¿Te gustaba ver sufrir a los concursantes de Humor Amarillo? ¿Eres de los que deseas que volviera el Grand Prix? Tu dealer de confianza, Netflix, tiene una oferta para ti. Es su droga más dura, la que ya ha enganchado a miles de espectadores. Se trata de la nueva serie coreana, El Juego del Calamar (Squid Game).
Los ingredientes son los siguientes: coreanos endeudados hasta las orejas y unos enmascarados que les ofrecen un premio de millones de wons si superan con éxito una serie de juegos. Ahora bien, si pierden, quedan eliminados. Y la eliminación, en este caso, es sinónimo de muerte.
La serie, pues, no deja de ser una especie de reality perverso que atrae la vertiente más cruel y sádica que tenemos todos dentro. Es como llenaban estadios en la antigua Roma para ir a ver cómo los gladiadores se mataban entre ellos. El mismo tipo de droga: enganchaba muchísimo, pero destapaba los peores instintos humanos.
Carreras de caballos
Afortunadamente, El juego del calamar es una ficción, lo cual nos exime de culpa. Si el juego fuera de verdad, quiero pensar que a todo el mundo le parecería una burrada inmoral. Una moralidad que los enmascarados de la serie desconocen, porque tratan a los jugadores como animales. En palabras de su líder: "¿Te gustan las carreras? Vosotros sois los caballos".
Los "caballos" son los verdaderos protagonistas de la historia, los que luchan por sobrevivir a cada capítulo para llegar hasta el final. Y casi todos, menos una muy pesada que si habéis visto la serie ya sabréis de quién hablo, son lo bastante interesantes y complejos para tratarse de una trama de esta simplicidad.
Tenemos en Seong Gi-Hun que, paradójicamente, es adicto a apostar en las carreras de caballos; un amigo suyo de la infancia que aparentaba ser rico, pero resulta estar arruinado; un abuelo con un tumor cerebral; un inmigrante del Pakistán; un gángster peligroso y un carterista con un pasado misterioso.
Y lo que mejor le funciona a la serie son las dinámicas que se establecen entre ellos, especialmente cuando están jugando, porque no hay nada que muestre mejor cómo es una persona que una situación de vida o muerte.
Juegos infantiles coreanos
Los juegos donde se juegan la vida están basados en juegos infantiles que se juegan en Corea. El primero, por ejemplo, es lo pica-pared y ya os podéis imaginar que el último es el juego del calamar. Una decisión inteligente, porque desde la primera escena en que se nos presenta el juego, como espectador lo estás esperando, de manera que te mantiene enganchando hasta el final.
En medio, hay juegos de todo tipo, pero si alguna cosa les falta es un poco más de acción. Y es que recortar la forma de unas galletas no es la actividad más dinámica y agradecida de ver del mundo.
Sorprendentemente, lo que hace la serie es guardarse buena parte de la acción por escenas entre juego y juego. Y diría que es una decisión desacertada, porque se crean conflictos mucho más superficiales que los de dentro del juego con el fin de generar violencia bastante gratuita. Tiroteos, gritos y peleas innecesarias que recuerdan a las peores escenas de La Casa de Papel.
Ahora bien, este es casi el único defecto de la serie, porque también consigue el acelerante tensión de las mejores escenas de Álex Pina. Pero por lo que realmente luce El juego del calamar es por su inteligente premisa, y por el mensaje que, detrás de la droga, se esconde como un efecto secundario.
La vida va primero
La idea que aquí se pone de manifiesto es que vivimos en un sistema donde el dinero (para unos) y el entretenimiento (para los otros) tienen más valor que la vida. Y el motivo es que los dos conceptos, dinero y entretenimiento, se han convertido en nuestras drogas. Porque pueden ser buenas, sí, pero siempre que no estemos tan enganchados que nos hagan perder de vista las prioridades.
Y este principio tan básico, que el primero es vivir y después ya van las drogas, parece desaparecer de nuestra sociedad. Hemos cambiado el valor de las cosas. Y el resultado de una sociedad donde el dinero pasa por delante de la vida nos los enseña El juego del calamar: los ricos pueden decidir quién vive y quién muere entre los pobres. Un genocidio escondido bajo la cortina del entretenimiento.
Es curioso, al fin y al cabo, que una serie que es pura droga sea la que te advierta sobre el peligro de estas drogas del sistema. Paradojas del capitalismo. Pero el mensaje queda claro. Que no todo es el dinero, ni el entretenimiento. Que la vida tiene que ser siempre, siempre, siempre lo que es más importante.