Con sólo 32 años, Cristina Daura (Barcelona, 1988) se ha convertido en una de las ilustradoras más importantes del país. Aunque relativiza el hecho de gustar o no, lo cierto es que sus obras han cautivado a los directores de arte de publicaciones tan solemnes como The New York Times, The New Yorker, Die Zenit o Süddeutsche Magazine. También ha publicado para editoriales como Penguin, Blackie Books, Anagrama y Alpha Decay y ha dado forma a propuestas publicitarias o musicales, entre otros. Todo, siguiendo la norma que se impuso desde el primer día: respetar su particular estilo –enigmático, perturbador, surrealista y, a la vez, radiante– con el fin de seguir siendo ella misma. Incluso en las cotas más altas.
Formada en la Escola Massana de Barcelona y en el Maryland Institute College of Art de Baltimore –donde aprendió qué no quería hacer–, la artista nos recibe en su piso para hablar de su obra, la profesión de ilustradora y los estímulos que dan cuerda a su particular forma de ver el mundo.
¿Qué representa la ilustración, para ti?
Es mi oficio y, si me pongo más emotiva, también un estilo de vida. Tengo la suerte de que de mi trabajo no puedo llamarlo trabajo, en tanto que un trabajo, normalmente, se hace pesado. Esto no para. Decidí ser ilustradora, pero también puedo ser directora de arte de un videoclip o de unos carteles. Puedo ser más técnica. También me gusta la fotografía o escribir. Me considero ilustradora —eso pone en la ficha de autónomos— pero me gustaría hacer más cosas.
¿Se tiene que ser valiente, para introducirse en este mundo?
Tienes que creer en lo que haces. Lo digo muchas veces: el estilo es una cosa y lo que quieres explicar es otra. La imagen es el envoltorio, el contenido es una cosa que llevas haciendo, pensando o teniendo dentro desde siempre. Es tu personalidad. A veces, cuando quieres entrar en el mundo profesional, esta personalidad la modificas para encajar y tener trabajo. Esta parte, la que modificas, hace que el oficio se pueda volver aburrido y cansado, de que acabes hasta los huevos. Llega un momento en que tienes que parar y decir: "Eso no me representa, es hora de reconectar con quien soy". Y si estilísticamente gusta, pues adelante. Creo que lo que gusta de mí es el contenido, no sólo que visualmente pueda ser atractivo. Se tiene que ser valiente para aceptar que tu trabajo es este y seguirla imponiendo, poniendo en duda que los encargos estén en la línea que tú quieres. Personalmente, me pongo muy estricta con los clientes, me cuesta aceptar según qué cosas. Y sé que como mayor es el cliente, más difícil lo ponen.
Tienes la etiqueta de surrealista, perturbadora e inquietante. Te deben haber preguntado más de una vez si estás bien.
No, porque lo que hago atrae visualmente. Lo que hacía con 17 o 18 años quizás atraía, pero era mucho más crudo, podían ser ilustraciones para relatos de Edgar Allan Poe. Hacía cosas muy turbias. Esta idea sigue aquí, pero como estéticamente ha evolucionado hacia una cosa más aceptada, que incluso puede llegar a los medios, pues encaja.
La cosa viene de lejos, pues.
La gente más próxima ya sabe que va todo con el pack. Si te conocen desde pequeña, saben que lo que haces tiene lógica. Mis padres, por ejemplo, nunca han cuestionado a mi hermano —Xavi Daura, de los Vengamonjas—, siempre le han dado apoyo. Imagínate qué pasa cuando los amigos les preguntan qué hacen los niños. Sacan los vídeos de mi hermano y ellos ríen, pero los otros no. Son incomprendidos. Pero para ellos es todo muy lógico.
Entiendo que tu familia es un factor clave que ha definido tu estilo.
Sonará muy científico, pero siempre he pensado que todos somos carga genética más entorno. La ciudad, la familia, etcétera. A mí me han influenciado mucho mis padres, son un tándem muy curioso. Mi madre es creyente y católica, pero a la vez es genetista. Y mi padre también tiene su rollo: era director financiero de una farmacéutica —jugaba con el diablo—, pero a la vez colecciona discos, le gusta la cultura popular y hemos visto juntos todas las películas que te puedas imaginar. Mis padres, en un momento determinado, decidieron que podía ver cualquier cosa que saliera en la tele, aunque yo tuviera tres años. En casa siempre se ha visto de todo, hecho que te crea unas verdades, unas formas y unas curiosidades dentro.
En las entrevistas insistes en una cuestión: todos tenemos algo podrido dentro.
Sí, y si no lo sacas, es porque no quieres. Se enquista, y como más se enquista, más pirado estás. Fíjate en los curas que tocan niños. Es una cosa asquerosa que pasa porque están reprimidos. Se pudren por dentro. La religión, por buena intención que tenga, acaba provocando que se repriman cosas, y esta represión pudre a la persona. Sin embargo, dejando de lado este tema, sí que creo que lo extraño tiene que ser aceptado o, al menos, no ridiculizado.
Tus ilustraciones también tienen un punto irónico, divertido, absurdo. ¿El humor es muy importante, para ti?
La gente que aburre no me interesa. En mi entorno tengo que tener gente que haga que me parta el culo. Yo siempre meo fuera de tiesto, digo cosas que no encajan y en muchas charlas he hecho bromas que han caído en silencio. También hago bromas en casa, sola. Estoy a punto que me cierren por gilipollas. Supongo que eso se transmite en las ilustraciones. Si eres aburrido, seguramente también pasa. Hay unos cuantos que lo son.
