Utrecht (Países Bajos), 11 de abril de 1713. Después de doce años de guerrapara dirimir el conflicto sucesorio hispánico que enfrentaba a Habsburgos y Borbones por el trono de Madrid, Gran Bretaña y los Países Bajos, aliados de la causa austriacista, y Francia, valedora del primer Borbón hispánico, firmaban un tratado de paz que certificaba la retirada militar de las potencias emergentes atlánticas. La historiografía española ha insistido hasta la extenuación en que la disolución de la coalición internacional austriacista estaba causada por los mismos motivos que doce años antes la habían forjado: el acceso contra pronóstico al trono imperial alemán del candidato a reinar las Españas Carlos de Habsburgo (1711) podía reeditar el eje Viena-Madrid de la centuria de 1500, que era tan desequilibrador como el eje París-Madrid que habían dibujado los Borbones con la entronización de Felipe V.
El gran negocio de Utrecht
Pero el resultado de aquel tratado pone de relieve que Utrecht fue un gran negocio para las potencias que firmaron aquella paz. Las condiciones del tratado revelan que, después de doce años de guerra de desgaste, el objetivo de los contendientes internacionales, Francia incluida, había variado considerablemente. Quién tenía que poner las nalgas en el trono de Madrid ya no era la cuestión prioritaria. De lo que se trataba era de certificar definitivamente el descenso de la monarquía hispánica a la segunda división de las potencias europeas. El reparto de los territorios hispánicos en el continente europeo explica que, en Utrecht primero y en Rastatt (1714) después, el propósito de la diplomacia europea fuera redibujar un mapa de las fuerzas continentales donde la monarquía hispánica, con independencia de su titularidad, no representara una amenaza para el equilibrio europeo.
Guerra y diplomacia
El 13 de junio de 1713, Carlos de Habsburgo da un paso decidido en dirección a la diplomacia. El reparto de Utrecht era más apetitoso que la misma corona hispánica y pacta la evacuación de los ejércitos imperiales alemanes del territorio peninsular. Catalunya, militarmente, se queda con sus propias fuerzas enfrentada a la Alianza borbónica de las Dos Coronas, la hispánica y la francesa. Sola pero no abandonada. La declaración de resistencia a ultranza, que el 9 de julio de 1713 proclama la Junta de Braços (el equivalente al Parlament) tenía un componente tan revolucionario como político, tan épico como diplomático. La Junta de Braços rearmó al país para hacer frente a un enemigo infinitamente más poderoso. Y al mismo tiempo, conscientes del cariz que había adquirido el conflicto, desplegaron una intensa labor diplomática que explica aquella sorprendente decisión.
Dalmases y Ferran
En aquel contexto es donde entran en juego las figuras de Pau Ignasi de Dalmases i Ros y de Felip de Ferran i Sacirera, embajadores del gobierno de Catalunya en Viena, en Londres y en La Haya. Dalmases y Ferran eran personalidades destacadísimas en el universo cultural catalán de 1713. Habían sido promotores de la Acadèmia dels Desconfiats (1700), embrión de la Reial Acadèmia de Bones Lletres y núcleo de la intelectualidad catalana. El año 1705, antes del inicio del conflicto en península Ibérica, Dalmases había sido el embajador de la Generalitat ante la corte de Felipe V y había sido encarcelado por su condición de representante político de Catalunya. Y el año 1706, iniciado el conflicto, Ferran había sido capitán de la Coronela de Barcelona y un puntal político de la causa austriacista. Dalmases y Ferran tenían muchos y excelentes contactos por toda Europa.
Los whigs
Pero lo que nos interesa es su gestión diplomática durante el bienio 1713-1714. Es decir, desde la proclamación de la resistencia a ultranza hasta la caída de Barcelona. Y la correspondencia entre los embajadores y la Junta de Braços nos revela que aquella misión diplomática llegó muy lejos. Tanto, que habría podido cambiar el curso de la historia. Si la misión de Dalmases y de Ferran no llegó a tiempo, no fue tanto porque Jorge I, el nuevo rey de Inglaterra, partidario de la causa catalana, había sido coronado prácticamente la víspera de la caída de Barcelona, sino por la naturaleza del paisaje político en Londres. Dalmau y Ferran tuvieron que vencer el desánimo de los dirigentes whigs —el equivalente de los actuales liberales— que en 1710 habían perdido el control del Parlamento británico por el desgaste político que les había supuesto la participación inglesa en la guerra hispánica.
