La historia de la División Azul, las fuerzas voluntarias españolas que combatieron en el frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial, esconde episodios poco conocidos, como la participación de un puñado de rusos blancos -es decir, rusos exiliados tras su Guerra Civil (1917-1923)- y un contingente de la Guardia Civil que desempeñó tareas de policía militar.
Ahora, la publicación de Un ruso blanco en la División Azul (Galaxia Gutenberg) permite conocer la relación entre unos y otros a través de las memorias inéditas de Vladímir Ivánovich Kovalevski, que contienen episodios que no gustarán a la autodenominada benemérita porque relatan corruptelas, ejecuciones sumarias y episodios completamente faltos de heroísmo, una visión que contrasta con el relato divisionario oficial urdido durante el franquismo, que tiende a convertir la experiencia militar española en el frente ruso en una epopeya bélica empapada de valentía y coraje que, por cierto, recientemente se ha ganado las críticas oficiales del gobierno ruso.
En un presente en que el cuerpo divisionario es reivindicado por la ultraderecha de Vox, la aparición de materiales que contradicen la historia fabricada desde la dictadura fascista, incluidas novelas como la reciente Dins el riu, entre els joncs (Males Herbes, 2018) de Antoni Munné-Jordà, ayudan a comprender la auténtica dimensión de la expedición, que participó en el asedio de Leningrado -que causó más de un millón de civiles muertos- y que, de hecho, acabó en fracaso total, con más de 5.000 españoles caídos en combate.
Un ruso blanco en la División Azul contiene las memorias de Kovalevski en edición crítica a cargo de los historiadores Xosé Manoel Núñez Seixas y Oleg Beyda, que incluyen amplias notas contextualitzadoras y un eficaz estudio introductorio que aporta datos de la presencia de rusos blancos encuadrados en la División Azul y las tareas que en ella desarrolló la Guardia Civil.
Rusos blancos (en busca de la patria perdida)
En contraposición a los rusos rojos, es decir, los comunistas, se conocen como rusos blancos los que participaron en el otro bando, el zarista, durante la guerra civil que siguió a la revolución bolchevique de 1917 y que duró hasta 1923. La derrota supuso la marcha al exilio de importantes contingentes humanos, uno de los cuales lo formaron las más de 150.000 personas que abandonaron Crimea en 1920.
En el exilio, los rusos blancos se organizaron en varias asociaciones que buscaban un objetivo común, restituir la nación rusa en la concepción que ellos conservaban. Mientras tanto, sobrevivían como podían. Es conocida y así se menciona en el libro, la anécdota "quizás apócrifa" de cuando "el general Francisco Franco, de paso por París en febrero de 1935, cogió un taxi cuyo conductor resultó ser un general ruso blanco". Verdadera o no la anécdota del encuentro, lo que sí es cierto es que hubo oficiales zaristas reconvertidos en taxistas en la capital francesa, uno de los cuales fue Mitrofan Bezsonoff, abuelo paterno del escritor Joan Daniel Bezsonoff, a cuya memoria escribió la novela Els taxistes del tsar.
Digresión aparte, el hecho es que un centenar de rusos blancos combatieron en la Guerra Civil del lado fascista y Kovalevski fue uno de ellos, el cual, al lado de un puñado de connacionales suyos, no quiso desperdiciar la posibilidad de alistarse en 1941 en la División Azul, viendo en la invasión nazi la oportunidad de volver a la patria a liberarla del comunismo. Y eso que en aquel entonces ya era un hombre adulto, nacido en 1892 y por tanto, rondando ya la cincuentena.
Un ruso blanco entre españoles fascistas
Destinado a Rusia en funciones de intérprete, escribió diez años más tarde unas memorias que, según Núñez Seixas y Beyda "no son la verdad con mayúsculas", sino más bien "una visión de lo visto y vivido en la campaña de Rusia, tamizada por el remordimiento y el desengaño" de alguien que, muy pronto, intuyó que participaba en una guerra que "no tenía como objetivo liberar el pueblo ruso de una tiranía".
En todo caso, a lo largo de las páginas de su relato aparecen bastantes elementos desmitificadores del hecho divisionario, como descripciones de "casos de homosexualidad" o relatos de la "cobardía o ineptitud" que caracterizaría a algunos oficiales, empezando por su descarnado y ácido retrato del general Muñoz Grandes.
Alejado pues del "relato divisionario de posguerra, caracterizado por una visión positiva del comportamiento hacia la población civil, prisioneros y partisanos", Kovalevski escribe una crónica donde los divisionarios aparecen "como caóticos ocupantes, dedicados a menudo al pillaje, incapaces de entender el padecimiento que, directa o indirectamente, infringían en una población civil resignada y faltada de recursos".
Guardias civiles con la esvástica
No se escapan de sus críticas los miembros de la Guardia Civil encuadrados en la División Azul. A ellos se les asignó la función de Policía Militar, vistiendo el mismo uniforme que la Feldgendarmerie, incluida, cuando estaban de servicio, la enorme gola o medallón que los identificaba como policías militares y que llevaba su correspondiente escudo con la esvástica. Según la introducción, Kovalesvski los presenta como "soldados caracterizados por una mezcla de incompetencia, codicia saqueadora y ambición militar" y desarrolla una visión "valleinclanesca y trágica al mismo tiempo".
Entre las tareas asignadas a los guardias civiles -en principio, voluntarios-, había el control del tráfico en la retaguardia próxima, la escolta y vigilancia del tráfico de soldados españoles en la retaguardia lejana -de hecho, tenían puestos de control en lugares tan alejados del frente como Vilna, Riga, Königsberg [la actual Kaliningrado] y el mismo Berlín-, y tareas de contrainsurgencia, es decir, perseguir partisanos y enemigos infiltrados, entre otras. El primer cupo estuvo formado por 54 agentes pero finalmente, contando oficiales y tropa se llegó casi a los 350 efectivos.
Ya en el relato memorialista propiamente dicho, Kovalevski retrata a los guardias civiles con los que compartió servicio, algunos identificados a posteriori con nombres y apellidos por los editores del libro. Les dedica descripciones como "el capitán Martínez era capaz de impartir la orden de fusilar a personas inocentes sin que se le borrara del rostro su tierna sonrisa" o "quien mandaba en el destacamento era un teniente español, un tipo semianalfabeto, cuya única obligación era arrancar trofeos a los nobles lugareños".
Ejecuciones sumarias
Relatos de decisiones arbitrarias, ejecuciones sumarias, robos descarados en la población local, detenciones sin base o bajas causadas por la ineficacia propia llenan la crónica, con frases dirigidas a los interrogatorios de la Guardia Civil que recuerdan los tiempos de la Inquisición: "Los españoles no interrogan para establecer los hechos, sino para exigir la admisión de culpa y, sobre todo, para que sobrevenga el arrepentimiento".
Kovalevski interrumpe su relato de forma abrupta pero así y todo conforma una crónica desde el momento en que se alista en la División Azul en junio de 1941 hasta poco antes de su retorno a España en abril de 1942, que ofrece un retrato descarnado de los soldados españoles y en especial de los guardias civiles que hicieron la guerra del lado de los nazis. En todo caso, la participación en la Segunda Guerra Mundial de este ruso blanco -del cual se ha perdido la pista posterior-, no sirvió para hacer realidad el sueño de volver a una patria que, de hecho, ya había dejado de existir.