"From Sant Pau tono the dock. ¿Are you ready tono cordero hurt & shocked? Barrio chino never fails tono rock. Los indios de Barcelona son más indios que los de Arizona". Era el año 1988 y la Mano Negra de Manu Chao publicaban su álbum de debut, Patchanka (Virgin, 1988), escondite de 'Indios de Barcelona', su particular carta de amor ala Barcelona mestiza. Los indios de hoy día se llaman La Pegatina, Doctor Prats, Buhos o Stay Homas pero Barcelona ya no es el far west, ni ellos asustan al séptimo de caballería. Ha sido el declive de la Barcelona mestiza.
Indios de Barcelona
Hijo del periodista gallego emigrado a Francia Ramón Chao Rego, Manu Chao era una de las figuras más efervescentes, sulfurantes y activas de la escena underground parisina de medios de la década de los ochentas. Músico de calle militante de mil y un proyectos, bandas seminales que siempre es interesante recordar, como de Hot Pants o Los Carayos; todas las piezas acabaron de encajar cuándo el año 1987 formó Mano Negra. Espejo de la Francia multicultural, Chao tomaba el concepto del punk sin fronteras de sus admirados The Clash para elevarlo a su máxima expresión.
Mano Negra era un flamígero cóctel molotov sonoro donde se mezclaban las guitarras aceleradas con el entonces incipiente hip-hop, el reggae, los ritmos tradicionales árabes, la rumba... Telón de fondo polifónico de unas letras (en muchos casos) con calado social cantadas indistintamente en francés, castellano, inglés, árabe... Un melting pot de estilos e ideas, en su esencia no muy distante de lo que en Estados Unidos empezaban a hacer Red Hot Chili Peppers, Fishbone, Living Colour o Infectious Grooves, ellos pero desde su herencia más funk y rock.
Mano Negra se presentaron en sociedad Patchanka (Virgin, 1988). Escondite de clásicos instantáneos de su repertorio como 'Noche de Acción', la mencionada 'Indios de Barcelona' o, muy especialmente, la rumba adrenalítica 'Mala vida', era un disco brillante pero no tanto como el sublime Puta's fever (Virgin, 1989). Máxima expresión del sonido bastardo del colectivo, en un país con una tradición tan rica como Francia, la edición local de la icónica revista Rolling Stone lo situó en la posición 8 de los mejores discos de su historia. Pas mal.
Mano Negra completarían su legado discográfico con King of Bongo (1991) y Casa Babylon (1994), un álbum de despido que, sónicamente mirando a la América Latina, empezaría marcar la apuesta de Manu Chao en solitario.
Barcelona clandestina
Clandestino (Esperando la última ola...) es el primer disco en solitario de Manu Chao, una pequeña obra maestra que todo el mundo deberóia que tener en casa. Chao baja las revoluciones pero aumenta la emotividad y amplifica el mensaje. El disco apareció el año 1998, época en que el músico se estableció en Barcelona. En aquellos días, a pesar de su popularidad, no era extraño encontrártelo una tarde cualquiera tocando por alguna calle del Born, el Gótico o el Raval.
Con la rumba como ritmo marcando la pauta, como buena ciudad portuaria Barcelona siempre ha sido una metrópolis mestiza. De aquel espíritu de mezcolanza, tomando la herencia de héroes y maestros como Peret o Gato Pérez, y reflejándose con Manu Chao, poco a poco empezaron a surgir toda una generación de grupos que hicieron de la mezcla de sonidos y la lírica reivindicativa su razón de ser.
Aquella escena se conoció como Sonido Barcelona y Color Humano (banda, como el mismo Manu Chao, con conexión francesa) y Ojos de Brujo fueron dos de sus primeras expresiones. Les seguirían Muchachito Bombo Infierno, Macaco, Che Sudaka, 08001, La Kinki Beat, Amparanoia, los Cheb Balowski del incombustible Yacine Belahcene -haceos un favor y escuchad su ultimísimo proyecto Idurar, aventura que mezcla música tradicional argelina con electrónica- o los Dusminguet de un Joan Garriga que se acabaría convirtiendo en una de las piedras angulares de la escena, ya fuera con este proyecto o con propuestas posteriores como La Troba Kung-Fú o El Mariatxi Galáctico. Y con todos ellos, moviendo la ciudad al ritmo del ventilador, formaciones como Ay, Ay, Ay o Sabor de Gracia manteniendo viva la esencia de la rumba nuestra.
No todo irá bien
Las escenas musicales acostumbran a nacer muertas porque cuando llegan a oídos del gran público el más interesante, desgraciadamente, ya ha pasado. El mestizaje barcelonés no fue ninguna excepción. Un movimiento que sufrió un sustancial cambio de paradigma con la irrupción de La Pegatina. El colectivo capitaneado por Adrià Salas tiene diversas virtudes, la principal no tener miedo ni pereza a coger la furgoneta y ver mundo, llevando su música hasta rincones tan alejados de los circuitos convencionales como China. También tiene varios defectos.
Formados en aquella escena mestiza, La Pegatina sólo toman de ella su vertiente más festiva, obviando todo la parte comprometida (¿alguien se imagina a Manu Chao escribiendo el tema de un participante a Eurovisión, el año que, además, el certamen se celebra en Israel?). No sólo eso sino que musicalmente no arriesgan ni buscan nuevos territorios sonoros. Con el tiempo ha estandaritzante la fórmula para convertirla en una propuesta de radioformula.
Coetáneos suyos, Txarango sí que podría considerarse un grupo comprometido, pero la banda de Alguer Miquel exprime tanto el mensaje de la esperanza que sus palabras acaban resultando reiterativas y vacías, sino exasperadamente moralizantes. Y es que el final, no todo irá bien.
Pegatina y Txarango, junto con Oques Grasses, una banda que, aproximándose a la electrónica de la escuela Avicii sí que han intentado buscar nuevos territorios sonoros, son los tres ejemplos más paradigmáticos de una nueva hornada que del padre y la madre sólo ha sacado el blanco de los ojos. Una mestizaje del siglo XXI crecido bajo la protección, en la mayoría de casos, de sellos discográifcos como Halley Records y empresas de management como Exits, en que militan bandas como, más allá de los tres anteriormente citados, Els Catarres, Buhos, Animal, Doctor Prats, Itaca Band o Stay Homas. Indios de Barcelona sin flechas que no, ya no asustan al séptimo de caballería.