcado para oprimirlas. Desde el parto a la sobrerepresentación femenina en las reuniones de familias en las AFA, hasta la calendarización de la vida de los hijos o las renuncias profesionales. Sacrificio, dolor, vacío. Aquella rigidez de los pechos tirando de una boca que te necesita, que aprovecha a fondo el amor inacabable, haciendo sangrar, haciendo llorar de dolor mientras el pecho cuece por dentro y regurgita toda la existencia. Pinchazos del pezón hasta el cerebro. Y aquella imagen de una mujer congelada, no se sabe si es de sufrir o de frío. ¿Está congelada al vacío para ser madre? ¿Hasta cuándo?