Tarragona, año 1116. Las tropas normandas de origen vikingo dirigidas por Robert de Culley tomaban posesión de Tarragona y la incorporaban a los dominios del condado independiente de Barcelona. No era la primera vez que los normandos tenían una participación destacada en una empresa militar catalana. Pero esta es la mejor documentada. Fruto de los pactos de conquista, Robert de Culley —más conocido como Robert d'Aguiló— pasaba a ejercer el poder político, militar y judicial de la ciudad de Tarragona y de su territorio, y quedaba únicamente sujeto a la autoridad de Ramón Berenguer III, conde independiente de Barcelona. El protagonismo de las tropas de Culley en aquella empresa ilustra una larga tradición de alianzas políticas y militares entre los condados de Barcelona y de Normandía, que hunde las raíces mucho antes de la conquista de Tarragona y que se prolongaría durante siglos. Las empresas militares catalanas de Tarragona, de Sicilia, de Calabria y de Nápoles —entre los siglos XII y XIII— lo explican.
¿Quién era Robert de Culley?
Robert de Culley era un miembro de la oligarquía del condado semiindependiente de Normandía, el estado de la órbita política francesa creado el año 911 por el mítico líder vikingo Rollo en el valle bajo del Sena. Era un "empresario de la guerra", que dirigía una tropa de mercenarios normandos que se desplazaban a los escenarios de conflicto y combatían al lado de quien los pagaba. En aquellos años era una actividad muy habitual entre las clases privilegiadas y muy lucrativa cuando funcionaba. Uno de los ejemplos más conocidos es el Cid Campeador, que un tiempo fue el suegro del conde barcelonés. Las fuentes documentales revelan que Culley antes de hacer tratos con Ramón Berenguer III ya había combatido al lado de Alfonso de Aragón y de Navarra, en disputa con el valí islámico de Lleida por el control de los valles bajos del Cinca y del Segre; en aquel caso, sin resultados positivos. Y este detalle se muy importante, porque el éxito militar condicionaba los beneficios de la empresa: el botín. Así de sencillo.
¿Cómo llega el vikingo Culley hasta Barcelona?
Queda claro que Culley cerró la campaña aragonesa con pérdidas. Y eso sería fundamental para explicar los pactos de Tarragona. Pero la cuestión sería por qué Culley acabó negociando en la cancillería de Barcelona, si lo habría podido hacer en Burgos, León u Oporto, lugares militarmente más activos en el conflicto que enfrentaba a los reinos cristianos y las taifas musulmanas. Basta con ver un mapa político peninsular de la época para comprobar que, mientras los catalanes apenas habían saltado el Llobregat, los castellanos, los leoneses y los portugueses ya habían ganado el valle del Tajo. Y la respuesta la encontramos en el mismo Ramón Berenguer III. El conde independiente de Barcelona era medio vikingo. Su madre, Mafalda de Apulia, era una dama de la oligarquía calabresa de origen normando. Y el abuelo y el bisabuelo maternos del conde barcelonés eran, respectivamente, Roberto y Tancredo de Hauteville, nacidos y criados en Normandía y privilegiados en Calabria. Culley, por su parte, era miembro de una rama menor de los Hauteville; por lo tanto, eran parientes lejanos.
¿Qué o quién había unido a los vikingos y los catalanes?
En la centuria de 1100 las casas aristocráticas europeas ya practicaban las políticas matrimoniales con el propósito de forjar o de reforzar alianzas militares. Y las dos superpotencias de la época —el Sacro Imperio Romano Germánico y el Pontificado de Roma— eran casi siempre los impulsores de aquellos matrimonios políticos. Sería precisamente el Pontificado el que uniría a las dos casas que formaban parte de su bloque (1078): los Belónidas de Barcelona y los Hauteville de Calabria. Pero ¿con qué propósito, más allá de unir a dos casas que ya gravitaban en la órbita política del Pontificado? La respuesta nos la da la geoestrategia: el interés del Pontificado por dominar el Mediterráneo occidental. A finales de la centuria del 1000, Barcelona y Calabria eran dos potencias navales emergentes en posición de competir con los genoveses y los pisanos, aliados del Sacro Imperio, que tenían el control del comercio de ese espacio. Y también de competir con los musulmanes que dominaban las Mallorcas y Sicilia y asediaban permanentemente Cerdeña. También, en este caso, así de sencillo.
