De entre mi colección de revistas sesenteras, custodiada por decenas de pececillos de plata y otros insectos bibliófagos, escarbo hasta encontrar un número de Gaceta Ilustrada, lo más parecido a Life o Paris Match que tuvimos aquí. Nº 723, 16 de agosto de 1970, 15 ptas. “¿Está en peligro la ‘mini’? LA GUERRA DE LAS FALDAS”, reza el titular bajo la cabecera. Y para ilustrar el pugilato faldillesco, una foto a pie de la flamante fachada del Flash Flash (la tortillería más fotográfica y fotogénica del “upper Diagonal” acababa de abrir sus puertas), ante las icónicas siluetas de Karin Leiz —colaboradora artística, musa y esposa de Leopoldo Pomés— disfrazada de reportera. Como bien recordaba yo, la luchadora en defensa del invento de Mary Quant no es otra que Coral Majó —colaboradora artística, musa y esposa de Oriol Maspons—. La mujer mira a cámara desde el lado derecho de la imagen, luce unas gafas de sol hiperbólicas, melena protoángeles de Charlie, camiseta de tirantes roja y una breve falda amarilla que deja al descubierto unas piernas que ya querría Jane Birkin. En el extremo opuesto del ring, unos 40 kg de peso, su contendiente lleva un vestido caro de inspiración campestre con falda larga hasta las sandalias, más acorde con la proverbial sobriedad de la moda burguesa catalana. Y en el centro de la imagen, sentado en el cochecito de bebé sobre el que se apoya la madre, Álex Maspons, el hijo en común de una de las musas y uno de los fotógrafos más célebres de la Gauche Divine, la “izquierda caviar” que se hizo fuerte dentro de aquel baluarte de lo chic que fue el Tuset Street de los años 60 y comienzos de los 70.
Lamentablemente, quiso el destino que Álex muriese el pasado 7 de noviembre, un día antes de la inauguración de la muestra
54 años después de esa portada, Álex Maspons, quien dedicó su vida a difundir el legado fotográfico de su padre (fallecido en 2014), el barcelonés que renovó el arcaizante lenguaje fotográfico de la España de los 50 y 60, quiso brindar, en esta ocasión, un intimista homenaje a su madre (fallecida en 2018), modelo amateur (como lo eran todas las de aquí hasta que Teresa Gimpera abrió la primera escuela profesional del Estado a finales de los 80), it girl y figura destacada, aunque hasta hoy nunca reivindicada, en los ambientes más sofisticados de aquella Barcelona “abierta y cosmopolita” (para quien pudiera abrirse y cosmopolitizarse, claro). Y lo hizo seleccionando fotografías inéditas de su extraordinario álbum familiar para mostrarlas en la exposición Coral. La fotografía más intima de Oriol Maspons, acogida por la Fundación Palo Alto en el marco del Festival FotoFest Poblenou. Lamentablemente, quiso el destino que Álex muriese el pasado 7 de noviembre, un día antes de la inauguración de la muestra.
No se limitó a ser una musa, sino que también fue una artista. Y encima simpática, alegre, inteligente, dispuesta a polemizar y a expresar con vehemencia sus opiniones
“En mis fotos —dijo Maspons en una conversación con Sergio Vila-Sanjuán para La Vanguardia— no utilizaba modelos profesionales, sino a las chicas de Tuset, porque eran diferentes”. En otra para El País reconocía: “Yo retrato niñas pijas, que encuentro en sitios bien”. Y también, en la misma entrevista, que: “Uno de los motivos por los que me metí fue para ligar, como hizo Serrat”. Pues no jugó mal sus cartas el fotógrafo, que destacaba bastante más por su talento y su capacidad de trabajo que por su físico. Coral Majó, quien acabaría siendo su compañera para siempre y la madre de su hijo, poseía una belleza desarmante, un magnetismo ante la cámara (cabe suponer que también fuera de ella) y una capacidad para encarnar el zeitgeist de su época que ríete tú de Twiggy y Edie Sedgwick, eso queda bien claro en la muestra; pero es que, además, dicen de ella que no se limitó al rol de musa, sino que también fue una artista que influyó enormemente en la obra de su pareja. Y encima simpática, alegre, inteligente, dispuesta a polemizar y a expresar con vehemencia sus opiniones. La exposición destaca esa estrecha complicidad entre Maspons y Coral mediante una selección de cincuenta imágenes arrebatadoras.
Coral, aunque mirando hacia otro lado, da la bienvenida al recinto con una imagen ampliada de ella luciendo una camiseta sin mangas del estudio que formaron el tándem Maspons + Julio Ubiña. El recorrido se inicia con unas pequeñas fotos enmarcadas de distintas épocas, que muestran a Coral embarazada, a Álex recién nacido y ya de niño, al padre de joven y, ya en la senectud, acompañado de su perro. Continúa con una renglera de instantáneas en las que se muestran múltiples caracterizaciones de Coral, sean reales o fictícias, de futura madre a musa futurista, émulo de Brigitte Helm en Metrópolis, flapper o tenista vestida Fred Perry. Más tarde la vemos enloquecedoramente guapa frente al Teide (creo), y luego otras en las que la vida privada se mezcla con la social en compañía de celebridades como Serrat (el que se metió a cantante para ligar) o Ángel Pavlovsky. Y ya en el tramo final es cuando su potencial de seducción dialoga con la fotografía artística y hasta humorística, destacando la foto en la que monta —sentada en dirección contraria—un caballo blanco mientras lee un ejemplar de la revista satírica La Codorniz. ¿Una parodia privada de aquella campaña de Leopoldo Pomés en la que Nico (la de la Velvet Underground) ejercía de chica Terry a lomos de un percherón?