Sophie: Un asesinato en Cork es un True Crime de Netflix que conmueve tanto por lo que explica como por su aproximación a los matices del caso.
Una serie que nos hace sentir detectives
Los True Crime enganchan por su capacidad de perturbarnos, y también porque transmiten la sensación de convertirnos en detectives. En algunos casos, nos dan luz sobre crímenes famosos, iconos de la crónica negra de los que obtenemos información que hasta ahora nos era desconocida; en otros, dan luz a episodios muy turbios que son sintomáticos de muchas cosas y que impactan porque, al fin, han sucedido en el mismo mundo en lo que vivimos. Sophie: Un asesinato en Cork, estrenada en Netflix, pertenece a esta última categoría: a lo largo de sus tres episodios de una hora de duración (un ejercicio de síntesis, por cierto, que juega a favor del relato) se dedica a reconstruir el caso de una mujer francesa que, en 1996, apareció muerta en la zona rural irlandesa donde se disponía a pasar la Navidad.
La serie documental tiene, en este sentido, una estructura bastante canónica. Introduce al espectador en el crimen (el hallazgo del cadáver), explora el contexto (una comunidad pequeña de silencios elocuentes) y analiza los posibles porqués, aprovechando por el camino para hacer una radiografía de las eternas deficiencias de un sistema que tiende al sobrentendido. Pero lo que acaba elevando este True Crime por encima de la media del género es su aproximación a los matices y las incógnitas irresolubles, ya que la muerte de Sophie, como tantas otras, se erige en el triste retrato de las verdades que nunca sabremos en toda su dimensión. Por eso engancha tanto y por eso es tan bueno, porque nos refleja a la evidencia de que siempre hay rincones que quedarán en la oscuridad.
Raya el terreno sobrenatural
Entre las singularidades de Sophie: Un asesinato en Cork hay, primero de todo, cómo profundiza en las leyendas locales para convertirlas en envoltorio de la historia, dotándola de una aureola de misterio que raya el terreno sobrenatural. Una apuesta arriesgada, porque podría haber distraído de lo que acaba siendo esencial, pero el director John Dower sabe construir una narración muy nítida y casi hipnótica en que la realidad y sus espejos conviven a la perfección. Eso, en el primer episodio; cuando se centra en la investigación y en el camino que lleva a señalar al presunto culpable, la serie va modulando el tono hasta erigirse en una reflexión sobre el luto que recurre las interioridades sentimentales de la víctima (una constatación de la dolorosa rendija que puede haber entre la vida pública y la privada) y, en paralelo, analiza las repercusiones del proceso judicial.
Esta inmersión en los laberintos de la esfera íntima, sumada a su contundente denuncia de hasta qué punto se profana durante una investigación de estas características, es lo que la vuelve una obra tan interesante y poco convencional. Y finalmente está la verdad, esta aspiración que, cuando el sistema falla, se vuelve inalcanzable y extiende el sufrimiento de las familias mucho más allá de lo que es tolerable. Quizás por este motivo, cuando acabas de ver a Sophie: Un asesinato en Cork, no puedes evitar evocarla con el paso de los días: su proximidad se hace dolorosa.