El vikingo que les salió "rana"
La historia de Robert de Culley acabó como el rosario de la aurora. Enfrentado con los flamantes arzobispos de Tarragona (1150-1168) por el control de la ciudad y del territorio, acabaría obligado a ceder parte de los privilegios que le otorgaban los pactos iniciales. Las fuentes revelan que su hijo y heredero Guillermo fue asesinado, presuntamente, por orden del arzobispo Hugo de Cervelló (1168) y que sus otros hijos, Roberto y Berenguer, se vengaron empalando al tonsurado (1171). Después de este serial de magnicidios, los Culley huyeron, según las fuentes, a Mallorca, que en aquellos días era un dominio musulmán en la órbita comercial de Génova y de Pisa, es decir, del Sacro Imperio. Este detalle es muy importante, porque pone de relieve el patrocinio que el Pontificado ejercía sobre las cancillerías de Barcelona y de Calabria, es decir, sobre la alianza catalanonormanda. Los Culley, esto es, los hijos y su entorno clientelar, dado que los padres ya estaban muertos, se refugiaron en Mallorca porque el brazo de Roma no alcanzaba las Baleares ni a los cristianos que las frecuentaban.
Pedro y Constanza
La historia de Robert de Culley y sus hijos, sin embargo, no sería ningún impedimento para profundizar las relaciones catalanonormandas. O catalanocalabresas, para ser más exactos. Durante las décadas posteriores, catalanes y calabreses participarían en empresas militares conjuntas y sus oligarquías respectivas se aparejarían en varias ocasiones. El punto culminante, sin embargo, se alcanzaría con el matrimonio de Pedro II de Barcelona y III de Aragón con Constanza de Sicilia (1262). Entonces había transcurrido casi un siglo desde la empresa de Tarragona y el mundo había cambiado mucho. Los Belónidas, condes independientes de Barcelona —convertidos en Aragón desde 1162—, entonces ya eran también reyes de Aragón, de València y de Mallorca. Y los Hauteville, condes independientes de Calabria —convertidos en Hohenstaufen desde 1194—, habían pasado a ser reyes de Nápoles y de Sicilia (Corona de las Dos Sicilias). Además, catalanes y calabreses se habían quitado de encima la tutela política del Pontificado y habían pasado al bloque político del Sacro Imperio.
Roger de Lauria, un vikingo en la corte de Barcelona
Cuando Manfredo de Sicilia, padre de Constanza, murió en manos del usurpador Carlos de Anjou, a instancias del pontífice Urbano IV (1232), se produjo un cambio transitorio en la dirección del poder siciliano, acompañado de una brutal e intensa represión, como solía pasar en esos casos. Las grandes estirpes oligárquicas sicilianas, calabresas y napolitanas de origen normando, que habían gobernado el territorio durante dos siglos, se exiliaron en la corte de Barcelona. Allí se criaría y se educaría Roger de Lauria, que años más tarde, durante el reinado de Jaime II, se convertiría en el gran almirante, que, con sus incontestables victorias navales, restauraría los dominios de los Aragón-Hohenstaufen (Belónidas-Hauteville, en origen) en los territorios de Sicilia, Calabria y Nápoles. Y que, en las mismas campañas, incorporaría Malta y Gerba a los dominios de la casa de Barcelona. Roger de Lauria sería el que pronunciaría la frase "Ningún pez se atreve a levantarse sobre el mar si no lleva un escudo o señal del rey de Aragón en la cola": la bandera cuatribarrada del casal de Barcelona.
Los vikingos y la corona de Aragón
Roger de Lauria era un vikingo con todas las letras de la palabra. Como tantos otros oligarcas sicilianos, los Lancia o los Prócida, que no alcanzarían el mismo prestigio, pero que tendrían una destacada participación en las campañas militares de Sicilia y Nápoles. Roger de Lauria formaba parte de un cuerpo oligárquico, de profesión y de tradición militar, de origen normando, es decir, vikingo. Y si bien es cierto que en el transcurso del tiempo se habían cruzado con otros elementos de las oligarquías catalana o germana, también lo es que habían sido capaces de mantener una singular cultura de grupo, con genuinas expresiones en los ámbitos político, militar y artístico, que los vinculaba permanentemente con su origen normando. Aquellos normandos serían los artífices de la incorporación de sus dominios al edificio político catalanoaragonés (1282). Hasta que en 1713, el primer Borbón hispánico, en el contexto de la guerra de Sucesión hispánica (1701-1715), se los regaló al archiduque de Austria a cambio que este abandonara a los catalanes a su suerte.