Me encanta ir de festival. De verdad. No sabéis las ganas que tenía de abrocharme la riñonera especial de moderna y ponerme las gafas de sol hasta las 22h, mientras hago más kilómetros que Usain Bolt y remiro cada camisa cutre que se cruza por mi camino. No es cachondeo, tenía muchas ganas de escribir esta contracrónica como una gruppie-fan afónica sin ningún tipo de criterio e irme a casa con la satisfacción de quien ha vivido tres días una experiencia brutal. Pero hostia, es que el Vida Festival me lo ha puesto muy difícil.

Más de 10.000 personas han pasado por el festival.

Ahora no quiero volver a la vida real. Se me hace demasiado difícil pensar que el lunes tengo que ir a la redacción, al gimnasio, cocinarme los tuppers para el día siguiente y revolver Netflix durante una hora para acabar yendo a dormir sin ver nada. Quiero vivir en este Vida permanente que nos ha abofeteado la cara con la mano abierta para decirnos que sí, que hay otra manera de hacer las cosas. Que se puede celebrar un festival masivo sin distancias de seguridad y sin que el mundo se acabe. Leía el otro día por Twitter algunas quejas de quien exigía que las autoridades suspendieran los conciertos porque nadie llevaba mascarilla. Poca gente cumplía, la verdad. Sin intención de crear un debate en torno a su uso, me llama la atención que después de un año y medio de paréntesis mundial todavía pese más la losa impositiva de los de arriba que la emoción de ver más de 10.000 sonrisas juntas.

Eso sí que es una remontada

Es cierto que no se empezó de la mejor manera, no me pondré aquí a debatir la obviedad. Que hubiera personas que el primer día se quedaron sin entrar en el festival después de más de dos horas de cola y por culpa de un mal funcionamiento de la app es intolerable. A parte que tampoco se entiende demasiado. Primero, porque la prueba piloto de Love of Lesbian con 5.000 personas fue rodada y, segundo, porque el resto de días el Vida fue capaz de remontar eliminando la digitalización del test y tirando de papel y boli bic. ¿Conclusión? Se podía haber hecho mucho mejor antes.

La gran mayoría iba sin mascarilla.

Supongo que es como la vida misma, ¿no? Quiero decir, que nosotros también tenemos expectativas y a menudo nos acabamos zampando una buena hostia, a pesar de haber ido con pies de plomo. Estas cosas pasan. Tampoco se trata de romantizar la cagada organizativa del primer día pero 1. se pudo solucionar en menos de 24 horas (la cola pasó a ser de 20-30 minutos y el tercer día se incluyó una pulsera rosa para diferenciar a los negativos) y 2. era la primera vez que se desplegaba este tipo de logística. Tiene que ser muy difícil organizar un macroevento así con la pandemia de por medio. Denunciarlo cuando hace falta sí, pero también debe entenderse.

Entonces, al segundo día, pasó algo mágico: un Vida libre de estigmas fue posible. Las quejas se difuminaron y el buenrollismo lo impregnó todo, de golpe verano de 2019 nos poseía y nada ha pasado. ¿Nueva normalidad? Frotarse los ojos y renacer en la antigua, la que algunos ya ni recuerdan, la que estos días hemos vivido impasibles al paso del tiempo.

Los cabeza de cartel de este año eran Vetusta Morla, Nathy Peluso y Love of Lesbian.

Debo decir que nunca había escuchado a tanta peña de fiesta junta, de todas las edades y hablando en catalán - no, no he ido a la Acampada Joven. El festival de Vilanova i la Geltrú es como una familia nacional hippie (o hipster) en miniatura. Pequeños dando vueltas en el cochecito, grupos de amigos abrazándose o parejas de aquellas que se pasan todo un concierto comiéndose los morros. Hay de todo. Menos turistas, de esos no hay y eso que no supe ver ningún cartel de Guiris go home. Pedir bebida ha sido fácil y muy rápido, cosa que se agradece bajo un bochorno de entre 27 y 30 grados. Y os diré otra cosa, seguramente súper unpopular opinion: es como un sueño comprobar que las camisas raras siguen teniendo un lugar honorífico en cualquier festival y que el virus no ha afectado a las reservas mundiales de birra. Estos problemas del primer mundo y tal.

