Campas de Culloden (reino de Escocia), 16 de abril de 1745. Hace 279 años. Un cuerpo del ejército británico formado por 9.000 efectivos y comandado por Guillermo de Cumberland (hijo del rey Jorge II de Inglaterra y de Escocia), se enfrentaba a las tropas jacobitas, que habían reunido a 6.000 hombres de varios clanes de las Highlands (las Tierras Altas) escocesas a las órdenes de Carles Estuardo, llamado popularmente "Bonnie Prince Charlie" (el bonito príncipe Carlos). La batalla de Culloden se saldó con la victoria gubernamental y representó el fin del movimiento jacobita. Pero la verdadera historia de aquel conflicto solo se ha explicado en parte. Aquella guerra no era un conflicto dinástico entre Hannover (protestantes) y Estuardo (católicos) por el trono de Londres, ni era una guerra entre Inglaterra y Escocia, ni era una revolución independentista escocesa.

La profunda raíz del conflicto

Aquel conflicto tenía un largo origen que remontaba a inicios del siglo anterior. Inglaterra y Escocia todavía eran dos países separados. Pero la influencia que se proyectaban mutuamente era considerable. El 24 de marzo de 1603 moría Isabel I de Inglaterra (la reina pelirroja). Isabel era hija de Enrique VIII y de su segunda esposa Ana Bolena, y había ganado el trono por el efecto del movimiento pendular anglicano-católico, que había dominado la sucesión de reyes y la escena política inglesa durante el siglo XVI. Enrique VIII (1509-1547) había impulsado la reforma protestante. Y su hijo Eduardo VI (1547-1553) había seguido su obra. Pero, en cambio, María I —hija del mismo Erique y de Catalina de Aragón y apodada "Bloody Mary" (María la sanguinaria)— había involucionado el país hacia el catolicismo del siglo anterior.

Enrique VIII, Ana Bolena e Isabel I. Fuente The Royal Collection y National Portrait Gallery.

El primer Jacobus angloescocés

Muerta María sin descendencia, la sucedería Isabel I (1558-1603) que devolvería Inglaterra a un régimen protestante. Pero su muerte, también sin descendencia, activaría, de nuevo, el péndulo. En aquel contexto oscilante y amenazador, las oligarquías inglesas (la nobleza latifundista católica y las clases mercantiles anglicanas) negociaron un candidato de consenso y lo encontraron en la figura de Jaime VI de Escocia (oficialmente Jacobus VI). El rey escocés era calvinista y apoyaba apoyaba a la Iglesia Nacional de Escocia, sin embargo, al mismo tiempo, daba protección a los católicos. Jaime compartía la ideología mercantil de las clases burguesas urbanas, pero, al mismo tiempo, tenía mucha influencia en París y era perfectamente capaz de contener las guerras con Francia que estaban sangrando a la nobleza rural. Jacobus se convertía en el primer rey de Inglaterra y de Escocia.

Jaime V de Escocia y María de Guisa, abuelos de Jaime VI. En el cuadro superior derecho de las armas de María aparecen las cuatro barras. Fuente Falkland Palace. Escocia

Los "jacobitas"

La coronación de Jacobus en Londres (1603) no implicó la unión de los dos reinos. Inglaterra y Escocia compartirían la figura del rey, en la persona de Jaime y de sus descendientes Estuardo (1603-1714). Jacobus Estuardo sería Jaime I de Inglaterra y VI de Escocia, pero ambos países conservarían su independencia. La caja de los truenos se abrió un siglo más tarde. En 1707, en plena guerra de Sucesión hispánica (1701-1715), que quería decir en pleno conflicto continental, Inglaterra estaba claramente alineada con la alianza internacional austracista (al lado de Catalunya), mientras que una parte importante de la nobleza escocesa se afanaba en hacer valer la tradicional alianza Edimburgo-París y actuar con total independencia de los criterios de Londres. Para disipar malentendidos, los Parlamentos de Londres y de Edimburgo votaban la "Union Act" (el Acta de Unión): la fusión de Inglaterra y Escocia.