La estrategia de Dalmau y de Ferran
Gran Bretaña —Inglaterra y Escocia ya habían firmado su Acta de Unión en 1707— no abandonó Catalunya a su suerte. Cuando menos, no fue un posicionamiento político firme y en bloque. El éxito de Dalmases y de Ferran fue recuperar el interés de una parte importante de la clase política inglesa para el "caso de los catalanes". Pero no desde una perspectiva sentimental, sino desde una perspectiva política, estratégica y comercial. El propósito inicial de la Junta de Braços (julio de 1713) había sido mantener las opciones de los Habsburgo en la Corona de Aragón. Incluso mantener el proyecto foral hispánico de 1706. Pero el paso decidido de Carlos de Habsburgo hacia el escenario diplomático, que se materializaría con un tratado de paz entre Austria y Francia en Rastatt, el 7 de marzo de 1714, varió el propósito inicial de una parte importante de la Junta de Braços.
Catalunya, república coronada bajo la protección de Gran Bretaña
El proyecto de una Catalunya articulada como una república coronada bajo la protección de Gran Bretaña empezó a tomar fuerza. El profesor Joaquim Albareda, de la UPF, en una publicación de la UB cita un fragmento de la misiva diplomática que Ferran entregó a Jorge I en La Haya el 18 de septiembre de 1714 —el mismo día que había caído Cardona, la última plaza austriacista en el Principat—: "Que sea unida Cataluña con toda España en la augustísima Casa de Austria; —en referencia al mantenimiento de un sistema foral— o que Cataluña, con los reinos de Aragón y de Valencia sean cedidos a S.M. Imperial y Católica o a una de las serenísimas Archiduquesas; y cuando eso no se pueda lograr, que Cataluña, con las islas de Mallorca y de Ibiza —Menorca había pasado a soberanía británica— sea erigida en República bajo la protección de V.M. —en referencia a Jorge I.
La pluralidad de la Junta de Braços
La parte final de aquella misiva diplomática es especialmente reveladora en el párrafo que dice: "Ya que por los susodichos medios —en referencia a una nueva intervención inglesa— se halla la justicia mantenida, establecidos los comercios de Inglaterra y Holanda —en referencia a la intensa e histórica relación mercantil entre Barcelona, Londres y Amsterdam— y Portugal asegurado" —en referencia al tradicional aliado peninsular de los británicos. Política, economía y estrategia que revelan que en la Junta de Brazos había, como mínimo, tres claros posicionamientos probablemente convergentes en algunos aspectos, que en ningún caso consideraban la posibilidad de participar en el proyecto absolutista y uniformista del primer Borbón hispánico. Y también que la Junta de Braços ya reconocía a Jorge I una categoría más elevada que la de un simple soberano de la que había sido una potencia aliada.
El planteamiento político inglés en el caso de los catalanes
Jorge I había sido coronado rey de Inglaterra el 10 de agosto de 1714, un mes antes de la caída de Barcelona. Si bien en un principio, en su condición de heredero en el trono, se había mostrado claramente partidario del caso de los catalanes, las fuentes revelan que necesitó unas semanas, después de su coronación, para trazar con fuerza la nueva política exterior británica. Jorge I no era partidario de los catalanes por una cuestión de afecto, ni de solidaridad, ni siquiera de antipatía hacia los franceses y hacia los españoles. Ni tampoco porque hubiera quedado encantado de Barcelona, a diferencia de lo que explicaba en sus memorias, años más tarde, Carlos de Habsburgo. Jorge I, el heredero de la reina Ana Stuart, que murió sin descendencia, en su condición de sobrino de la difunta soberana tenía un planteamiento claramente político, económico y estratégico en relación al caso de los catalanes.
El planteamiento político de la diplomacia catalana
Y eso se explica por dos motivos. El primero tiene relación con los amigos y enemigos que encontró en su camino hacia el trono. Jorge, sobrino de la reina Ana y educado en los Países Bajos, había sido el candidato de los mismos whigs (el eje mercantil Londres-Amsterdam) que en 1705 habían firmado el pacto de Génova con los catalanes (el eje mercantil Londres-Barcelona). El segundo motivo tiene que ver con la intensa gestión diplomática de Dalmases y de Ferran, quienes después de Utrecht proyectaron rehacer el eje Barcelona-Londres y, con los mismos criterios, completar el triángulo recuperando el eje Barcelona-Amsterdam. La propaganda desplegada por los whigs, que vieron en el caso del catalanes una oportunidad para desgastar políticamente a los tories en el poder, refuerza el carácter absolutamente político y estratégico de una misión diplomática que, acabada la guerra, todavía sembraba incertidumbre la corte de Madrid.