"Estamos en un lugar maravilloso. Una nave industrial en Gelida," nos descubre, rodeada de recursos escénicos y vestuario de antiguos espectáculos, Anna Rosa Cisquella, productora ejecutiva de Dagoll Dagom, la única de los tres socios que queda al pie del cañón ahora en que Joan Lluís Bozzo y Miquel Periel ya se han retirado de la primera fila. "Vinimos el 2005 y desde entonces guardamos aquí todas nuestras escenografías. Un espacio muy bonito donde tenemos toda nuestra historia". Después de cincuenta años de trayectoria y espectáculos tan icónicos como Antaviana (1978), Nit de Sant Joan (1981), Flor de nit (1992), T'odio, amor meu (1995), Pigmalió (1997), Els Pirates (1997); Dagoll Dagom, una de las compañías teatrales más relevantes de nuestra historia teatral, han decidido poner fin a su trayectoria. Será el 2024, con una reposición de su obra más aclamada, Mar i Cel (1988). Antes, sin embargo, estrenarán su último espectáculo de creación, L'alegria que passa, particular revisión de la obra de Santiago Rusiñol con dirección de escena de Marc Rosich, dirección musical de Andreu Gallén y dirección coreográfica de Ariadana Pueya. Estará a partir del 4 de marzo en el teatro Poliorama de Barcelona.
¿Ahora que habéis anunciado el final de Dagoll Dagom, qué sientes cuando te paseas por la nave?
Hay muchas veces que me paseo por aquí, y tengo que preguntar de qué espectáculo es este objeto o aquel otro, porque hay muchas cosas que ni las recuerdo. Hay que las tienes muy claras y las recuerdas, pero de otros confundes los montajes.
Si lo sumamos todos, Dagoll Dagom habéis hecho una treintena de espectáculos a lo largo de vuestra historia.
Y aquí hay una cantidad de material y recuerdos muy grande.
¿Algún recurdo especial?
Durante años fui actriz y salía de gira. Muchas de las cosas que guardamos aquí me interpelan directamente. El coche Aixeta, de La nit de Sant Joan, por ejemplo. Un espectáculo del cual hice unas 500 funciones.
Ahí es nada.
Antes hacíamos muchos bolos. Un día calculé que de los 10 años que hice de actriz, 7 me los pasé fuera de casa. Recuerdos hay muchísimos.
Un día calculé que de los 10 años que hice de actriz, 7 me los pasé fuera de casa. Recuerdos hay muchísimos
¿Lo añoras?
Lo que añoro es la juventud, más que aquel estilo de vida. Mantengo la ilusión y las ganas de hacer teatro. Y las amistades. En aquella época la gente te recibía con un sentido de camaradería mucho mayor. Te acogían en su casa, porque cuando salíamos de gira no íbamos de hotel. La primera vez que fuimos a Madrid, por ejemplo, que fue con No hablaré en clase, cuando acabó la función del estreno, salí al escenario a preguntar quién nos podía acoger en su casa porque no teníamos donde dormir.
¿Y encontrasteis alguien que os dejara dormir?
Y tanto... ¡Durante un mes! Era el año 1978 y la gente estaba concienciada de que hacer teatro era muy difícil. Y tenían la ilusión de conocer a los actores y compartir la experiencia. Durante muchos años fue así. La gente nos contrataba para hacer bolos a sus pueblos y a veces nos ponía en pensiones, y otros en su casa. Puede parecer duro, pero era muy agradable, porque te abría puertas y hacías muchos amigos.
¿Perduran estas amistades?
Con muchos de ellos, sí. En Valencia nos hicimos muy amigos de la gente de Al Tall. Un grupo que en aquel momento luchaba mucho por la defensa del idioma. En el País Vasco también hicimos muchos amigos. En Mallorca...
Una época, aquella, en la que el arte tenía una gran componente de compromiso.
Compromiso político y cultural y de reivindicación de la lengua.
Un momento de eclosión de una forma de entender el teatro en el que surgisteis muchas de las grandes compañías de nuestro país.
Cuando empecé, la mayoría de la programación teatral de Barcelona era de revista en castellano, o el Teatro Nacional, también en castellano. Y poca cosa más. En aquellos primeros años, nuestra idea era recuperar el hecho teatral. Que la gente volviera a creer que el teatro era una herramienta importante de cultura. Y lo hicimos a través de un lenguaje que fuera tan innovador como popular.
