Ha pasado muchas veces, y seguirá pasando, que no se sabe acabar una serie a tiempo. Se alargan hasta la extenuación y después todo son lamentaciones porque aquello que funcionaba tan bien durante el viaje se ha acabado estropeando por la tozudez a dilatarlo. Dexter es, seguramente, uno de los casos más dolorosos. Tuvo unas primeras temporadas muy inspiradas, con un delicioso humor negro y un protagonista que rompía moldes y apelaba a la eterna simpatía por el diablo. Pero llegó un punto que, de tanto forzar la máquina, se estropeó. Las últimas entregas eran vergonzantes y la conclusión, claramente insatisfactoria. El clamor fue tan unánime que, unos cuantos años después, se ingeniaron la manera de enmendarlo en una especie de epílogo, New blood, que no estaba mal, pero tampoco era para echar cohetes. A la espera de Dexter: Resurrection (¿no saben que nunca se ha hecho nada bueno con la palabra resurrection en el título?), de nuevo protagonizada por Michael C. Hall, han querido calentar motores con una precuela que nadie ha pedido. Dexter: Pecado original quiere mirar a los orígenes del personaje preservando la estructura del producto original, introduciendo nuevos personajes para expandir la franquicia. Pero no funciona en ninguno de sus frentes porque si la historia ya estaba agotada en la serie madre, imaginaos en una versión de Hacendado que ni siquiera se molesta en querer tener una identidad propia.
Dexter: Pecado original quiere mirar a los orígenes del personaje preservando la estructura del producto original, introduciendo nuevos personajes para expandir la franquicia, pero no funciona
Precuela perezosa
Dexter: Pecado original se aferra al manual de la precuela perezosa. La cosa va de explicar el momento exacto en que el protagonista se convierte en aquello que la audiencia sabe de él, profundizando en este caso en la relación con su padre (Christian Slater, con el piloto automático puesto y la mano abierta para cobrar), con su hermana y sus compañeros de trabajo. También están los tradicionales monólogos interiores, algunos (irrisorios) debates morales en torno a la vida y la muerte, y algunas salpicaduras de inventiva en la puesta en escena de los crímenes. Pero incluso en eso último se muestra incapaz de ser creativa. Para no explicar de más, hay un buen ejemplo en el primer episodio: cuando el protagonista encuentra a una antagonista digna de morir, la realización es tan plana, tan falta de ideas, que el momento supuestamente "principal" tiene alguna cosa de parodia involuntaria. Tampoco ayuda nada que el actor escogido para interpretar Dexter, Patrick Gibson, no tiene ni la mitad de carisma de Hall, aparte de resultar muy inadecuado para encarnar la presunta oscuridad del personaje. Para no hablar del dolor que hace ver a actores como Patrick Dempsey o Sarah Michelle Gellar prestándose a un juego que sería divertido si el título fuera Muchachada Nui y no Dexter: Pecado original. Al final, la lección es sencilla porque la sabíamos de entrada. Hay finales que no se tendrían que haber alargado tanto y hay series que se tienen que dejar morir en paz.