El protagonista de Centauro aspira a ganarse la vida conduciendo motocicletas, pero de forma profesional y no, como le pasa en la peli, convirtiendo su talento sobre dos ruedas en el método perfecto para cargar droga de Marsella a Barcelona. Interpretado por Àlex Monner, el protagonista del filme intenta sobrevivir a la presión de una peligrosa banda de narcotraficantes, en un thriller adrenalítico que incluye escenas trepidantes, como un tiroteo en pleno Mercado de la Boqueria, y que utiliza las protestas y los contenedores quemados durante los días posteriores a la sentencia del Supremo que condenó a los políticos responsables del procés.
Desde su estreno el pasado 15 de junio, Centauro se ha situado entre los largometrajes más vistos en Netflix, y su director, Daniel Calparsoro, vive el éxito inesperado con mucha alegría y un punto de prudencia: "Tenemos que darle más tiempo, porque esto es una selva: hay estrenos en la plataforma cada semana, y tendremos que esperar qué mantenimiento tiene. Pero en todo caso es alucinante llegar a tanta gente de todo el mundo", explica. Los datos dicen que los millones de visionados de la película lo han situado entre las 10 más vistas en 66 países, experiencia que el cineasta ya había vivido con su anterior filme, Hasta el Cielo, que, excepto en España por una cuestión de derechos, también lo petó en Netflix: "todavía llegamos más lejos que con Centauro; la democratización del cine es una evidencia, y una plataforma es un vehículo perfecto para llegar a tanta gente de lugares tan lejanos".
Nacido en 1968 casi accidentalmente en Barcelona por cuestiones de trabajo paterno, donostiarra por los cuatro lados, Daniel Calparsoro forma parte de una ilustre generación de cineastas surgidos en Euskadi en la década de los 90 (la de los Urbizu, Medem, Bajo Ulloa, De la Iglesia...). El director debutó detrás de la cámara con Salto al vacío (1995), una peli llena de rabia que era una bomba a punto de explotar en ella misma, y fue desarrollando una carrera marcada por historias de violencia, de personajes desesperados y atrapados, y de mucha velocidad: A ciegas (1997), Asfalto (2000), Invasor (2012), Combustión (2013), Cien años de perdón (2016), El aviso (2018) o la ya citada Hasta el Cielo, de la que ahora acaba de rodar una continuación en forma de serie también para Netflix (tendrá un tono lúdico más marcado que en la peli, nos dice).
Un formato seriado que también ha cultivado en El castigo (2008), Inocentes (2010), Apaches (2015) o en la reciente Operación Marea Negra (2022). Y ahora prepara el rodaje de su nueva aventura cinematográfica, Todos los nombres de Dios, que protagonizará Luis Tosar y girará en torno a un ataque yihadista en Madrid. Hablamos con el cineasta donostiarra del éxito de Centauro, de machos alfa, del gusto por la acción y el cine quinqui, de la rabia de las primeras veces y de los disturbios por la sentencia del procés como contexto para un guion.
Centauro versiona una peli francesa, Burn Out. ¿Ha sido extraño hacer un remake?
Es siempre uno arma de doble hilo, porque siempre te compararán con el original. En este caso, me llegó la propuesta con el guion cerrado, y lo acepté porque me apetecía mucho hacer una historia sobre el mundo de las motos, y porque me parecía que tenía todos los ingredientes para hacer una peli de acción muy entretenida. Me gusta mucho este género. Vi la versión francesa, que está muy bien, y me preguntaba por qué hacer un remake, al final es la misma historia, con sus diferencias. Pero es curioso porque en Francia está funcionando muy bien, incluso mejor que aquí. Pensaba que no la verían, y al revés. La base de Centauro es la acción y la velocidad, y el entretenimiento que te proporciona. Y los actores, Àlex Monner está fantástico...
En Catalunya conocemos a Àlex desde hace muchos años, desde Pulseras rojas. ¿Por qué lo escogiste?