En aquellos primeros años, nuestra idea era recuperar el hecho teatral. Que la gente volviera a creer que el teatro era una herramienta importante de cultura
Este lenguaje popular herencia del teatro amateur, que en nuestro país siempre ha tenido una presencia muy importante.
En Catalunya siempre ha habido una gran tradición de teatro amateur. De hecho, mucha de la gente que nos contrató en nuestros inicios, formaba parte de compañías amateurs que querían llevar teatro a sus pueblos. Recuerdo con mucho cariño que con el espectáculo Antaviana 10 personas de Torredembarra se unieron para pagarnos el bolo. Nos prometieron que si recuperaban el dinero, sacarían un jamón y nos lo comeríamos entre todos.
¿Lo pudieron sacar?
Sí. ¡Y nos lo comimos! (risas). Era gente que estaba tan comprometida con la cultura y el espectáculo que ponía dinero de su bolsillo para llevar teatro a sus pueblos, porque entonces no había dinero público. Todo era voluntad popular. Eso y que nosotros, y el resto de compañías, nos adaptábamos a la realidad de lo que nos podían pagar. Las compañías también teníamos un compromiso. Ahora hay mucha tele y mucho cine y el sector ha cambiado muchísimo. Y en muchas cosas también a mejor. Ahora tenemos que luchar por no volver hacia atrás.
¿Recuerdas la primera, primera vez, que apareciste en escena con un espectáculo de Dagoll Dagom?
Fue con el espectáculo No hablaré en clase. Pero no recuerdo ni la fecha exacta ni el lugar. Sí que recuerdo cuándo fuimos a Madrid.
Fue cuando os profesionalizasteis.
Dagoll Dagom nació del teatro universitario. Joan Ollé había montado un par de espectáculos con los que habían hecho 10 o 15 bolos. Con No hablaré en clase nos surgió la oportunidad de ir a Madrid, pero no todo el mundo en la compañía podía vivir del teatro. Tenían otros trabajos y tuvieron que elegir. Fue cuando entré yo, sustituyendo la Glòria Martí. Igual que Joan Lluís Bozzo, que entró sustituyendo a Josep Parramón, que tenía 21 años y se tenía que marchar a hacer la mili.
Tú ya tenías experiencia, porque habías formado parte de Els Joglars.
Estuve un año y medio. Entonces, junto con Comediants, era la única compañía profesional que existía. Aprendí mucho con ellos y todo aquel bagaje: el ahorro, la seriedad... Todo eso lo aplicamos a Dagoll Dagom.
Y así llegaron espectáculos ya clásicos de nuestro teatro como Antaviana, Nit de Sant Joan, El Mikado hasta eclosionar con Mar i Cel.
Fue Joan Vives, un director musical que ha trabajado mucho con nosotros, quien nos descubrió Mikado, que era una opereta inglesa, popularísima allí. Todo el mundo nos decía que estábamos locos, pero lo hicimos nuestro. Tanto es así, que la llevamos a Londres y allí la estrenaron como The Catalan Mikado. El hecho es que un día nos vino a ver a Jordi Pujol y se enamoró del espectáculo. Por eso, cuando propusimos hacer Mar i Cel se nos ayudó desde la Generalitat. La gente entonces nos acusó de ser de Convergència, cuando no lo hemos sido nunca. Pero coincidió con un momento en que desde el gobierno se creyó que ayudando a la cultura se ayudaba al país.
Cuando le estabais dando vida, intuíais que se convertiría en el gran clásico de nuestro teatro que es.
No. Todo lo contrario. Cuando empecé a mover el espectáculo, la gente nos volvía a decir que estábamos chalados, que aquella obra era una antigualla. Encontrar el dinero para financiar el espectáculo costó muchísimo. Apostamos todo lo que teníamos y lo que nos dieron a Mar i Cel. Nos la jugamos, porque era un espectáculo ambicioso en que cada día trabajaban más de 50 personas.
Apostamos todo lo que teníamos y lo que nos dieron a Mar i Cel
Apostasteis y ganasteis.
Estábamos convencidos de que en Catalunya también podíamos hacer grandes espectáculos musicales. Somos un país con una mentalidad de hacer siempre lo que podemos con lo que tenemos. Demostrar que éramos capaces de hacer un gran musical fue un empuje para todo el gremio. Incluso estuvimos a punto de ir a Nueva York.