El Acta de Unión: de un rey y dos coronas a un rey y un solo país

La "Union Act" comportó la creación de una nueva bandera: la "Union Jack", que pretendía reflejar la participación conjunta de los dos reinos en aquel proyecto. No obstante, la realidad se imponía a través de los detalles y en aquel nuevo estandarte la correlación de fuerzas quedaba perfectamente ilustrada: la cruz de San Jorge inglesa se situaba en un primer plano y la cruz de San Andrés escocesa quedaba en un plano secundario. Aquel cambio de estatus (de reunión a fusión) promovería el descontento de los sectores más tradicionalistas de la sociedad escocesa (los clanes de las Tierras Altas). Mientras Gran Bretaña estuvo comprometida en el conflicto hispánico (1701-1713) y los Estuardo estuvieron en el trono de Londres (1603-1714), aquel descontento no pasó de un estado de inquietud.

Jaime VI y Ana I primero y último Estuardo en el trono de Londres y Bonnie Prince Charlie. Fuente National Portrait Gallery y Scotland Portrait Gallery

James Francis, el eslabón perdido

Pero con la muerte sin descendencia de Ana I (1714) —la última Estuardo en el trono de Londres— se abrió la caja de los truenos. Las potentes clases mercantiles de Londres miraron hacia Jorge de Hannover, bisnieto de Jaime VI de Escocia e I de Inglaterra (el primer Estuardo en el trono de Londres) y primo segundo de la difunta Ana I, y, sobre todo, un noble de confesión protestante. De nada sirvieron las reivindicaciones de James Francis, nieto del primer Jacobus en el trono de Londres (Jaime I de Inglaterra y VI de Escocia) que nunca había sucedido a su abuelo y a su padre porque se había interpuesto la Revolución de Cromwell (1642-1651) y su fe católica. James Francis, denominado "el viejo pretendiente" se había convertido al catolicismo y había sido apartado de la línea de sucesión por su hermanastra protestante María II.

Las primeras rebeliones

En este punto, el movimiento jacobita acabaría siendo una heterogénea masa de disidentes del régimen surgido de la "Union Act": clanes tradicionalistas escoceses —tanto calvinistas como católicos— unidos por su oposición a la fusión angloescocesa, grupúsculos leales a la rama católica de los Estuardo —tanto escoceses como ingleses— y núcleos de católicos ingleses —sobre todo de las regiones de Northumberland y de York, radicalmente opuestos al protestantismo, que luchaban por sentar el católico y tradicionalista "Bonnie Prince Charlie" en el trono de Londres. Las rebeliones jacobitas de 1708 de 1715 y de 1719, fueron, en realidad, grandes movimientos de protesta contra las políticas de un régimen que trabajaba para transformar las formas tradicionales de vida y de gobierno y situar la nueva Gran Bretaña en el podio del liderazgo mundial.

María II y James Francis, el viejo pretendiente. Fuente National Portrait Gallery

Culloden, el fin de la Escocia histórica y tradicional.

En Culloden (1745), el campo de batalla jacobita estaba formado por efectivos de veinte clanes de las Tierras Altas. Y en el campo de batalla gubernamental había hombres de una docena de clanes de las Tierras Bajas. Aquella dolorosa derrota condujo a una brutal represión: se destruyeron docenas de castillos y ciudades, se proscribió, encarceló y asesinó miles de disidentes, y se prohibió y persiguió el sistema de clanes (la forma tradicional e histórica de organización social escocesa) y cualquier símbolo de identidad escocés (la lengua, el vestuario y la música tradicional). Durante aquella etapa oscura (1745-finales del siglo XIX) se produciría la brutal paradoja que el kilt (la tradicional falda escocesa) y la gaita, sobrevivirían y trascenderían dentro de las entrañas del enemigo: a través de los regimientos escoceses del ejército británico.