Ha sido capaz de transmitir la idea de la película: esta historia sobre alguien que ha encontrado su pasión, la velocidad, y se tira de cabeza. Eso lo teníamos que traducir en imágenes, en sensaciones, y creo que lo hemos conseguido. Hemos tenido un equipo muy potente detrás, y creo que es clave del éxito del filme. Àlex me preguntaba lo mismo que tú, por qué lo había escogido. Decía que no sabía si podría hacer un personaje como este, porque no era el tipo de actor para un relato de este tipo. Claro está que podía, de hecho era precisamente eso lo que yo buscaba: no quería un prototipo de macho alfa. Quería a alguien capaz de combinar fragilidad y dureza, y eso me lo daba Àlex, aparte de ser un actor cojonudo, muy potente. Quizás habría sido más obvio contratar otro tipo de intérprete, pero estoy muy contento con él, creo que le da alma al personaje y a la película.
No quería un prototipo de macho alfa; quería a alguien capaz de combinar fragilidad y dureza, y eso me lo daba Àlex Monner
En Catalunya nos ha llamado mucho la atención que Centauro se contextualice en el marco de las protestas en la calle por la sentencia del procés.
Forma parte del argumento, está justificado desde el guion: los narcotraficantes de la peli tienen montado su chiringuito en el Port de Barcelona, que se cierra en el momento en que empiezan las protestas. Eso hace que tengan que inventarse otra manera de trasladar su mercancía: un motorista y por carretera, desde Marsella hasta Barcelona. Los disturbios independentistas son inherentes al plot del filme. Pero también daban una potencia visual increíble, sobre todo a la escena en Via Laietana. No es gratuito, encaja muy bien. Y genera una sensación de caos que refleja bien el mundo que vivimos, y que funcionaba como una circunstancia que el crimen organizado podría aprovechar para su propio beneficio, aquello de en río revuelto ganancia de pescadores.
Tú naciste en Barcelona: ¿había una asignatura pendiente en rodar en la ciudad?
Yo no he vivido allí como barcelonés, pero he estado a menudo, desde adolescente. En mi juventud acostumbrábamos a ir desde Donosti, era como viajar a Nueva York. Aquella época de antes de las Olimpiadas, pisar el Raval, el Barrio Chino, la Barcelona de Jean Genet, tenía alguna cosa mágica. Siempre ha sido una ciudad fascinante para mí, y lo sigue siendo. Rodar ahí ha sido una oportunidad fabulosa. Además, por culpa de la pandemia, tuvimos la suerte de conseguir permisos para rodar en sitios donde, en circunstancias normales, no habríamos podido filmar.
Hay una escena de acción trepidante en la Boqueria que me recuerda a las imágenes captadas por videocámaras de la huida del autor del atentado de las Ramblas.
Al final tenemos una cultura popular audiovisual, y siempre tiendo a apoyarme en ella... Pero no había ninguna intención clara en este sentido, más allá de su potencia visual.
Habéis rodado gran parte de la peli en La Mina...
Sí, y creo que no durará mucho, los vecinos nos decían que todo aquello lo tirarían al suelo pronto. Es una zona bastante recia, pero nos acogieron muy bien y creo que le da personalidad a la película. En una historia como esta, de acción, que busca el entretenimiento, esquemática en el plot, muy directa, siempre es complicado anclar a los personajes, definirlos, porque no tienes mucho tiempo. Y, en este sentido, las localizaciones son importantísimas. Ver de donde vienen, donde viven, los define en dos minutos.
Las clases altas son iguales en todas partes, pero las clases bajas son diferentes en cada país
Leía en una entrevista que hablabas de Hasta el Cielo como una historia de gente desesperada que se autodestruye. Y me parece que esta frase valdría para algunas otras de tus pelis, desde las primeras hasta Centauro. ¿Estás de acuerdo?
Bien, se acostumbra a decir que los cineastas siempre rodamos la misma película. Pero sí encuentro diferencias, y creo que hay una evolución: en Hasta el Cielo, los personajes tienen una ambición desmesurada de prosperar, que en Salto al vacío no existía. Al protagonista de Centauro lo mueve más la pasión por su sueño... Quizás se trata de mundos similares, la fuerza del extrarradio, del barrio, pero los motores cambian.
Lo tuyo sí es Cine de Barrio, y no el programa de la tele...
Sí es verdad que mostrar estos entornos siempre me ha parecido que tiene mucho potencial, que son mundos muy ricos, y que son un buen termómetro de una sociedad: las clases altas son iguales en todas partes, pero las clases bajas son diferentes en cada país.
Tus inicios, con Salto al vacío, con Pasajes, con A ciegas... vistos hoy siguen siendo muy potentes. Pasar de hacer cine sobre los márgenes (sociales) desde los márgenes (de la industria) a hacerlo ya instalado en el oficio y con presupuestos holgados... ¿cambia mucho la mirada?
