La fiesta en casa de Carmen Balcells solo tenía que durar un día, pero se alargó 24 horas más. La excusa para seguir de farra fue el retraso en la partida del barco que tenía que llevar a Mario Vargas Llosa a Lima después de cuatro años viviendo en Barcelona. Fue el último capítulo de la etapa del escritor peruano, muerto hoy a los 89 años, en Catalunya. Para muchos, también fue el acta de defunción del Boom latinoamericano, uno de los movimientos literarios más relevantes del siglo XX, que tuvo en la capital catalana uno de sus principales epicentros.

🟠Muere Mario Vargas Llosa, ganador del Nobel de Literatura, a los 89 años
 

Historia de un deicidio

"Barcelona es el único lugar donde se puede trabajar a gusto. No, no hay peligro de que me molesten. Es la primera vez que consigo escribir sin desazones, sin pensar en otra cosa", confesaba Vargas Llosa a Robert Saladrigas en una entrevista publicada en la revista Destino en el año 1970, pocos meses después de su llegada a la capital catalana. En aquel momento el escritor peruano ya había publicado títulos fundamentales en su bibliografía como La ciudad y los perros (1963), La Casa Verde (1965) y Conversación en La Catedral (1969) y era una de las figuras más cruciales de la escena literatura internacional. "Con respecto a su difusión, mis libros probablemente le deben tanto o más a él que a mí. Si no fuera por él, quizás yo todavía sería un escritor inédito o publicaría en ediciones de mil ejemplares, que tardarían diez años en agotarse". En esta declaración, Mario Vargas Llosa hace referencia y evidencia la importancia del editor Carlos Barral en su trayectoria. Fue él y Carmen Balcells, la "Superagente Literaria 009", como la llamaba Manuel Vázquez Montalbán, los que animaron al Premio Nobel de Literatura 2010 a instalarse en Barcelona. Aquí coincidió con el otro gran nombre del Boom latinoamericano, el colombiano Gabriel García Márquez. Vivían muy cerca el uno del otro. Vargas Llosa en el número 50 de la calle Osi. García Márquez en el 6 de la calle Caponata. Entonces eran inseparables. Faltaban seis años para que la amistad se truncara por un legendario puñetazo que ya forma parte de la historia de la literatura universal.

Barcelona es el único lugar donde se puede trabajar a gusto. No, no hay peligro de que me fastidien. Es la primera vez que consigo escribir sin desazones, sin pensar en otra cosa

Fue justamente en Barcelona, ciudad a la que llegó después de vivir en Londres y París, donde Vargas Llosa ultimó García Márquez: historia de un deicidio, tesis doctoral del peruano que se acabaría convirtiendo en el que muy probablemente es el mejor ensayo nunca escrito sobre la obra del autor de Cien años de soledad. En una Barcelona que empezaba a avistar la democracia, Vargas Llosa no evitó los círculos que marcaban el pulso cultural y social de la capital catalana de aquellos momentos, muy especialmente el grupo de la Gauche Divine, pero lejos de dedicar las noches a socializar en locales como la discoteca Bocaccio, en la Ciudad Condal (donde nació su hija Jimena Wanda Morgana), Vargas Llosa dedicó sus días a leer, corregir varias de sus futuras obras, dar clases en la Universitat Autònoma y, sumergido en el legado de Flaubert, escribir La orgía perpetua, ensayo que examina Madame Bovary como la primera novela moderna. Una vida casi espartana, pero no exenta de memorables veladas de juerga. Como aquella que reunió a Julio Cortázar, de paso en la ciudad, José Donoso, García Márquez y el propio Vargas Llosa, los cuatro máximos representantes del Boom latinoamericano, en el comedor de Les Fonts de l'Ocellet, un restaurante del barrio de Pedralbes, ya cerrado, donde se servía cocina tradicional catalana. La norma de la casa era que los comensales tenían que escribir ellos mismos el pedido. Regla que los literatos del Boom desconocían. Cansado de esperar, el camarero se les acercó y les espetó: "¿Alguien de ustedes sabe escribir?". Con el paso de las décadas, Vargas Llosa viraría su relación con la capital catalana, pero de 1970 a 1974 fueron los cuatro años que el Nobel amó Catalunya.