V. es escritor. Pero un escritor de los que escribe y publica. De los que gana premios. Premios importantes. Premios que todavía tienen alguna credibilidad y prestigio. Un escritor de aquellos que las generaciones más jóvenes, lejos de matarlo, consideran influencia y referente. Pero todos estos detalles siempre le han dado pereza e intenta minimizarlos cuando lo presentan antes de una charla en un club de lectura.

Lo descubrí un día que Víctor Amela lo elogiaba en el programa de libros del Canal 33 de Emili Manzano, La hora del lector. De eso hace 15 años. Pero lo recuerdo perfectamente como solo recuerdas aquellas cosas aparentemente intrascendentes que te acaban cambiando la vida. Amela decía que la novela que V. acababa de publicar llevaba la literatura catalana contemporánea a otro nivel. Y yo entonces todavía me lo creía, a Amela. Al día siguiente fui a encargarla, la novela, a la librería del pueblo.

Tenía el aspecto de profesor universitario enrollado, que tan pronto te podía hablar de literatura rusa del siglo XIX como descubrirte la escena del cómic underground de la Barcelona de los 70 y 80 o recomendarte los mejores álbumes en la discográfica de Lou Reed o The Clash

Llegó dos días más tarde. Tardé uno a leerla. Solo el descubrimiento, tiempo atrás, de Quim Monzó, me había causado un impacto similar. La diferencia era que cuando empecé a leer a Monzó, ya lo conocía. No personalmente, claro. Pero sabía qué cara hacía y qué voz tenía, porque en la Catalunya de los años 90 Monzó estaba por todos lados. V., tengo que admitir, era una incógnita que me resolvió a Google. Parecía alto. No era guapo, sin embargo, su mirada nostálgica tenía cierto atractivo. Tenía el aspecto de profesor universitario enrollado, que tan pronto te podía hablar de literatura rusa del siglo XIX como descubrirte la escena del cómic underground de la Barcelona de los 70 y 80 o recomendarte los mejores álbumes en la discográfica de Lou Reed o The Clash.

La carpeta de los cuentos

Cuando hoy V. ha acabado sus clases en la universidad, porque, cierto, V. es escritor pero también profesor universitario (enrollado), ha decidido que antes de volver a casa pasearía por la ciudad. Quizás podría pasar por la Biblioteca Pública Episcopal del Seminario de Barcelona. Últimamente, está metido en la escritura de un cuento sobre Eliseo, el profeta sucesor de Elías. Un hombre, según el Antiguo Testamento, con una vida fascinante como consejero de reyes y obrador de todo tipo de milagros. No encuentra nada especialmente interesante ni destacable. Quizás debería probar, como le han aconsejado, en la librería Balmes, que no está en la calle Balmes, sino en la calle Duran i Bas, junto al Portal del Ángel; o en la librería Abba, que no se llama así por el grupo sueco, sino porque 'abba' en arameo significa 'padre' y hace referencia a Dios. Las dos son librerías especializadas en obras cristianas. Irá otro día. Ahora se adentra en la calle Diputació, una de sus favoritas, aunque en los últimos años han proliferado los cafés de especialidad para expats y locales de empanadas argentinas, y vuelve hacia casa.

Hoy no están ni las hijas ni la mujer, y V. duda entre ver un viejo western o sentarse delante del ordenador. Opta por esto segundo. Después de contestar diversos correos que tenía pendientes: uno de un guionista de TV3 que trabaja en un documental sobre Alexandre Deulofeu, filósofo figuerense (como él), autor de la teoría de la 'Matemática de la historia'. Otro de un periodista freelance que lo entrevistó años atrás y ahora le envía una novela a medio acabar pidiéndole si le puede echar un vistazo y decirle qué le ha parecido... V. no la leerá nunca, pero le contesta que le parece interesante, que los personajes son frescos, que siga trabajando.

Le gusta escribir cuentos. Cree que es el formato ideal para experimentar. Ya lo hace con las novelas, eso de experimentar, pero con los relatos cortos, a pesar de ser cortos, o quizás por ser cortos, puede jugar con las formas y los formatos

V. tiene una novela casi terminada. Pero hoy decide dedicarse a los cuentos. Le gusta escribir cuentos. Cree que es el formato ideal para experimentar. Ya lo hace con las novelas, eso de experimentar, pero con los relatos cortos, a pesar de ser cortos, o quizás por ser cortos, puede jugar con las formas y los formatos. La semana pasada escribió uno, en el que él mismo era uno de los dos personajes centrales. El otro era una mujer chalada, que lo seguía por charlas y conferencias amenazándolo con matarlo si no la convertía en un carácter importante de una de sus historias. El relato acaba con un diálogo genialmente delirante entre los dos negociando la longitud del escrito. Ella pide ser la protagonista de una novela y V. contraoferta ofreciéndole un microrrelato. Finalmente, pactan que será un cuento de cuatro páginas. El cas de la sexagenària psicòpata, lo tituló. No hace mucho escribió otro, Tres partides, en las que describe en tres actos tres partidas de ajedrez entre Salvador Dalí y Marcel Duchamp. Si fueron reales o fruto de la imaginación literata de V. no importa. Importa que son escasos tres minutos de lectura juganosa.

Ahora piensa si continúa con el cuento del profeta Eliseo. Quizás otro día. Todavía no tiene bastante información. Y de repente, a chorro, como si la historia hiciera años que se fuera incubando dentro de él, escribe La petita història d'en Joseph. El relato tiene un irónico tono de cuento infantil: "Había una vez un niño...", pero narra la vida Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich nazi, y uno de los mayores monstruos de la historia de la humanidad. Cuando llega al punto final, V. siempre duda si realmente ha llegado al punto final. Hoy no es ninguna excepción. Por eso lee y relee lo que ha escrito, hasta que, más por agotamiento que por convencimiento, se da por satisfecho. Lo guarda en una carpeta denominada En primera persona. Allí ha ido dejando todos los cuentos que ha ido escribiendo últimamente y que quizás algún día acabe publicando.