Cuando la extraordinaria Vengadores: Endgame (2019) nos dejó boquiabiertos y ojipláticos, quién más quién menos vio claro que Marvel lo tendría complicado para no entrar en un pozo como el del Barça con Bartomeu de presidente. Se cerraba la Tercera Fase de las adaptaciones cinematográficas de los cómics, sí, pero también se iniciaba una decadencia provocada por el cansancio del público y por la nula inspiración de todo lo que ha venido después. En ese mismo año, y en un acuerdo empresarial histórico, Disney compró Fox, y en el contrato con la mítica compañía se incluían los derechos de personajes como los X-Men o los 4 Fantásticos.

Es un hecho indiscutible que el catálogo superheroico de Fox era el hermanito feo marvelita, si sacamos de la ecuación el potencial económico de otra franquicia que, jugando a un deporte diferente fundamentado en el humor desvergonzado, lo había petado en las taquillas: las dos entregas de Deadpool habían hecho pasta por un tubo, a pesar de las restricciones (en Estados Unidos tenía una clasificación R, que obliga a los menores de 17 años a entrar en la sala acompañados de un adulto) provocadas por el lenguaje grosero, la violencia pasada de rosca y las constantes alusiones sexuales. Los films sobre Deadpool eran comedias puras, con un número de gags por minuto digno de los ZAZ (nota: ZAZ es el acrónimo de Zucker, Abrahams y Zucker, los creadores de clásicos como Aterriza como puedas o Top Secret!), y las no pocas escenas de acción estaban al servicio de la lengua viperina de un Ryan Reynolds que a menudo rompía la cuarta pared, convirtiendo al público en cómplice de un divertidísimo metadelirio lleno de guiños autorreferenciales, y también de bromitas platónicas sobre Hugh Jackman.

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Deadpool y Lobezno, la tercera entrega que llega hoy a los cines, apuesta todas las fichas al negro y recupera para la causa al más carismático de los X-Men, uniéndole al mercenario bocazas que regenera su cuerpo y tiene cara de aguacate ("eres como si Freddy Krueger se hubiera follado al mapa de Utah, como si te hubiera mordido un sharpei radiactivo", le decían en la primera entrega). “Bienvenido al MCU, no llegas en su mejor momento”, le suelta Reynolds a Jackman, en una de las múltiples chanzas que la película dedica a la canibalización de Disney respecto a Fox y a la salud regulera de las historias de superhéroes (nota 2: MCU son las siglas de Marvel Cinematic Universe).

Algunos de los mejores chistes del film disparan contra la bien ganada fama conservadora del estudio del tío Walt, que probablemente debe estar revolcándose en su tumba viendo cómo el amigo Deadpool no abandona sus habituales comentarios erótico-festivas, y en particular su afición al pegging (“no es nuevo para mí, pero sí para Disney”, dirá el protagonista), rompiendo todas las líneas rojas y unas cuantas blancas: “Las bromas con la cocaína es lo único que nos ha prohibido Kevin Feige”, advierte nuestro antihéroe favorito (nota 3: Feige es el gran jefazo tras todas las adaptaciones cinematográficas de Marvel), antes de pasarse por el forro, obviamente, las órdenes del big boss.

Jesucristo Superstar

Llegados, pues, a esta mayoría de edad del personaje, ya formando parte real del MCU, de hecho convertido en uno de sus seguros de vida comerciales, Deadpool y Lobezno coge el toro por los cuernos y termina con uno de las eternas quejas del ingenioso e irritante mercenario en las anteriores películas: “¿No hay presupuesto para cameos de verdad?”. Aquí, amigos míos, ver caras conocidas participando de la fiesta es uno de los grandes ganchos de la propuesta. No desvelaremos ninguna de las participaciones amiguetiles que desfilan en la trama. Pero sí os diremos que la mayor parte de ellas, por no decir todas, son para aplaudir con las orejas.

También podemos explicar que Deadpool y Lobezno juega muy bien las cartas de ese multiverso que lleva provocándonos pesadillas en un puñado de películas Marvel recientes. Sin embargo, es evidente que en el contexto que nos ocupa, los protagonistas se encargarán de cachondearse sin piedad de los universos alternativos, que en realidad justifican la reaparición de Hugh Jackman tras el final de la muy reivindicable Logan (James Mangold, 2017), que valdría la pena que tuvierais fresca porque, de algún modo, liga directamente con el film que nos ocupa.

Aquí, el bueno de Deadpool pasa de querer formar parte de los Avengers con todas sus fuerzas a creerse el mismísimo Jesucristo de la Marvel, el elegido, the One and Only, después de que un conflicto con la Agencia de Variación Temporal le acabe llevando hasta el Vacío, un punto ubicado al final de los tiempos, desértico y peligrosísimo, que permite mofarse de Mad Max y de Imperator Furiosa (nota 4: los fanáticos reconocerán la AVT y el Vacío gracias a las series Agentes de SHIELD y Loki).

En medio de bromas sobre la serie Gossip Girl y su protagonista, Blake Lively (casada en la vida real con Ryan Reynolds), sobre los Minions, sobre Hamlet (en su espectacular inicio) o sobre La proposición (esa infumable comedia romántica que Reynolds protagonizó con Sandra Bullock, y que es un clásico running gag de los tres films de la saga), Deadpool y Lobezno reivindica a los grandes perdedores de las franquicias de Marvel, fundamentalmente aquellos personajes que aparecían en las películas producidas por la desaparecida Fox, cuyo logo se utiliza de una manera similar a cómo el final de El planeta de los simios utilizaba la Estatua de la Libertad. Otro de los signos identitarios de la saga es el uso que se hace de clásicos de la música pop mezclados con las escenas de acción. A ritmo del Like en Prayer de Madonna, el clímax aquí multiplica a los mercenarios, añade un perro lengualargo que parece fruto del coito “entre un armadillo y un gremlin”, toneladas de sangre y vísceras, y estética de viñeta.

Deadpool y Lobezno asegura una enorme colección de carcajadas, ni una menos que las anteriores

Es probable que un cierto desorden y la necesidad de encajar la sátira mordaz y pasada de vueltas en el plan de expansión de Marvel hagan que esta tercera entrega no llegue al brillo de las dos primeras, pero igualmente cierto es que Deadpool y Lobezno asegura una enorme colección de carcajadas, ni una menos que las anteriores, y reconfirma, si es que alguien necesitaba más pruebas, el carisma bestial y el talento cómico de Ryan Reynolds, y la química, a ratos homoerótica, con un Hugh Jackman encantado de reírse de sí mismo, de su cara de actor de musicales de Broadway y del personaje de las patillas y las garras de adamantium. "Seguirás haciendo de Lobezno hasta los 90 años", le dice su compañero de cartel en un par de momentos del film. No sabemos si acertará con la predicción, pero no necesitamos ninguna bola de cristal para adivinar que ya tenemos máxima favorita a película más taquillera del verano.