Hace unos cuantos años que adoptamos a Daniel Brühl como un catalán más; en cuanto el inesperado éxito de Good Bye, Lenin! (2003) convirtió su rostro en uno de los más representativos del cine europeo, abriéndole la puerta a trabajar con Quentin Tarantino (en Malditos bastardos) o con Ron Howard (en Rush). Su historia se ha contado muchas veces: hijo de catalana y alemán, nació en Barcelona en 1978; aunque mayormente resida en Berlín, ha pasado largas etapas en la capital catalana, y sigue viniendo a menudo, porque aquí vive parte de su familia y muchos de sus amigos. Ahora, además, está nominado a los Premios Gaudí como mejor actor secundario por La contadora de películas.

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“Ahora paso más tiempo en Mallorca, pero mantengo vínculos fuertes con Catalunya”, afirma, antes de contarnos que unos años atrás organizó una calçotada en el local que posee en el berlinés barrio de Kreuzberg, el Bar Raval. Era la primera vez que se montaba algo así en Alemania. “Fue una gran fiesta. Medio Kreuzberg olía a cebolla, los alemanes no sabían cómo comerse los calçots... Me hace muy feliz seguir viviendo la cultura catalana cuando estoy en Berlín, aunque sea desde la cocina y desde el bar”. ¿Y desde el fútbol y su hooliganismo barcelonista? “También, también, culer lo seré siempre, eso no va a cambiar nunca. Y mis hijos también lo son”, remata, antes de disculparse por mantener nuestra conversación en castellano: “Parlo el català malament, em perdo”, dice, aunque el arriba firmante haya tenido en el pasado alguna que otra conversación con el intérprete en un más que correcto catalán.

Foto: Isaac Buj / Europa Press

Daniel Brühl sigue con otra divertida justificación: “Tengo resaca de anoche, en realidad creo que sería mejor hablar en alemán”, avisa entre risas, recordándonos que horas antes de nuestra charla ha recibido, y probablemente ha celebrado por todo lo alto, un premio honorífico. Concedido por el Evolution Mallorca International Film Festival, y entregado por el cineasta sueco Ruben Östlund (director de El triángulo de la tristeza), el galardón reconoce la trayectoria firme de un intérprete que ha logrado equilibrar sus trabajos en Estados Unidos, también en Marvel, con rodajes como el de La contadora de películas o series como Kaiser Karl, que acaba de rodar y donde interpreta al diseñador de moda Karl Lagerfeld.

Te acaban de dar un premio que reconoce una carrera, y no es tu primera vez. Hace un par de años te dieron otro en el Festival de Sevilla. ¡Y solamente tienes 45 años!
Ruben (Östlund) se burlaba de mí. Ayer me decía que ya había entrado, sin marcha atrás, en esa etapa de la vida en la que te hacen homenajes. Me hacía sentir una mica iaio. Pero en realidad es muy bonito que te reconozcan, es un subidón que te anima a seguir haciendo películas, algo que tanto amo. Me siento muy honrado.

Es que quizás es un poco pronto para homenajes de este calibre...
Es verdad, pero por suerte yo no me veo viejo, tengo energía y ganas de seguir haciendo mi trabajo. Mi mujer es psicóloga y una mujer muy inteligente, y tiene mucha experiencia viviendo con un tipo narcisista, acomplejado, que a veces cree que todo se ha acabado [risas]. Ella me dice que no sea idiota, que siguen llamándome, que siguen dándome trabajo, reconociéndome y apreciándome. Y tiene razón. Hace casi 30 años que estoy en la profesión y muy feliz.

Mi mujer me dice que no sea idiota, que siguen llamándome, que siguen dándome trabajo, reconociéndome y apreciándome; y tiene razón

30 años, menudo viaje...
Noto que ahora me caigo mucho mejor que cuando empecé. De joven era muy pesado, como actor pero también como persona. Muy pesado. Un listillo. Creo que con la edad me he relajado. Ya no estoy ansioso esperando ofertas al lado del teléfono. Me tomo las cosas de un modo mucho más zen, más tranquilo. Creo que eso también provocó que formara parte de una productora en Berlín para empujar proyectos propios, ser más proactivo y no depender tanto del teléfono, o de la depresión si no suena.

Hace un par de años vimos tu ópera prima como director, La puerta de al lado, en la que jugando con la autoficción te reías de ti mismo con mucho ingenio.
Sí, totalmente, en esta película metí muchas facetas y matices personales. Tampoco quise abrir ventanas muy privadas, pero sí que fui a saco con algunas partes de mí mismo, quería que el guion hiciera un poquito de daño, que el público sintiera vergüenza ajena viendo a mi personaje, que tenía muchos puntos de contacto conmigo. A mi mujer le costó ver la película [risas].

Ese film era casi un ejercicio terapéutico, porque en tu mundo debe de ser muy complicada la gestión de los egos.
Sí, desde luego. Yo tuve la idea de esa película en una etapa en que vivía en Barcelona, mucho antes de ser padre. Y era un momento en el que el trabajo era lo más importante, el próximo proyecto, el ego, el narcisismo... Si hoy me encontrara a aquel Daniel Brühl de hace unos cuantos años... ¡no me soportaría! Después, cuando tienes hijos, te das cuenta de que hay algo más importante en la vida que el trabajo o que uno mismo. Ser padre, pero también mantener una relación larga con mi mujer, y mantener una cierta tranquilidad, no demasiada porque quieres seguir estando ahí, todo eso forma parte de una fase de la vida que me gusta muchísimo. Este otoño de la vida...

Foto: Isaac Buj / Europa Press

Este fin de semana estrenas La contadora de películas, que tiene un espíritu similar al de Cinema Paradiso o al de The Last Picture Show, y que habla de ese poder que tenía el cine y que parece que se está perdiendo...
Es una oda al cine, sí, y creo que es importante seguir haciéndolas. Como también tienen mucha importancia los festivales para incentivar a la gente a seguir yendo a las salas. Hace unos días estuve en Lyon, en el Festival Lumière, especializado en cine clásico. Y vimos El crepúsculo de los dioses con cinco mil personas. Una película que no ha envejecido, rodada en 1950, y que ya entonces hablaba de otra de esas crisis periódicas que vive el cine, que siempre ha tenido que adaptarse, que reinventarse, con la llegada del sonoro, con el vídeo... pero siempre ha conseguido sobrevivir. Ahora es la amenaza del streaming, y de las series, que es muy grande. Pero el cine es otra cosa, es algo único, otra dimensión. Y por eso quise participar en La contadora de películas, porque tiene esos elementos que recuerdan a Cinema Paradiso.

Quizás vivamos un punto de inflexión, pero es indudable la fuerza de la ficción para transmitir un mensaje. El año pasado produjiste y actuaste en Sin novedad en el frente, que habla del sinsentido de las guerras. En un contexto real de guerras en Ucrania, en Israel...
Estoy increíblemente orgulloso de haber coproducido Sin novedad en el frente. Muchísimo. En circunstancias complicadas, con la pandemia... fue un milagro terminarla. Sabíamos que era una buena película, pero su éxito fue un poco sorprendente, quizás por la coincidencia trágica y horrorosa de tener una guerra en el corazón de Europa. Mi generación había leído en el colegio la novela homónima de Remarque, pero los jóvenes de ahora no lo han hecho. Y a mí me llenó mucho que llegaran al libro a través de la película, porque esa es una historia que habla de jóvenes que ven la guerra como una aventura. Y no lo es, la guerra es dolor, horror, muerte, y es importantísimo seguir poniendo el foco en ese mensaje.