Para el público ajeno a la música urbana, cuesta entender el magnetismo que pueden llegar a tener estos chicos jóvenes que, sin gran voz y además distorsionada por el autotune, hacen llorar a sus fans insultante y exultantemente jóvenes de primera fila y congregan a miles de personas en lugares como el Fòrum, ese lugar idóneo para estos megaeventos musicales que no tienen en Madrid (donde los festivales sufren todo tipo de desventuras), y donde por primera vez aterriza un Share Festival que se consolida como referente de la música urbana en Barcelona. “No he entendido nada de lo que ha dicho”, reconocía una veterana fotoperiodista después del concierto de Dellafuente. “Yo soy lesbiana y me hacía hetero por él”, resumía en contraste Noa, una joven ultrafan de 18 años, después del concierto del artista de Granada.
Dellafuente, a sus 30 años, representa a la música urbana casi lo opuesto a Quevedo, 21, que tocó justo después. El primero inventó el trap flamenco, cante jondo con autotune, bases de reggaetón a ratos, de house a ratos, de bachata a ratos, años antes de que Rosalía y C.Tangana conquistaran el mundo con esa magnética combinación entre el folklore y la música urbana. El segundo, desde Canarias, se subió a una ola ya al alza y consiguió romperla con hits bailables que se escuchan a todas horas. Eso sí, su "quéeedateeee, que la noche sin ti duele" enloquece y engancha a cualquiera.
Pero paremos en Dellafuente. Corría el año 2015, albores del trap con el que los Pxxr Gvng empezaron a cambiar la música en España, y él ya coqueteaba con el reggaetón, el flamenco y el autotune. Es Dellafuente al trap lo que la Mala Rodríguez al rap, el gran precursor de mezclar la posmodernidad urbana con la raíz flamenca y rumbera y de propina absorber ritmos latinos entendiendo que forman parte de la misma cultura. Pero, además, a Dellafuente le ha envuelto un aura de misterio y autenticidad difícil de explicar, con un márketing urbano capaz de crear un fenómeno fan de club de fútbo, Dellafuente Fútbol Club, al tiempo que se escondía entre brumas y renunciaba al éxito mediático cuando el pelotazo estaba por llegar. “Es una incógnita”, “es un misterio”, le describían algunas fans tras el concierto.
Su recital, que alargó por más de una hora aunque solo se esperaban tres cuartos de hora, repasó hits como ‘Consentía’ o ‘Guerrera’, con la voz de C.Tangana pregrabada, y mantuvo la altura con las novedades de su último disco, ‘No te lo niego ma dolío’ o ‘3 Caras’, “tienen dos caras las monedas, no sé como tú tienes tres (...) eres más falsa que un adicto”, cantaba. Con el aire de bachata que ha dado a su último disco y con sus letras profundas repasando las desventuras de crecer en su barrio de Granada y los amores más intensos, lloraban las fans en primera fila en el primer concierto del héroe misterioso desde la pandemia, primer bolo desde el Sónar 2019.
Su forma de explicar al público el vínculo con los orígenes no solo estuvo en sus letras, también en una puesta escena de videoclip barato y fino al mismo tiempo. Con un BMW descapotable, más bien antiguo, y un grupo de jóvenes paseándose por el escenario, consiguió montar una película que contaba historias de periferias. Contaba su conexión con los riders y con los mecánicos, porque lo mismo paseaba un chaval con bicicleta y mochila de entregador de comida como fingía arreglar un coche con chispas saltando.
Jóvenes de barrio en sillas de plástico, bailando bebiendo litronas, e incluso un ladrón en un atraco, personajes de la rutina del barrio a los que, tampoco al ladrón, Dellafuente negaba un selfie. Vídeos con bloques de barrio, atardeceres y también un guiño a los vídeos de electrónica de gente bailando en un club.
Dellafuente es sobre todo las historias del barrio celebrando el éxito sin llegar al alarde del lujo, esa pureza que, como sucede con Morad (con el que por cierto colaboró bastante antes de que se hiciera famoso), tanto conectan con los barrios. “No canta como otros a los culos y a las tías, sinó a su barrio, a lo difícil que ha sido su vida. Es auténtico”, resumía Noa, fan de 18 años que apelaba a su “diferencia” y a su “mezcla de estilos”.
Y al rato, Quevedo, con un concierto de lo más sencillo, un chico joven con el magnetismo de los hits, con el éxito de un boom que sería imposible sin pioneros como el primero que abrieron el camino. La fiesta del reggaetón, la locura del “Quéeedate, que las noches sin ti vuelven”, la canción que se metió en tu cabeza durante semanas, dos formas muy diferentes de abordar la música urbana, con el elemento común de una honestidad y falta de soberbia que contrastan con la idea de superestrella del trap, o de rockstar, que rodea a los jóvenes de éxito. Apunte importante sobre Quevedo: no canta tan mal como muestran los vídeos virales de sus grandes fails.
El festival, en el mismo escenario que llenaba la semana pasada un público muy diferente, de edad más avanzada y con muchísimos más turistas en un Primavera Sound con centenares de conciertos de lo más alto de todos los géneros, desde Rosalía hasta Blur pasando por Kednrikc Lamar, y cinco veces más caro, seguirá este sábado con Morad y Bizarrap como platos fuertes para unos jóvenes mayoritariamente postadolescentes. Los jóvenes Saiko y Ptazeta, el pionero Maikel Dellacalle y Cyril Kramer, habrán completado un cartel apetecible para ese amplio público de entre 16 y 25 años que no quiere saber nada de guitarras y sí de rimas y bailoteos. Como cuenta pendiente del festival, apostar un poco más por la música en catalán que esta vez solo estuvo representada por Mushkaa y Miss Raissa, dos artistas que aún tienen muchísimo que decir. Otra pregunta flota en el aire de los festivales, pero de todos: ¿por qué venden como sostenible lo del vaso de plástico reutilizable, (que inventaron las fiestas mayores devolviéndote el dinero), ya a dos euros en este, con un 100% de inflación sobre lo que era habitual no hace tanto, si ni siquiera es retornable?