Si uno maneja una expresión algo larga referida a un concepto concreto, suele acabar haciendo una sigla, mucho más corta. Por ejemplo, a partir del término document nacional d'identitat, acabamos escribiéndolo DNI; lo mismo ocurre con impost sobre el valor afegit, que acabamos escribiéndolo IVA. En el nombre de las universidades ocurre lo mismo: a partir de la expresión Universitat Autònoma de Barcelona, sale la sigla UAB. Nótese, además, cómo las mayúsculas indican que eso es una sigla, no una palabra corriente (este recurso tipográfico es usual en todas partes excepto en italiano).

A veces ocurre que la sigla es más usada que la expresión original. Los técnicos lingüísticos de las universidades catalanas detectaron que, en el mundo informático, era habitual decir estructura LIFO y estructura FIFO; y comprobaron que algunas personas de ese mundo (no todas) ya no sabían cuál era la expresión original; ¡solo conocían la sigla! (La expresión original es la inglesa last in first out y first in first out, respectivamente.)

Si una sigla hace referencia a un objeto físico, a una enfermedad, a una figura legal, etcétera, su uso recurrente hace que acabe siendo vista como una palabra

Si una sigla hace referencia a un objeto físico, a una enfermedad, a una figura legal, etcétera, su uso recurrente hace que acabe siendo vista como una palabra. Hay casos que han entrado en el diccionario, como ovni (de objecte volador no identificat), sida (de síndrome d'immunodeficiència adquirida) o covid (del inglés coronavirus disease), que se escriben en minúscula precisamente porque ya son palabras corrientes.

Pero cualquier corrector sabe que este terreno es un pelín complicado. Por ejemplo, existe el término oferta pública d'adquisició d'accions, que da la sigla OPA. Hoy la gente utiliza esta sigla como un nombre: El banc X ha fet una opa hostil per a comprar el banc Y. Incluso se ha generado el verbo opar (usado sobre todo en los dos participios, el de presente y el de pasado: l'empresa opant y l'empresa opada). Con el añadido de que el problema es pequeño en siglas que se leen de un tirón (como OPA o IVA), pero es mayor en siglas que se leen letra a letra. Por ejemplo, en el caso del sistema de frenado ABS (de la expresión inglesa anti-lock braking system), uno puede decir Vaig tindre un accident perquè em va fallar l'ABS 'tuve un accidente porque me falló el ABS'. Aquí, ABS es percibido como un nombre. Y esto plantea un problema ortográfico: si este concepto es percibido como un nombre, ¿no debería escribirse em va fallar l'abeessa?

El caso del 'cap'

El caso más llamativo es la instalación para la atención médica primaria. En los años 80 del siglo XX, la Generalidad de Cataluña construyó muchos, y decidió llamarlos centre d'atenció primària. Al ser una expresión larga, rápidamente surgió la sigla: CAP. Ahora bien: la gente acabó usando esto como una palabra: He d'anar al cap a que em facin una recepta 'debo ir al centro de atención primaria a que me hagan una receta'. Ante esto, el diccionario normativo debería incluir esta palabra. En cualquier caso, los lingüistas deberían dar un tirón de orejas a los responsables políticos de la Generalidatd de entonces. Era previsible que la expresión centre d'atenció primària se dijera en forma de sigla y que la sigla acabara siendo un nombre; y en catalán ya existe la palabra cap que significa muchísimas cosas ('cabeza', 'jefe, cabecilla', 'hacia', 'aproximadamente', 'ningún, nada de'). Ante esto, ¿no se podía haber dicho consultori o ambulatori, que son formas empleadas tradicionalmente?

(Las personas que trabajan en la corrección y edición de textos, si quieren saber más sobre esto, pueden consultar el escrito 'La lexicalizació de sigles: pautes i propostes'.)