Barcelona, 23 de abril de 1456. Hace 567 años. El Dietario de la Generalitat consignaba el acuerdo tomado por las Cortes catalanas, el día 17 anterior, que proclamaba a san Jorge patrón del Principado de Catalunya y de los condados de Rosselló y de Cerdanya e instituía la festividad de Sant Jordi como la fiesta grande del país. La anotación del Dietario dice: "Aquest die fonch feta crida pública per la ciutat de Barchinona que la festa de sent Jordi fos colta generalment per tothom, com la Cort General del principat de Cathalunya, qui de present se celebre en la claustra de la Seu de la dita ciutat, ne hagués feta novament constitució”. No obstante, las fuentes documentales revelan que las clases populares catalanas ya celebraban el día de Sant Jordi, como mínimo, desde el siglo anterior. ¿Desde cuándo y por qué celebramos Sant Jordi?

La rosa y la espiga
La investigación antropológica revela que los elementos de esta fiesta (la rosa y la espiga) y su simbología (la pasión y la fecundidad) están presentes en nuestra cultura desde la época noribérica. En aquella época (siglos V a.C. a III a.C.), no existían ni la confesión cristiana ni la figura del mártir Giorgios. Pero los elementos y la simbología de la festividad de Sant Jordi ya están muy presentes en las fiestas de emparejamiento y reproducción que aquellas sociedades antiguas celebraban en el punto central de la primavera. Con la evangelización del territorio (siglos II d.C. a X d.C.) se produciría una progresiva solapación de las fiestas: allí donde había una fiesta pagana vinculada a los ciclos de la naturaleza, las jerarquías eclesiásticas colocarían una celebración del santoral cristiano. Sant Jordi acabaría reemplazando las fiestas de emparejamiento y reproducción del calendario pagano.

Giorgios
Según la tradición, Giorgios era hijo de un militar romano de origen griego y habría nacido entre el 270 y el 275 en la ciudad de Cesarea, en la provincia de Capadocia (península de Anatolia). La misma tradición dice que Giorgios se crió en Diospolis, en la provincia de Palestina, y que allí siguió los pasos profesionales de su padre; y que allí, también, se casó con una dama viuda local, llamada Policronia, que sería la persona que lo introduciría en la fe cristiana. Más tarde, el año 303, y siempre según la tradición, Giorgios estaba emplazado en Nicomedia, en la provincia de Bitinia y Ponto (península de Anatolia), y allí recibió órdenes de perseguir y exterminar a los cristianos de la región. La tradición, de nuevo, explica que Giorgios renunció a su cargo para evitar cumplir la orden, pero eso no impidió su detención, su encarcelamiento y su martirio.
La tradición
Se considera que las fuentes primigenias que explican la vida y la obra de Giorgios no son más que la forma documentada de una rica tradición oral. A partir de su muerte (303), la pasión de Giorgios en cada versión ganaba en inverosimilitud. Hasta que, pasado un siglo largo de su existencia (494), y cuando el cristianismo ya era la confesión oficial de todo el antiguo mundo romano, el pontífice Gelasio (492-496) declaró que aquellos textos eran apócrifos. No deja de ser una curiosa coincidencia que este mismo pontífice sería el que condenaría las Lupercales, la fiesta romana de la fertilidad, que había resistido al primer siglo de oficialidad de la confesión cristiana. El pontífice Gelasio pontificó —y nunca mejor dicho—: "Jorge será uno de aquellos santos venerados por los hombres, cuyos actos solo conocerá Dios". Nacía el mito de san Jorge.

El mito-mártir
El estado romano había sido una fábrica de mártires, básicamente disidentes políticos que se convertían en mitos, y que en el imaginario de la disidencia una vez muertos adquirirían más fuerza que una legión de vivos. Según la tradición cristiana, Giorgios fue martirizado siguiendo el esquema clásico de la brutalidad romana: torturado, asado y descuartizado, como tantos millares de disidentes. Entonces, la cuestión es la siguiente: ¿cuáles eran los valores del mártir Giorgios que lo transportarían a la categoría de mito? Y la historia nos revela que el mito Giorgios se fabricaría siglos más tarde y sería asociado a la figura del caballero (el bien) que lucha contra el dragón (el mal) para salvar a la princesa (la fertilidad, la vida). La clásica síntesis entre el mito de tradición antiquísima que había sobrevivido a la romanización y el nuevo mártir del cristianismo que había sobrevivido a la derrota romana.
¿Cómo llega san Jorge a Catalunya?
San Jorge fue proclamado patrón de la caballería nobiliaria cristiana que había batallado en la Primera Cruzada en Tierra Santa (1096-1099). Y poco después sería convertido en patrón de las caballerías nobiliarias catalana y aragonesa, que, si bien no habían combatido en Tierra Santa, batallaban contra el islam en sus propias fronteras. La nobleza militar aragonesa, en guerra con la taifa de Zaragoza por el control del sector central del valle del Ebro (1096-1101), sería la primera que adoptaría el patronazgo de san Jorge. Y acto seguido, la nobleza militar catalana, enfrentada con la misma taifa por el control de los territorios de Lleida y Tortosa (1105-1149), haría lo mismo. Años después, con la unión dinástica (1150), el patronazgo de san Jorge se haría extensivo al conjunto del estamento militar catalanoaragonés.

¿Cómo trasciende de los estamentos privilegiados a las clases populares?
La figura y la leyenda de san Jorge arraigan con fuerza durante los siglos XIV y XV, en un escenario especialmente castigado por la peste negra, los pogromos, las revoluciones populares y la represión del poder. Y en este punto, reaparece la figura de Giorgios, símbolo de la disidencia, transformado en san Jorge, mártir de la fe cristiana. La antropología nos explica que en el imaginario de aquellas clases populares terriblemente violentadas, el dragón simbolizaría el mal y la muerte, la princesa simbolizaría el país vulnerable y amenazado, y san Jorge simbolizaría al héroe que salvaba Catalunya de sucumbir al aliento pestilente y al fuego destructivo de la bestia. Las clases populares querrían convertir san Jorge en el espejo donde las clases dominantes no se querrían mirar. Y las clases dominantes se apropiarían de aquel simbolismo y lo convertirían en el patrón del país.