Cuando hablamos de contenido en catalán que pagamos entre todos, especialmente de una lengua minorizada como la nuestra, la responsabilidad de garantizar la calidad tendría que ser máxima. Es preocupante ver como, en los últimos años, plataformas, canales y programas financiados con dinero público han proliferado en el ecosistema de contenidos en catalán, pero muchas de estas plataformas, canales y programas no cumplen con el mínimo estándar de calidad que tendríamos que exigir. Un ejemplo de esta mala praxis es una plataforma (que no pienso nombrar) orientada a un público juvenil con contenidos a menudo superficiales, faltos de criterio y que generan más dudas que beneficios.
El problema no es solo que estas plataformas estén dirigidas a los jóvenes. Eso, en sí mismo, es positivo, ya que el catalán necesita espacios donde la gente joven se pueda expresar y sentir representada. Lo que es realmente preocupante es la falta de calidad, rigor y criterio que se puede observar en muchos de los contenidos que ofrecen. A menudo, lo que se presenta como entretenimiento juvenil se reduce a una copia barata de formatos virales y frívolos que no aportan casi nada al debate cultural, educativo o social. Estamos financiando espacios que, más que promover la riqueza de la lengua y fomentar la reflexión, acaban perpetuando estereotipos vacíos y narrativas triviales sobre vidas de famosos u otras cuestiones insustanciales.
Uno de los grandes argumentos para defender estas plataformas es la necesidad de hacer contenido en catalán para un público joven. Y es cierto: el catalán necesita presencia en todos los espacios, especialmente en aquellos que los jóvenes consumen. Pero eso no quiere decir que cualquier tipo de contenido sea válido simplemente por el hecho de hacerse en catalán. No podemos caer en la trampa de pensar que poner en circulación contenidos vacíos o de baja calidad ya es suficiente solo porque están creados y pensados en nuestra lengua. Si queremos que el catalán se mantenga vivo, tiene que ser mediante contenidos atractivos, sí, pero también ambiciosos, bien hechos y que ofrezcan alguna cosa más que entretenimiento vulgar y fácil.
Lo que se presenta como entretenimiento juvenil se reduce a una copia barata de formatos virales y frívolos que no aportan casi nada
Cuando se habla de esta cuestión, a menudo se dice que el objetivo es "llegar a los jóvenes". ¿Sin embargo, con qué mensaje llegamos a ellos? ¿Con qué valores? ¿Es suficiente el hecho de ofrecer contenido ligero para que sea más "digerible"? No hay ninguna duda que los jóvenes son un público exigente, que consume contenido digital a un ritmo vertiginoso. Eso, sin embargo, no tendría que ser una excusa para bajar el listón y no ofrecerles contenido sin profundidad. Si no confiamos en la capacidad de los jóvenes para entender y valorar contenidos de calidad, estamos cometiendo un gran error. La idea de que la única manera de acercarlos al catalán es a través de formatos irrelevantes o de baja exigencia intelectual es una simplificación que los subestima. Además, resulta especialmente fastidioso cuando pensamos que estos proyectos se financian con dinero público. Todos los ciudadanos contribuimos para que se produzcan contenidos en catalán y tenemos derecho a exigir que estos tengan un mínimo de calidad y criterio. Si queremos que el catalán sea una lengua con una presencia fuerte, no podemos permitir que se haga mal uso de estos recursos para crear plataformas que no aportan nada más allá de contenido efímero.
Es verdad que los medios en catalán tienen que competir en un ecosistema muy duro, dominado por plataformas gigantes que acaparan la atención de la mayor parte del público, pero eso no justifica el abaratamiento ni el mal uso de recursos a la hora de crear contenido de calidad. Si queremos que nuestra lengua tenga una presencia real, relevante y sostenible en el espacio digital, tenemos que crear contenidos que realmente marquen la diferencia. Y eso solo se puede hacer a través de la calidad. Es imprescindible repensar hacia donde va dirigido el dinero público destinado a las plataformas digitales en catalán. Hay que invertir en plataformas que realmente crean en el valor cultural de lo que hacen, que ofrezcan perspectivas diversas, que sean creativas y que entiendan que los jóvenes, a pesar de ser un público con unas necesidades concretas, también merecen contenido bien hecho y reflexivo.
No podemos seguir financiando contenidos mediocres simplemente porque se hacen en catalán
También habrá que plantearnos cómo se definen los criterios a la hora de decidir qué proyectos reciben financiación. Actualmente, parece que el criterio principal sea la atracción de clics, la audiencia y los seguidores de los que crean estos contenidos. Obviamente, es importante tener visibilidad, pero esa no tendría que ser la única medida de éxito. ¿Qué impacto tiene este contenido en los jóvenes? ¿Fomenta la reflexión, el debate o el aprendizaje? ¿Enriquecemos la lengua con contenidos que muestran su riqueza y versatilidad, o solo la utilizamos como vehículo para contenidos intrascendentes y superficiales? En definitiva, no podemos seguir financiando contenidos mediocres simplemente porque se hacen en catalán. La lengua es una parte esencial de nuestra identidad cultural, pero para mantenerla viva y relevante, esta tiene que ir acompañada de contenidos de calidad. No podemos bajar los estándares para cumplir con el objetivo de producir contenido en catalán a cualquier precio. El dinero público que se destina a estas plataformas tendría que ser una inversión en el futuro de la lengua y la cultura, y no en su banalización.