Es pura estadística. Hay tantas canciones de amor y desamor que, por narices, muchas de ellas son una soberana mierda. Hacer pop y cantarle a los sentimientos es como apostarle los ahorros a la ruleta: las posibilidades de que salga un churro y perder la oportunidad son altísimas… Pero, ¿y si sale bien? Dicen que con cuatro nociones básicas, uno aprende a darle al tradicional juego de casino. Pero después se necesita algo avanzado para que la banca no te desplume. Estudiar estrategias como la Martingala, la D’Alembert, la Fibonacci… Con las canciones de amor y desamor, pasa un poco igual.

Es pura estadística. Hay tantas canciones de amor y desamor que, por narices, muchas de ellas son una soberana mierda

¿Quién no ha pasado por una ruptura de pupita? ¿A quién no se le ha taponado el estómago al leer el typing de un ex? Que levante la mano aquel que no haya experimentado esa sensación tan dulce y tan desesperante de los primeros compases del enamoramiento. Si el pop va de todo ese universo es porque de amar –como del cagar, dice el dicho– ni el Papa se escapa. Si el pop ha descrito mejor que cualquier terapeuta, coach y mejor amigo turras cada uno de los fascículos del cosquilleo es porque el amor y el desamor, pese a ser tan habituales como los días nublados, siguen siendo un misterio (doloroso). ¿Qué hace entonces que una canción de algo tan manido, siga funcionando? Sin duda alguna, la tripa. El hueso. La yaga. Una historia. Una verdad.

¿Qué hace entonces que una canción de algo tan manido, siga funcionando? Sin duda alguna, la tripa. El hueso. La yaga. Una historia. Una verdad

Hay canciones de amor mejores. Con fuerza y coraje. Y ahora “te quiero”, se dice en catalán (y mal escrito, además). T’estimu a rabiar (remix), t’estimo en catalán de diccionario, es ejemplo de la franqueza que necesita una canción de amor/desamor para conectar con una audiencia. Una letra sencilla pero que no trata al oyente como target de Pepa Pig. Accesible, aunque sin cursilerías ni sosa pánfila. Un diálogo –nada más de amoríos que los fantásticos duetos, salvando las distancias, a lo Pimpinela– en el tema remixado con el valenciano Xperienz, de  envoltorio contundente.

El tema de Anna Ralb y el productor afincado en Francia, perteneciente al disco de la primera (Las grietas, 2022), suena anacrónico, utilizable en cualquier momento. Un anacronismo –eso sí– muy de hoy día

Las canciones de amor sólo ayudan cuando son hondas, pozos profundos. Cuando el torrente sonoro permite disimular la cascada de lágrimas con la que se reciben. El tema de Anna Ralb y el productor afincado en Francia, perteneciente al disco de la primera (Las grietas, 2022), suena anacrónico, utilizable en cualquier momento. Un anacronismo –eso sí– muy de hoy día: lo sutil de la clásica, formación de la cantante, y lo basto de la electrónica sincopada. Es un tema que estima en diferentes dialectos del catalán, por tramos incluso en castellano. Anna Ralb se explaya en voz lírica, pretendidamente bailarina, como los experimentos pop de la también catalana Julieta, y la garganta cerrada de Xperienz se dedica, muy al estilo de Suite Soprano, a la rima, al tráfico letrístico.

Si no salpica, no llega. No ayuda. Y sin brazos sobre los que sostenerse, no hay quien lo apueste todo al rojo

"Però a la fi tot són cançons d'amor (al final todo son canciones de amor)". Así reza la última canción de Els Catarres con La Fúmiga, Cançons d’amor (canciones de amor), también de reciente estreno. Pero no, Catarres. De la misma forma que hay canciones de desamor, y luego está –espectacular muestra de tiraera– lo de Shakira con Bizarrap, también hay canciones de amor y canciones de amor. En general, como arremete la cantante colombiana, en boca de todos por el desenfreno, la falta de sororidad o el simple atrevimiento, el amor y el desamor, mejor que sal-pique (sal-Piqué, han analizado ya todos los semióticos de la sala). Porque si no salpica, no llega. No ayuda. Y sin brazos sobre los que sostenerse, no hay quien lo apueste todo al rojo.

T’estimu a rabiar (remix)