¿Qué haces para inspirarte?
No trabajo la inspiración, en general las ideas me salen escuchando música, recordando cosas o haciéndome bromas a mí misma. Me gusta andar mucho porque voy viendo cosas por la calle que grabo o fotografío. Al final, saco hilos de las mierdas que voy viendo. No es una cosa que haga como obligación, me sale, no lo fuerzo. Cada día hago varios vídeos de pocos segundos y después los edito, así tengo una especie de diario. Estas mierdas me van bien.
¿Es verdad que te pones programas de televisión fachas mientras trabajas?
¡Sí, pero no soy fascista, eh! Lo miro por vicio. Me pongo lo que antes había en Intereconomía y también me he tragado todos los mítines de Vox. Lo empecé a hacer porque tenía que ilustrar un libro sobre la historia de la mujer (Herstory: una historia ilustrada de las mujeres, Lumen) y llegó un momento en que me saturé. Como feminista que soy, me daba la sensación que sólo cantaba para mi coral. Para desaturarme, intenté pensar a quién le molestaría el contenido del libro. Es una puerta de no retorno.
Has estudiado en la Massana y en el Maryland Institute College of Art de Baltimore. ¿Qué es más importante, el talento o el trabajo?
Ir a estudiar a los Estados Unidos no fue un paso atrás, pero me sirvió para ver qué no me gusta, qué no quería. El talento es muy relativo.
Pero tus ilustraciones gustan mucho. Alguna cosa debes tener.
Nunca me fío de este aspecto. Que todo el mundo te diga que haces bien las cosas es síntoma que alguna cosa falla. Ir a la escuela y tener buenos profesores es importante —yo en la Massana los tuve—, pero el trabajo tiene que salir solo. A mí, por ejemplo, me gusta leer cómics y no dejaré de hacerlo. O la espiral de Pinterest, que es una locura. Me lo guardo todo, desde carteles de anuncios absurdos hasta cosas estéticamente aceptadas. Cualquier mierda. De vez en cuando me apetece mirarlo, no por que tenga que trabajar nada, simplemente porque es bonito. Es como cuando vas a un museo y flipas con los input que recibes. O escuchar música o bailar. Todo eso ayuda a estimularte, son cosas que aportan valor. La parte del trabajo es eso y en la escuela no te la dan. Lo tienes que trabajar en paralelo.
¿Qué te pasa por la cabeza, el día que el New York Times te encarga una ilustración por primera vez?
El primer paso fue tener el síndrome del impostor. Al fin y al cabo, había estado varios años haciendo cosas que no me gustaban y había tenido trabajos alternativos para tener pasta. Cuando me contactan, me acababa de lanzar a la piscina. Te piensas que no puede ser, que el mail es erróneo. La primera vez que trabajé con ellos fue para la sección de opinión, de manera que debía tener la ilustración en 48 horas. Era una manera de ponerme a prueba, pero yo nunca había trabajado para la prensa. Además, la pieza era sobre el transporte de mercancías en los EE.UU. y me importaba una mierda. Y además era en blanco y negro. Recuerdo que cuando le envié la ilustración al director de arte del Times le dije que podía ser mejor, que no se olvidara de mí. Después vino el New Yorker y, después, Penguin Books UK. También flipé. Cuando tienes una lista de cosas para las cuales quieres currar y todas llegan... me daba la sensación que se estaba cumpliendo todo demasiado rápido.
¿Qué es lo más difícil de tu profesión?
Ser coherente con lo que tú quieres hacer. No dejarte llevar por el hecho de que sea un cliente muy grande. Hay muchos ilustradores que hacen cosas que no quieren hacer. Nadie te lo ha pedido. En una profesión en la cual nunca sabes cuándo estarás abajo, es muy difícil saber decir que no. Pero a veces puedes decir que no a cosas que no te apetecen. Para mí, saber organizarse en este sentido es lo más difícil. Ahora puedo pagar el alquiler, vivir sola e incluso ir de vacaciones, pero tengo que ser consciente que quizás dentro de un tiempo las cosas no irán tan bien. Vaya, la vida de autónomo, al fin y al cabo.
Aunque conoces la cara mala de tu mundo, recomiendas que la gente apueste por su vocación.
Sí, porque si no, vivirás como un amargado. En el gremio dibujas siempre, te juntas con gente que también dibuja, que lee las mismas cosas que tú, que tiene los mismos gustos... y formas grupos con quien conectas. Yo vengo de una escuela jesuita donde veías a muchos hijos de y padres que querían que sus hijos siguieran el mismo patrón, que apostaran por la empresa familiar. Hay personas que querían hacer el artístico, pero el entorno, la familia y la escuela en sí misma no les dieron el empuje necesario. Han acabado haciendo cosas que no les gustan. Lo que recomiendo siempre es que, si te quieres dedicar a ello, lo hagas al cien por cien.
Y que tengan claro que se tienen que hacer sacrificios, supongo.
Sí, ahora me doy cuenta de que hay cosas personales se interponen en mi camino: ¿quiero ser madre o quiero seguir siendo ilustradora? Mis parejas han sido de mi entorno y entienden el tema, pero claro, yo me paso hasta las 3 de la madrugada trabajando. A veces he empalmado. O también he renunciado a eventos donde me hubiera gustado ir. Hay mucho sacrificio. Lo que sí que digo a la gente que se quiere dedicar a esto es que se cuide mucho física y mentalmente. Y no te pienses, hay momentos en que también dudo. A veces pienso que se me acaba el chollo.