¿Por qué no fuisteis?
Es muy difícil hacerte un espacio en la cartelera musical de los países anglosajones, un mercado con unos espectáculos propios muy potentes. El hecho, sin embargo, es que vinieron a vernos unos productores americanos con la propuesta de llevar Mar i Cel a Nueva York. Y Bozzo después se fue hacia allí. Lo que pasó es que para poder hacer el espectáculo en Estados Unidos, no podíamos llevarnos nuestro material, ni tampoco muchos de los miembros del equipo técnico. Todo se tenía que hacer de nuevo desde allí. Era inviable. Sí que fuimos a Alemania. A la Ópera de Halle. Y no con nuestra producción sino una propia. Fue increíble. Era la antigua Alemania del Este y no tenían mecánica, pero sí mucha mano de obra. El barco lo movían entre decenas de personas. Todo fue una experiencia muy bonita. La obra de Guimerà siempre es actual, el libreto de Xavier Bru de Sala es sensacional y la música de Albert Guinovart, extraordinaria. Hemos repuesto tres veces el espectáculo, y lo han visto centenares de miles de personas.
¿Os ha faltado hacer algo en estos 50 años de trayectoria?
Siempre quedan cosas para hacer. En cierto momento hicimos series de televisión, pero en este formado teníamos muchas más ideas que han quedado para hacer. Pero somos una compañía de artesanos que ha querido crecer sostenidamente. Haciendo un símil con la gastronomía, nunca quisimos tener una cadena de restaurantes sino un muy buen restaurante comandando nosotros la cocina. Nuestra aspiración nunca ha sido económica sino cultural.
Nuestra aspiración nunca ha sido económica sino cultural
"Me l'imaginaba més gran..."
(Risas) Oh! Europa fue una serie que funcionó muy bien. Y La memoria dels Cargols, también. Una serie, esta, que fue nuestro particular homenaje al mundo rural. Las series acostumbran a ser muy urbanitas y La memoria dels Cargols hablaba de los problemas de la gente de campo.
¿Han pasado rápido estos 50 años?
Mucho. Hay momentos en que no me creo la edad que tengo. Pero el deterioro te hace volver a la realidad. Del paso del tiempo lo que me fastidia es que hay muchos proyectos que ya empiezo a asumir que no podremos hacer.
¿Es justamente por eso que habéis tomado la decisión de terminar en el 2024 con la reposición de Mar y Cielo?
Sí. Dagoll Dagom somos tres socios: Joan Lluís Bozzo, Miquel Periel y yo. Ellos dos siguen siendo socios pero ya se han jubilado. Podría seguir al pie del cañón incorporando gente joven. Y de hecho, con el espectáculo L'alegria que passa ya lo he hecho. Me hace mucha ilusión hacer esta obra con Marc Rosich, Andreu Gallén y Ariadna Peya. De alguna manera es como pasar al testimonio a una nueva generación. Pero hay un momento que las cosas se acaban. Nosotros no hemos trabajado nunca como una factoría. Somos artesanos y artistas. Nos marchamos con la satisfacción de que el musical tenga un protagonismo importante en nuestra escena teatral. Muchos actores y muchos músicos que se han formado con nosotros o que han decidido dedicarse al teatro musical después de ver uno de nuestros espectáculos.
Nosotros no hemos trabajado nunca como una factoría. Somos artesanos y artistas
¿Qué haréis con todo eso que guardáis aquí, en Gelida?
Ahora se está impulsando una iniciativa para que haya un museo del teatro como dios manda. No hay ningún lugar actualmente donde preservar todo el legado de las muchas compañías catalanas: vestuario, libretos, piezas de escenografía... Se ha perdido mucha de nuestra historia teatral y es una lástima. Que se cree este museo es vital para conservar todo este patrimonio.
Antes de despediros el 2024 con Mar i Cel, este 4 de marzo estrenad vuestro último espectáculo de creación, L'alegria que passa.
Siempre hemos sido muy heterogéneos. Hemos hecho operetas, musicales... Ahora mismo, con L'alegria que passa, una de las cosas que más me motivan es acercar al público al mundo de la danza. Descubrir lenguajes nuevos al público es muy importante.