Ni cagarros ni compresas sucias

Eso sí, creo que lo que más me ha alucinado y me ha robado el corazón son los lavabos. Qué policlins más limpios, tú. Ha hecho falta una pandemia para que quedara claro que no es agradable mear cuando tienes un cagarro flotante y 25 compresas abiertas y sucias a la altura de la nariz. Aprovecho el momento para hacer un aplauso inmenso a quien se ha ocupado de que el papel de váter no sea un espejismo. Es la primera vez que vuelvo de un festival con el higo seco y sin haber utilizado los pañuelos de casa. Eso sí que son medidas higiénicas y no el gel hidroalcohólico.

Si los olores pudieran traspasar pantallas, fliparíais.

Que importante es tener finales

Poco se habla de la música. Si el primer día el darma de las colas eclipsó el que ha estado el primer festival del estado sin distancias de seguridad, la música nunca debería salir perjudicada. Me gustaría hablar de todos los conciertos que han pasado por el bosque este año, de verdad que sí. Pero aquí una no puede desdoblarse en, no sé, más de 30 artistas? Todos se lo merecen. Las han pasado canutas este tiempo.

Vetusta Morla llenó el escenario de Estrella Damm.

Para mí la gran sorpresa ha sido Maria Arnal. Confieso que l había escuchado poco y que ahora tengo un vacío de no saber qué he estado haciendo todo este tiempo. Mezcla de reivindicación y raíces, una escena austera que no necesita florituras, y un ritual con olor de incienso que recuerda a los akelarres del siglo XVII. Y una voz que qué voz.

Visceralmente, con Vetusta Morla me curé. Seguramente porque fue el último concierto al que fui antes de la pandemia y no sé, me pareció como cerrar un círculo. Y porque Vetusta tiene algo. Pucho, su cantante, tiene algo. Tengo agujetas todavía sólo de mirarlo pisar el escenario. Y Rusowsky me hizo viajar a algún lugar oculto entre ventrículo derecho e izquierda. 

El público se entregó con Maria Arnal y Marcel Bagés.

Si el grupo Mujeres hubiera tocado en los 80 hubiera llenado muchos garitos. Su punk-rock levantó rodillas.y brazos, no como El Petit de Cal Eril, mucho más pausado y con las últimas filas sentadas en el suelo. Cuando versionaron Close to me de The Cure algunos la bailaban desde el escenario grande. La clausura de estos 3 días con Maadraassoo fue épica. Electrónica y grandes hits de todas las épocas: Nunca nadie pudo volar de La Casa Azul, I'm losing it de Fisher o Just can't get enough de Depeche Mode.

Pero antes de esto ladré como un salvaje con Rigoberta Bandini (por favor, que saque un CD ya para dejar de repetir canciones) y me decepcioné un poco con Sen Senra, un tío muy guai al que le falta algo de sangre. De Love of Lesbian no hablaré porque me gustan demasiado y de mis dedos sólo saldrían palabras de amor infinito. Pero lo clavaron, cmo siempre, y no lo digo yo sino las miles de personas que tenía al lado. En mi cabeza suena la frase de Santi Balmes en la canción Toros en la Wii-Fantástico que tantas veces he coreado, sábado no: no es necesario tener principios, lo importante es tener finales. 

En marzo, Love of Lesbian hizo un concierto piloto en el Palau Sant Jordi con 5.000 personas.

Quien no me cuadró nada en un ambiente festivo como el del Vida es Ferran Palau, pero entre bostezo y bostezo me di cuenta que no pensaban lo mismo los centenares de personas que llenaron el escenario La Masia. Quizás le tendría que dar una oportunidad. Desde la terraza. Leyéndome un libro. Total, ahora tendré tiempo. Vuelvo a la vida real, la del artículo femenino. La que no me traerá a Nathy Peluso en medio del comedor. Pero no pasa nada. Os he visto. Y a todas las que me he cruzado estos días en el lavabo, la barra o los pasillos, que lo sepáis: os echaba mucho de menos.