La mirada no, no la cambia nada. Las energías son diferentes, obviamente. ¡Con 26 años, imagínate! Ahora trato que aquella energía la transmitan los equipos con los que trabajo, porque yo tengo otra, cosa de la edad. La mente es la misma, el paso del tiempo te transforma el cuerpo, pero la mente crece, la imaginación y las ganas no decaen. Y la rabia se transforma en otras cosas, muchas veces en ser más frío, más cerebral, más realista con uno mismo...
En este sentido, hay una escena en Salto al vacío donde una chica pronuncia un discurso sobre la falta de futuro de los jóvenes y sobre la falta de nivel de los políticos. Era un Twitter pre-Twitter verbal que, visto hoy, es muy actual.
(ríe) Totalmente, era muy Twitter. Aquel es un discurso postadolescente perpetuo, una queja de los jóvenes sea cuál sea la época que viven. Es natural, intrínseca. Ahora mismo quizás son quejas más presentes que antes, porque la gente joven tiene poquísimas salidas. Hay personas con dos carreras cobrando mil euros, y eso hace que mucha gente se plantee por qué motivos tiene que estudiar. De golpe te encuentras con discursos que tus hijos te rebaten cuando les explicas que se tienen que preparar para el futuro: ¿por qué, si después acabaré haciendo de camarero? Esta sensación existe, y después es evidente que el ascensor social no funciona: ¡es una patraña! Y creo que el estado, desde hace unos cuantos años e independientemente del partido que gobierne, se dedica al automantenimiento, nosotros fundamentalmente somos unos paganini y ya. Es lo que hay, hoy por hoy. Vamos hacia una guerra de generaciones garantizada, no sé cuando, entre jubilados y adolescentes (ríe).
Hay personas con dos carreras cobrando mil euros y eso hace que mucha gente se plantee por qué motivos tiene que estudiar; es evidente que el ascensor social no funciona
¿Eres un cineasta influenciado por el cine quinqui, aunque lo hayas sofisticado?
Supongo que sí, de hecho en pelis como Hasta el Cielo había gente que procedía del mundo que retratábamos. O en Salto al vacío, muchos no habían hecho nada antes como actores. La sofisticación tiene que ver con que no he pretendido hacer cine social, aunque se puedan encontrar algunos contenidos en este sentido, ni aleccionar al espectador. Nunca he seguido un estilo próximo al documental, siempre ha habido un trabajo visual muy trabajado. Pero en espíritu el cine quinqui sí que está en mi imaginario.
Eres hijo de una generación de cineastas surgidos en Euskadi en los años 90, supongo que marcados por una coyuntura muy determinada, y marcada por la violencia, que no sé si ha influido en tu cine.
Quizás sí, pero la violencia existía por todo el país, los atentados se producían en toda España. Aquello que se denominó la socialización de la violencia, que por supuesto se reconcentró en Euskadi, también afectaba a todo al país. No sé hasta qué punto eso marca o no marca. Sí tengo claro que lo que marca es la cultura cinematográfica de cada uno. Y yo, para ser muy concreto, te diré que lo que pasaba en Donosti en aquella época tiene un nombre: José Luis Rebordinos. El ahora Caballero del Orden de las Artes y las Letras francesas y actual director del Festival de San Sebastián, en los años 80 tenía un cine-club en Rentería dónde proyectaba pelis de Pasolini, de Fassbinder, de Bergman... Rentería era una zona muy caliente, y él era un contrapunto: podías ver Saló o los 120 días de Sodoma, Accatone... En Donosti siempre ha habido una enorme cultura cinematográfica, con el Festival... Eso me ha influenciado más que cualquier otra cosa.
Acabo con una curiosidad: uno de tus trabajos es la serie Todo por el juego, que habla del mundo del fútbol y adapta una novela de Javier Tebas, el ínclito presidente de la Liga. ¿Colaboraste? Y... ¿eres futbolero?
Trabajamos juntos en la adaptación, hablé mucho con Tebas, y muy bien. Básicamente es una persona muy inteligente. Y sí que soy futbolero, del Real Madrid (ríe). Pero mi hijo es culé y antimadridista, tengo al enemigo en casa. Creo que eso hace que yo sea un madridista un poco extraño, porque con el crío... también quiero que el Barça gane. Al final he nacido en Barcelona (vuelve a reír).