En Gelida, mi pueblo, tenemos la biblioteca más pequeña del mundo. De acuerdo, quizás no es la más pequeña, pero sí que es la más bella y bonita de todas las bibliotecas que, de uno al otro, podemos encontrar en cualquier rincón de los cinco continentes. Cuando menos, hiperbólico y exagerado como soy, a mí me lo parece. La Petita Biblioteca Lliure de Gelida, como su fundadora o fundador (desconozco quién la fundó) la bautizó, es bonita por su sencillez: poco más que una caja de madera introducida en la pared principal de una casa de mosén Jaume Via; paralelo a la Major, una de las calles principales de la primera villa, por la vertiente norte, del Alt Penedès. Belleza amplificada por lo que es y lo que ofrece. Y es que para ser socio de la Petita Biblioteca Lliure de Gelida no hacen falta carnés (supongo que por eso es libre). Tampoco hay nadie que lleve el control de los préstamos. La Petita Biblioteca Lliure de Gelida es un punto de intercambio: tú coges un libro y dejas otro. Yo tengo que admitir que, para desesperación de mis hijas, que desde que pueden hablar me recriminan que en casa tenemos libros por todas partes, siempre cojo más de los que dejo.
Milagros de la arquitectura
Ya es casi un ritual: aunque no venga de paso, como mínimo una vez a la semana me dejo caer por allí. Así, en la Petita Biblioteca Lliure de Gelida he encontrado verdaderos incunables que, como lector, me han regalado infinitas horas de placer. En esta diminuta cueva literaria he descubierto relatos increíbles como La vuelta al mundo en 2CV, un libro del año 1961 en qué los aventureros franceses J.C. Baudot y J. Seguela narran su odisea cruzando el planeta al volante del icónico modelo de Citroën. Lo desconocía. Amante de las historias que te transportan a paraísos perdidos, me pareció fascinante. De este cajón de letras también me he llevado un ejemplar en versión original, es decir en inglés, de Post Office, la primera novela de aquel degenerado que era Charles Bukowski. El último tesoro que he conseguido desterrar ha sido La ciudad de los arquitectos de Llàtzer Moix.
Llàtzer Moix es uno de aquellos periodistas al que quieres parecerte cuando seas mayor. Jefe de la redacción de cultura del diario La Vanguardia durante más de veinte años (periódico del cual también ha sido redactor jefe adjunto), Moix es uno de los críticos de arquitectura más brillantes de nuestro país. Suyas son obras tan exquisoitas y necesarias para entender el arte de proyectar y construir edificios como Queríamos un Calatrava (2016) o Arquitectura milagrosa (2010), referencias, las dos, publicadas por Anagrama. Trilogía sobre nuestro urbanismo que se completa con este La ciudad de los arquitectos que vio la luz en 1996 también bajo el auspiciado del sello de Jorge Herralde.
Un culebrón arquitectónico
Uno de los grandes atractivos de la obra y la prosa de Moix es hacer próximos, que no poco elaborados e intrascendentes, unos relatos que podrían caer en el tedio del exceso de tecnicismos. O dicho de otra manera, no hay que ser un experto en arquitectura para disfrutar de sus libros. Todo lo contrario, son una magnífica puerta de entrada para empezar a disfrutar y decodificar las claves y singularidades de esta arte.
En La ciudad de los arquitectos Llàtzer Moix traza la evolución y transformación de Barcelona desde finales de la década de los setenta, con la constitución del primer ayuntamiento democrático con el alcalde Narcís Serra al frente, entonces una ciudad gris, que vivía de espalda al mar, con un centro histórico abandonado y unos barrios periféricos víctimas del expansionismo arquitectónico, hasta la eclosión de la capital catalana con la celebración de las Olimpiadas del 92. Una historia que gravita en torno a un protagonista indiscutible: Oriol Bohigas, principal impulsor de la renovación de la ciudad a través de la arquitectura. Un personaje tan genial como polémico, con tantos discípulos y defensores como adversarios (con Ricardo Bofill, el otro gran divo de nuestra arquitectura durante la segunda mitad del siglo XX, erigiéndose en su principal Némesis). Una arrogante estrella del rock que danzaba sobre arquitectura lanzando esputos sulfurosos contra aquellos que no compartían su visión de la ciudad. Así, hay momentos en qué más que un ensayo arquitectónico tienes la impresión de estar leyendo un drama shakespeariano o el guion de un culebrón de TV3.
Me encontré La ciudad de los arquitectos en la Petita Biblioteca Lliure de Gelida este pasado sábado, pocos días después de la muerte de Bohigas. El hallazgo del libro de Moix fue una de aquellas indescifrables casualidades que te ofrece el destino. Lo he devorado durante el puente. Mañana o el sábado me acercaré con la esperanza de conseguir un ejemplar de Arquitectura milagrosa. Yo, para alegría de mis hijas, devolveré la copia de La ciudad de los arquitectos.